La segunda guerra mundial trajo para Japón una de las catástrofes mas dolorosas para su historia (y mas vergonzantes para el resto de la humanidad), las bombas atómica del 6 de agosto en Hiroshima y del 9 en Nagasaki en 1945. Es impensable la historia artística del país, su regreso a la inocencia tratando de olvidar el trauma en un camino de introspección y aplomo, el manga fue una punta de lanza para olvidar los dolores de la guerra y un autor la uso como herramienta para trasmitir un mensaje muy propio y lleno de esperanza.
Shigeru Tezuka (Osamu era su pseudónimo de cuando trabajaba para Mainichi Shogakusei Shinbun haciendo “El diario de Maachan”) creció en esa posguerra no sólo en edad, sino como artista que, marcado con una notable sensibilidad, respeto por la naturaleza y humanismo, fue siempre un creador de historias positivas inclusive dentro de las más oscuras y sofocantes que realizaría años después. La que hoy nos ocupa es más bien una liviana comedia de aventuras influenciada por Disney, de donde Tezuka sacaría el rasgo de la expresividad en los ojos sobre cualquier otra característica facial. La influencia de Disney en Tezuka era sólo gráfica, él recorrería el camino creativo contrario al creador del famoso ratón: mientras Disney trataba de tapar horrores debajo de la alfombra colorida de la diversión sin mucho análisis, el Dios del Manga buscaba reconectar con el ser más interior del humano que había perdido el camino a la fuerza de los hechos acaecidos. Esa diferencia es lo que lo convierte en un artista profundo e inmenso (y a Disney en un buchón del comité anticomunista y millonario, pero esa es otra historia) y que tempranamente, con esta obra, lo colocaría en el lugar de un visionario brillante.
“La Nueva Isla del Tesoro” (Shin Takarajima, en Japón) es concebida como una historia de 200 páginas, algo impensado para la época. Hasta ese momento, los mangas seguían los esquemas de los emonogatari (relatos ilustrados, editados en calidad pedorra y de pocas páginas). Tezuka, a lo kamikaze, se decidió por realizar una historia para editar en un libro que le permitiera cambiar el código narrativo característico de esa época por la narrativa mucho más cercana a la que hoy conocemos: ligera, cinematográfica e intensa, emparentada más con los cartoons de los hermanos Fleischer (Superman o Betty Boop) que con los mangas satíricos del momento. El formato elegido fue el de cuatro cuadros apaisados por página como si fuera un storyboard. Así en 1947 y con una venta de 400.000 ejemplares nacía el primer “tankoubon”, conocido en ese entonces como akabon (“libro rojo” debido a que sus portadas se imprimían con tinta roja), y la primera gran obra de Tezuka de cara a convertirse en lo que fue.
Tesoros perdidos
Lo que se inició como una historia inspirada en el libro del escocés Robert Louis Stevenson y sugerida débilmente por su mentor Shichima Sakai, se convirtió en una irreverente visión de la idea original en donde aparecía hasta un Tarzán, evidenciando las influencias a las que estaba sometido por ese entonces el joven estudiante de medicina. La historia nos cuenta las aventuras de Pete, que al encontrar un mapa en el cajón de su recientemente fallecido padre se cuela en un barco en donde incentiva al capitán para ir en busca de un tesoro que se supone incalculable. A esto se le suman piratas, perros-hadas que hablan, ladrones sindicalistas, héroes incidentales y una extraña galería de personajes con una actitud casi lisérgica pero no por eso menos geniales y entrañables. Lo que exuda esta historia es inocencia y desmedida bondad representada por Pete y el Capitán, y contrarrestada por piratas mal habidos y autoridades sin corazón.
Tezuka, impecable como siempre en la transmisión del mensaje, nos recuerda que hay una posibilidad gris entre los absolutismos del blanco y negro que predominaban por ese entonces. Algunas de las características que serían firmas inequívocas del Gran Maestro comienzan aquí: a uno se le escapa una sonrisa cómplice al ver que el Capitán no es otro que Hige Oyaji (Mostacho) y que Pete es un precario y titubeante acercamiento a lo que más adelante serían Rock o Kenchi, protagonistas de obras posteriores.
Tesoro encontrado
Pese a lo maravilloso y único de la obra, no se puede decir que sea la mejor de Tezuka. Pero se notaba el potencial en lo imaginativo y en un argumento que si bien simple, era sólido. Un sólo plot sin mucha sorpresa más que la del final, un dibujo simple pero con seguridad y un desorden típico, derivado de la innovación general de la obra, no logran empañar para nada el conjunto que se deja leer y disfrutar como pocas obras clásicas en tiempos actuales. “La Nueva Isla del Tesoro” tiene (a pesar de haber sido realizada en 1947) una narrativa muy actual y quizás eso ayude a explicar la enorme influencia que supuso en la narrativa japonesa de ahí en más.
Sin embargo, el trabajo realizado por el autor no había sido exactamente a lo que hoy podemos leer: había sufrido cortes en muchos niveles ya que Shichima Sakai no le gustó del todo la versión original. Alegando que la editorial le había pedido un comic de 190 páginas, se entretuvo recortando cosas que al conocer la historia son fundamentales: así las cosas, el encuentro de Pete con el perro (que sucede al principio de la historia) ya no estaba, lo que descompaginaba el final que hoy conocemos y que también había sido serruchado. El final entonces llegaba cuando Pete y el Capitán despiden a la isla tras haber encontrado el tesoro y no con el sueño. En total, se habían cortado 60 cuadros lo que afectaba la narración general y significaba, para Tezuka, una espina clavada en el costado.
Muchos años después con la edición de toda la obra de Tezuka por parte de Kodasha, el maestro decidió devolverle a “La Nueva Isla Del Tesoro” la contundencia original. En la versión de principios de los ´80, agregó todos los cuadros que faltaban, cambió el final por el que él había pensado originalmente y redibujó casi todo, debido al lamentable estado en que se conservaron los originales. Se le suma a esa edición “El diario de mi debut” que escribió Tezuka entre 1946 y 1947, lo cual lo convierte en un documento importante e infaltable para entender a un artista y su época, un “must have” para todos los que gustan de la obra de este genio y del manga clásico en general.


