Iniciada hace más de 50 años y terminada hace más de 40, la etapa clásica de Fantastic Four es aún hoy, referencia obligada a la hora de hablar del comic de superhéroes. Porque impuso un nuevo paradigma, porque abrió las puertas de un nuevo universo y sobre todo porque estaba escrita y dibujada por dos próceres del Noveno Arte en su mejor momento creativo. Vamos en un trip bizarro a 1961, plena Guerra Fría, a ganarle la carrera espacial a los sucios comunistas de la mano de Reed Richards, Ben Grimm, Sue Storm y su hermano Johnny. Y ya que estamos, nos quedamos a revivir la gloriosa primera etapa de los
1.PONERSE EN CUATRO
El origen de los Fantastic Four es, por lo menos, dudoso. Se sabe que fue Martin Goodman (por entonces dueño de la nada próspera editorial Marvel) quien, tras una famosa charla con los dueños de DC en aquel mítico partido de golf de 1960, decretó que los superhéroes volvían a estar de moda y que su coordinador-guionista-sobrino político Stan Lee debía ponerse de inmediato a crear un nuevo título a imagen y semejanza de la exitosísima Justice League of America. Lee, por su parte, eligió a Jack Kirby como el dibujante que daría sus rasgos visuales a los nuevos personajes y el resto (quién creó cada cosa a instancias de quién y sobre ideas de quién) es todo muy discutible, ya que las versiones de los tres involucrados no coinciden en lo más mínimo.
De todos modos, mucho más interesante que debatir acerca de cómo nació Fantastic Four, resulta analizar qué pasó cuando nació Fantastic Four, qué efectos tuvo sobre el género de los superhéroes en particular y la historia del comic norteamericano en general. Para empezar, convengamos en que la posta que los dueños de DC le batieron casi sin querer a Goodman, era una posta en serio: los superhéroes estaban de vuelta y casi cualquier producto inscripto en este género y de una factura digna, encontraría rápidamente un lugar en el mercado y en el corazón de los fans, por lo menos hasta 1968. El notorio trabajo en este sentido emprendido por Julius Schwartz en DC, sumado al inconmensurable flujo de energía creativa descargada sobre este género por Lee, Kirby, Ditko y el resto del equipo original de la Marvel, terminaría por desembocar en una nueva era de esplendor para el comic de superhéroes, denominada (por los fanáticos del género, claro) Silver Age, o Edad de Plata.
De todos modos, hay que decir que Lee y Kirby no cumplieron al pie de la letra las instrucciones de Goodman de clonar a la JLofA. Ya de movida, en lugar de agrupar a siete luminarias enmascaradas provenientes de distintos títulos de la editorial, los Padres Fundadores de la Marvel partieron desde cero, con cuatro personajes (encima sin máscaras, capas, ni identidades secretas) creados especialmente para la ocasión. Esto los emparenta a otros héroes sin máscara y pensados desde el vamos para interactuar en una serie de protagonismo grupal, casualmente creada por el mismísimo Rey Kirby en DC: los Challengers of the Unknown, que datan de la Showcase n°6 (1958).
El hecho de crear a los personajes con el claro objetivo de hacerlos interactuar permanentemente como grupo (y como si esto fuera poco, como familia), significó otra toma de distancia con la JLofA. Lee y Kirby dotaron a sus creaciones de un detalle (casi inédito en los 25 años de historia acumulada en ese entonces por DC) que los definiría más que nigún otro: rasgos psicológicos muy marcados, acompañados de distintos modismos en el habla para cada personaje, frente a la tradición de los super-grupos de DC, donde los miembros eran prácticamente intercambiables y -si uno tapaba los dibujos- resultaba imposible saber a qué héroe o heroína pertenecía cada globo de diálogo. Lee y Kirby embaten también contra la unidimensionalidad y la moral unívoca de los personajes, con héroes feos, villanos nobles y reyes acuáticos calentones, pero bienintencionados. Nada que haga temblar los aportes de un Oesterheld, ni de un Jean-Michel Charlier, pero destacable en el contexto del país y del género donde trabajaban. Su otro hallazgo en el rubro “interacciòn entre personajes” consiste en incorporar el melodrama, el carácter telenovelesco tan típico de los comics de Marvel, que tanto Lee como Kirby manejaban a la perfección después de años y años de producir toneladas de historieta romántica, un género creado por el mismísimo Rey.
También a diferencia de DC, Marvel se embarcó (ante las primeras cifras de venta satisfactorias) en una expansión PLANIFICADA de su línea de títulos, integrados todos ellos en un único universo coherente, en gran medida por estar controlado y conducido por un guionista casi ubicuo, el prolífico Stan Lee. En esta constante expansión del denominado Universo Marvel, sería Fantastic Four el título señero, el encargado de explorar nuevos conceptos, recuperar ideas y personajes de las etapas anteriores de la editorial (la de los primeros héroes en los ‘40, la de los monstruos bizarros en los ‘50, etc.) y fomentar la interacción entre los distintos personajes que iban surgiendo, a veces en sus propias series (Daredevil, Hulk), o a veces como reemplazo de unitarios genéricos en revistas de nombres tan ambiguos y abarcativos como Tales to Astonish o Strange Tales.
Pero además, y por sobre todas las cosas, Fantastic Four fue la serie que le dio su identidad definitiva al género de superhéroes. Hasta aquí, los autores que incursionaban en esta temática, lo hacían de modo ocasional, sin prestarle mayor atención o dedicación que a los otros géneros populares de las distintas épocas. De hecho, la influencia mayoritaria entre los artistas provenía de los grandes maestros de las tiras diarias de aventuras, y todos querían ser el próximo Alex Raymond, Hal Foster o Milton Caniff (por supuesto, casi ninguno logró siquiera acercarse). Los guionistas, por su parte, aspiraban a la popularidad de Lee Falk, o en su defecto a escribir novelas baratas de ciencia-ficción y detectives (de hecho, varios lo hacían antes de dedicarse al comic). Las referencias de los grandes autores que brillaban en los comic-books de fines de los ‘50 (Alex Toth, Gil Kane, Joe Kubert, Carmine Infantino, Murphy Anderson, Wally Wood) no tenían que ver con lo que pasaba por adentro de los comic-books, sino más bien por afuera. Kirby y Ditko en lo visual y Stan Lee en lo “literario” desarrollaron para el comic de superhéroes el primer intento de rasgos, convenciones y lenguaje propios, independientes de otros géneros y formatos, y desarrollaron -casi sin querer- una fórmula mágica, eficiente y longeva, imitada hasta el hartazgo, perfeccionada a lo largo de los años por muchísimos autores, encumbrada dos décadas después por Chris Claremont y John Byrne y seriamente cuestionada por primera vez recién a mediados de los ‘80, cuando Alan Moore y Frank Miller (entre otros) lograrían imponer una fórmula exitosa tan distinta del Fantastic Four de Lee/Kirby, como este lo era del Tarzan de Foster y Hogarth.
Reeditada, recordada, venerada e incluso emulada aún hoy, 40 años despúes, la época de Stan Lee y Jack Kirby al frente de Fantastic Four es, indudablemente, uno de los pilares sobre los que descansa la gran popularidad de la que gozan los comics de superhéroes en todo el mundo.
En la próxima entrega, empezamos a repasarla juntos.


