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NOTAS

Alack Sinner: Encuentros y Reencuentros

Encuentros y reencuentros es un libro que tiene mucho de road movie existencial en su primera parte, una búsqueda de raíces y sentido, para transformarse luego en un complejo retrato de una sociedad sombría.
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Martes 28 de octubre, 2025

En 1975 apareció, en el número de Enero de la revista Alter Linus de Italia, El caso Webster, la primera aventura de Alack Sinner. Se trataba de un policial a tono con la clásica serie negra de los años´30, pero también con la adaptación que hizo Robert Altman de El largo adiós solo dos años antes. Alter Linus era una ecléctica publicación que compaginaba las tiras de Peanuts (lo de Linus es, sí, por el Linus Van Pelt de Peanuts) con los comics eróticos de Georges Pichard y el Popeye de Bud Sagendorf. No es casual, entonces, que al final de El caso Webster el siguiente comic de ese número de Alter Linus fuera el clásico Dick Tracy.

Los creadores de Alack Sinner eran dos argentinos expatriados en Europa: el dibujante José Muñoz y el escritor Carlos Sampayo. Dos autores que no se hallaban a sí mismos y que juntos dieron fruto a una obra maestra del comic que rompería todos los esquemas. El caso Webster, en ese momento podía verse como un exquisito ejercicio de estilo: un dibujo excelente y un guion muy cuidado para contar un comic noir absolutamente sofisticado. Era común en ese entonces, en Italia y Francia, ambientar en Estados Unidos o en Inglaterra historias para el público local, siguiendo una ecléctica tradición de los folletines del siglo XIX, que asumía que estos países mediterráneos no eran lo suficientemente evocadores.

Pero Muñoz y Sampayo, aunque al comienzo respetaron esta convención, quisieron ir mucho más allá. Alack Sinner, en El caso Webster, iniciaba una saga que llenaría toda la década con historias de un detective de Nueva York, con un pasado aciago en la policía y una tristeza en el alma tan profunda que por eso la mujer de su vida, aunque lo amaba, prefería no estar con él.

Sinner es un detective que narra en primera persona sus aventuras, con ese tono irónico de los personajes de Hammett y Chandler. Como serie policial era perfecta y funcionaba bastante bien en los mercados italiano y francés (un poco menos en España), pero sus autores no se conformaron con hacer un buen comic: quisieron experimentar. De pronto, los casos que resolvía Sinner dejaron de ser lo importante; de pronto dejó de haber casos. El pasado en la policía, con amigos, enemigos y rivales en el cuerpo, pasó a ser más relevante. La crítica al sistema, la realidad amarga de una sociedad segregada, llena de fanáticos y tensiones raciales, fue opacando el tema detectivesco.

El dibujo se volvió cada vez más expresionista. Muñoz, veterano en cómics clásicos, empezó a deconstruir su línea, a crear siluetas tortuosas y oscuras, usando como marco encuadres tomados del mejor cine de los ´70—Cassavetes, Coppola— a los que llenaba de personajes extraños, dignos de un cuadro de Grosz. En ellos, Sinner podía cruzarse con su colega de Alter Linus, el mismísimo Dick Tracy, o con el Gato Barbieri —tan afín a los autores— tocando en un bar.

Se sucedieron historias increíbles, acaso la mejor sea Viet Blues, que es tal vez el mejor relato largo en comic —no novela gráfica— hasta la fecha. Y al cruzar el umbral de los ´80, los autores dieron otro salto: una historia extensa, mucho más que todos los relatos previos. Una suerte de alto en el camino, de recopilación de eventos, de necesidad de darle un piso al personaje, de tener encuentros y reencuentros.

Bien sea que el lector esté familiarizado o no con las historias anteriores de Sinner —con Enfer, con el teniente Nick Martínez o con el monstruoso oficial Rademaker, personajes todos con los que el detective se reencuentra—, la forma en que estos reaparecen resulta profundamente nostálgica, evocadora. Sinner viaja por su pasado para encontrar historias inconclusas, amistades y amores perdidos, pero también vive nuevos encuentros: una misteriosa femme fatale que lo conduce ante un grotesco trasunto de Frank Sinatra, símbolo de todo lo que está mal en los Estados Unidos de América; y, tanto al comienzo como al final de la historia, Sinner se encuentra con un lisiado melancólico con quien traba una fugaz pero valiosa amistad.

Encuentros y reencuentros es un libro que tiene mucho de road movie existencial en su primera parte, una búsqueda de raíces y sentido, para transformarse luego en un complejo retrato de una sociedad sombría, donde el verdadero caso que Sinner deberá resolver será hacer las paces consigo mismo. En el camino se enfrentará a la enfermedad, a la muerte, a la cárcel y a la paternidad.

Sampayo recurre a recursos narrativos inusuales: en algunos momentos se sale del esquema de poner a los personajes a hablar a través de globos, juega a entremezclar la narración en off con las conversaciones telefónicas en los bloques de texto, lo que crea una atmósfera intimista, literaria. El dibujo de Muñoz oscila entre el juego de alto contraste y las sombras hasta ahora propias de la serie, y un inesperado elemento de ternura, cercano por momentos al trazo infantil.

Sinner se enfrenta a toda la sordidez de los suburbios —que nunca le fue ajena—, a la incertidumbre de sus propias razones para vivir y a la imposibilidad de aceptar las cosas como son. Sin ceder a la evasión ni al autoengaño, el ex-detective deberá hacer acopio de fuerzas para no doblegarse ante los hechos y, finalmente, aceptar los pequeños triunfos entre innumerables derrotas.

En sus casi 100 páginas, Encuentros y reencuentros es una obra magistral. No es casual, además, que en distintos lugares del mundo, a comienzos de los años ´80, diversos autores estuvieran gestando una nueva forma de entender el comic: historias de largo aliento, con una ambición narrativa más profunda, que exige más del lector al abordar temas trascendentes, pero que también ofrece un testimonio lúcido del mundo que nos toca vivir.

Más adelante, las aventuras de Alack Sinner continuarán, y llevarán al personaje incluso a vivir una intriga ligada al 11 de Septiembre de 2001. Pero acaso las mejores obras de Muñoz y Sampayo, posteriores a Encuentros y reencuentros, podamos encontrarlas en sus otras historias: Sophie y En el bar, que transcurren en el mismo universo de Sinner; o en Sudor sudaca, una mirada menos ecléctica y más cercana a las vivencias de sus autores; en Juego de luces, extraña historia en la que los argentinos se adelantan por décadas al Bolaño de 2666 al contar los devaneos de intelectuales decadentes europeos; o en sus dos impresionantes biopics de Billie Holiday y Carlos Gardel. Lo cierto es que Muñoz y Sampayo han sabido ser prolíficos, variados y geniales en su vasta obra, y acaso Alack Sinner, en sus Encuentros y reencuentros, haya sido su punto más alto.