¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

NOTAS

¿Dónde leer?

Hasta hace unos años, cuando me preguntaban “¿Dónde leés comics?” mi respuesta era automática: “En la cama”. Después, exploré otras opciones.
|
Miércoles 12 de junio, 2013

Hasta hace unos años, cuando alguien me preguntaba “¿Vos dónde leés comics?” mi respuesta era automática y contundente: “En la cama”. La gran mayoría de los comics que leí, los leí acostado en la cama, casi siempre de noche (para evitar molestas interrupciones generadas por el teléfono, o por la gente con la que uno vive) y a la luz de un velador.

Aún hoy, cuando tengo la oportunidad de leer en esas condiciones, la lectura se disfruta a full. Si es un libro de muchas páginas, el vaso con tu bebida favorita no puede faltar, simplemente para que no se te ocurra parar, levantarte e ir a buscar algo a la heladera. Si no suena el teléfono y tenés el vaso a mano, sólo unas ganas irrefrenables de mear o cagar van a hacer que interrumpas el placentero ritual de la lectura horizontal.

Hablando de ganas de cagar, nunca me cerró mucho lo de leer en el baño. A veces me llevo un comic al trono, pero para la tercera o cuarta página, ya terminé de hacer lo que fui a hacer al baño y ahí el comic se convierte en algo molesto, que no sabés bien dónde poner mientras cumplimentás los trámites de higiene posteriores al garco. Y si me resigno a leer una novela gráfica –ponele- de a cuatro páginas por cada vez que me siento a cagar, corro el riesgo de tardar un mes en enterarme cómo termina.

Desde que empecé con mi blog diario en 2010 (gracias al cual me acostumbré a leer y reseñar un comic por día durante los últimos 42 meses), la dinámica del mismo me impuso una variante que yo había explorado poco: leer en colectivos, subtes y trenes. Y la verdad es que, por necesidad, aprendí a hacerlo, pero es una mierda. El primer problema es sentarse: leer comics de parado es espantoso, cuesta un huevo concentrarse en la historia, y terminás por no disfrutarla. Ni hablar de los dibujos, o de la narrativa, o de otros detalles. Nada: querés que el comic se termine, o que algún hijo de puta se levante y te deje el asiento para leer –más o menos- como Dios manda. Conseguir asiento es una timba en la que uno, que tiene menos de 75 años, ninguna discapacidad visible y encima se embaraza poco, no liga nunca un naipe ganador.

Ponele que te sentaste: el segundo problema pasa a ser el movimiento, los sacudones, el traqueteo típico de los bondis y subtes, las frenadas. Imposible prestarle mucha atención a los dibujos cuando la página se sacude como si bailara breakdance. Tercer problema, tal vez el más jodido: el ruido. Si en tu casa te molestan el teléfono, una ducha abierta, o un lavarropas encendido, en el subte te querés matar. En el bondi, además, tenés los bocinazos, y en cualquier transporte, los celulares, los cientos de pelotudos que mientras viajan hablan a los gritos con alguien a quien no tenemos el gusto de conocer, pero igual detestamos y le deseamos la más espantosa de las muertes.

Y aunque no hubiese ruido, ni traqueteos, siempre está el tema no menor de que si te sumergís por completo en la lectura, cuando te das cuenta estás en Constitución, y te tenías que bajar en Plaza Italia. Siempre le tenés que mezquinar a la historieta aunque sea una parte mínima de tu atención para bajarte en la parada indicada. Y eso, suponiendo que no aparezcan en escena culos, tetas, o lo que sea que las mujeres miran de los varones, cuyo atractivo estético-erótico te resulte más estimulante que los dibujos de Osamu Tezuka o de quien sea que estés leyendo. Más de una trama bien elaborada por un gran guionista se diluyó alguna vez en un escote, o en un par de gambas extremadamente bien cruzadas, y hubo que esperar a llegar a casa, pegarse una ducha fría y recién después, con la mente despejada, volver a encarar la lectura.

También durante estos años me tocó viajar bastante por el país, y ahí debo decir que en los micros de larga distancia se lee bárbaro. Te interrumpen para darte de morfar y casi seguro te atormentan un par de horas con películas excecrables. Pero el ruido es menor, el traqueteo es mínimo, es difícil bajarse en la parada equivocada y además te sentás seguro. Y en un asiento reclinable, que por momentos (sólo por momentos) hace que casi no extrañes a la cama. En un viaje de 14 ó 15 horas (lo comprobé empíricamente) te bajás tranquilito un Showcase, o un Essential de chotocientas mil páginas sin ningún inconveniente.

Hoy, por suerte, hasta la gente que renegó del papel y se pasó al soporte digital tiene la posibilidad de leer comics en la cama. Mi consejo: sacale el máximo jugo a esa posibilidad. Mis mejores tardes de verano fueron en la cama, con mi Levité de manzana, mi ventilador de techo (no muy fuerte, para que no joda el ruido) y un comic para leer. No se puede pedir mucho más.