Gema del Tiempo: Sargento Kirk, de Héctor G. Oesterheld y Hugo Pratt
La relación que tuve con mi abuelo materno fue siempre lejana. Mis padres se conocieron cuando estudiaban en Santa Fe capital, ambos alejados de sus pueblos natales, y apenas aparecí yo en sus planes se fueron a vivir al Chaco por cuestiones laborales. A mis abuelos los veía una, con suerte dos veces al año, en las fiestas y en alguna otra celebración anual familiar que requiriera un viaje de más de 700 km. Sin saberlo, la colección de revistas de editorial Columba que poseía mi abuelo, a la cual podía acceder solo en estos viajes, fue uno de los primeros chispazos que foguearon mi amor por este medio. Mezcladas con decenas de Tonys, Intervalos y D’Artagnans, se encontraban también unos tomitos con un formato mucho más extraño y que quizás por ese motivo llamaban más mi atención: un grupito de revistas llamadas Misterix, en formato apaisado, donde la historieta misma comenzaba ya desde la portada. Y fue ahí que tuve contacto con este guerrero rebelde de noble corazón que se me figuraba tan radicalmente distinto al resto de los personajes que habitaban las aventuras más “modernas”: un soldado desertor que se cansó de masacrar indios en el Lejano Oeste y se retiró a un rancho, se rodeó de personajes secundarios variopintos y se le plantaba a cualquiera. No entendía muy bien porqué, dada mi corta edad, pero el Sargento Kirk y su pandilla me parecían más reales que cualquier otro personaje que haya leído hasta ese momento. Una lástima, y muchos opinarían que es casi una tragedia, que tras la muerte de mi abuelo la casa fue demolida y yo, a cientos de kilómetros de distancia, nada pude hacer para adueñarme de todo ese invaluable material.
Gema del Espacio: «Dear Logan», de Rafael Grampá
El segundo volumen de la antología de Marvel denominada Strange Tales incorpora una pequeña historia del genial brazuca Rafael Grampá, quien imprime su muy particular estilo a otro de mis personajes favoritos de esta editorial: Wolverine. Esta pequeña historia que cumple con los requisitos de esta gema del guantelete en el límite (tiene exactamente ocho páginas) es, una vez más, una sátira del personaje que en algún punto se asemeja mucho a otra “parodia” del mismo, la que pergeñó el maestro Keith Giffen en los ’90 cuando, de la mano del monstruo de Simon Bisley en los lápices y con una ayudita en los diálogos de la Bruja Grant, dio vida al revival de Lobo en la miniserie “Lobo: The Last Czarnian”. Acá Grampa hace algo muy parecido pero se cuida bastante de no caer en la reiteración del chiste y le imprime un sello personal desde el lado del goce: nos presenta un Wolverine sádico que secretamente disfruta de la violencia y hasta podemos entender que se excita con la misma.
Pero detrás de todo ese morbo está el dolor, y cómo el personaje lo maneja. El dolor físico y el que causan los sentimientos, y la insana relación que Logan establece entre ambos, la cual lo lleva a provocar también dolor en quienes lo rodean o intentan acercársele con buenas intenciones. La ausencia de algún tipo de balance o equilibrio entre el daño que provoca a sus seres queridos y el que recibe de sus oponentes podría desdibujar al personaje si el contexto fuera otro (de hecho la mayoría de las veces, en las peores historias del personaje, es eso mismo lo que sucede), pero en este caso y gracias a la enorme libertad que esta antología permite, Grampá encuentra un lugar para poder exponer con sarcasmo esta falta de tensión en la trayectoria del personaje, y en el camino nos deleita con algunas escenas memorables, desplegando su enorme abanico de recursos gráficos en el diseño de los personajes y la narrativa. «Dear Logan» es una muy pequeña historia que nos señala, con mucha altura, los peligros de tomarse este sub-género del comic yanki muy en serio.
Gema del Poder: World War Hulk, de Greg Pak y John Romita Jr.
Si se trata de poder, si hablamos de la palabra poder, su peso, su significado, y la traspolamos al universo comiquero superheróico, ningún personaje se me viene antes a la cabeza que Hulk. Puede que haya –y de hecho los hay-, personajes más poderosos que el gigante esmeralda, pero todo en Hulk concluye en esa palabra, en “poder”. Hulk es uno de los personajes más interesantes que tiene Marvel, no sólo por el rico desafío que supone para un guionista trabajar su psiquis quebrada sino también porque la editorial, con el correr de los años y las décadas, posicionó a esta criatura en un estrato de poder tan alto, tan elevado y tan temido, que lo ha transformado en un héroe casi imposible de derrotar y en una amenaza imbatible e imparable, por partes iguales.
Y ninguna saga refleja de forma más fáctica esa potencial amenaza para la humanidad que World War Hulk, la esperada y temida conclusión de una aventura espacial de Hulk que comenzó con una traición y un exilio impuesto por los forros de los Illuminati. Y ahora nuestro protagonista regresa para ejecutar su esperada venganza, y el planeta Tierra lo va a sentir. Y en el camino, el lado oscuro y aguerrido del marica de Banner se come crudo al Rey de los Inhumans, Black Bolt (de pasadita por la Luna), y nomás al llegar a Manhattan se carga los X-Men para luego seguir con los Gamma Corps, Iron Man con su Hulkbuster, los New Avengers, los Mighty Avengers, al Doc Samson, a los Fantastic Four, a Black Panther, al Dr. Strange e incluso cruza unos golpes con Sentry. Toda esa fiesta en 5 numeritos guionizados por Greg Pak y dibujados por un John Romita, Jr. que -si bien ya no estaba en su mejor momento- de todos modos dio un lindo espectáculo.
Gema de la Mente: 20th Century Boys, de Naoki Urasawa
Urasawa es uno de mis mangakas favoritos y me produce mucho placer el poder incluirlo en mi guantelete. Me cuesta pensar en una obra más compleja que 20th Century Boys: es un trabajo artesanal, un gigantesco rompecabezas orquestado cual reloj suizo, con decenas de personajes y sus acciones desparramadas a lo largo de 50 años de historia. Es una preciosa invitación a todo fan del género policial para averiguar los orígenes y las motivaciones de un hecho que cambaría para siempre a la humanidad, pero el detalle que le pone sabor a la obra es que teniendo como “end game” un marco tan grande, la génesis del mismo podría ser muy pequeña, y el disparador podría estar oculto en una travesura de unos niños durante algunos de sus inocentes juegos.
Urasawa les dio el manual de cómo escribir y presentar Lost a Lieber, J. J. Abrams y Damon Lindelof, lástima que estaba en japonés y lo entendieron para el orto. 20th Century Boys es una pieza de ingeniería, y si solo fuera eso ya estaría bien, pero además tiene alma, tiene fuego, tiene pasión, convicciones, política, teorías conspirativas, y tiene esos lápices del maestro tan expresivos como sencillos que cierra una obra casi perfecta que invitó al debate durante años y obtuvo tal fama y reconocimiento que unos productores se animaron a adaptar la obra en 3 películas live-action bastante decentes, las cuales no recomiendo ver bajo ningún punto de vista si no leyeron la totalidad del manga original.
Gema de la Realidad: American Splendor, de Harvey Pekar, Robert Crumb y varios dibujantes más.
Sin duda alguna, un punto de inflexión en mi vida como lector de historietas fue mi primer contacto con la obra de Harvey Pekar, pero sobre todo con American Splendor. Debo confesar que un tópico que realmente me puede (tanto en este medio como en la literatura, el cine, la televisión e inclusive la música) es la contraposición del american way con la exposición del patetismo de la vida rutinaria del norteamericano promedio, el cual tiene que lidiar con decenas de almas miserables, egoístas, mentirosas y esquizofrénicas, y probablemente haya pocos autores que tengan una mirada más cínica y pesimista que Pekar sobre este asunto. Y pocos dibujantes como Crumb están a la altura del desafío de ilustrar este tipo de aventuras. Nosotros, los argentinos, lo sabemos mejor que nadie: historietas como esta hicieron escuela, lamentablemente, en nuestra región (con un delay de entre dos y tres décadas), y hubo un momento en el cual parecía que nos era imposible encontrar otra cosa que no fueran aburridas historias autobiográficas sin nada interesante que contar, pobremente dibujadas. Pero cuando se trata de Crumb, podemos usar muchos adjetivos para su arte menos “pobre”: su capacidad para acentuar y exagerar características únicas en cada personaje, su habilidad para representar expresividad en los rostros de sus personajes y su eximio manejo de las tintas hacen de su puesta en página un deleite difícil de imitar. Esta historieta es el manual del sarcasmo y el humor negro, es una sátira enorme que no pierde un ápice de vigencia en cada re-lectura y sabe adecuarse a cualquier tiempo. Porque nunca dejamos de estar en crisis, ni nosotros ni ellos.
Gema del Alma: We3, de Grant Morrison y Frank Quitely
Dado el formato de la propuesta del guantelete y mi fascinación por el guionista escocés, me pareció pertinente incluir esta obra que supo conmoverme en distintos momentos de mi vida. Cuando la leí por primera vez, apenas un año después de su publicación original, jamás en mi vida había tenido una mascota propia, pero mi cariño por los animales se hacía entender con perros ajenos, y de todos modos We3 va un poco más allá de ser solo una historia que pretende reflejar de forma muy particular el maltrato animal por parte del hombre. We3 es, probablemente, el punto cúlmine de la colaboración entre Morrison y Quitely: después de esta aventura presentaron una excelente All Star Superman y sus trabajos en Batman y Pax Americana, pero es acá donde muestran todo el potencial narrativo y la química que tienen trabajando juntos. Hay algunas puestas en páginas que te quedan grabadas en la retina de por vida, tanto por la complejidad en el armado de las mismas como por el inteligente uso de todas las herramientas que la historieta puede darte.
La tercera vez que me acerqué a We3 ya lo hice con mi primer y única mascota hasta el momento, Misa, una preciosa gatita que entró a mi vida por una ventana (y una vez casi se me fue de la misma… también por una ventana) y cambió mi forma de ser de maneras que me costaría mucho explicar. La relación entre un hombre y su mascota es casi tan compleja como la que tenemos con nuestros padres, amigos, hermanos o hijos, llegado el caso. Y ahí Morrison logra dar en la tecla una vez más: allá donde alguien podría percibir una “humanización” de los animales es apenas una explicitación de las motivaciones que movilizan a estas criaturas, y de la forma en la que las mismas los vinculan con los humanos.
Obras como We3 son las que, a mi entender, elevan el medio y lo equilibran hacia arriba. Historias como estas, sencillas en su argumentación pero complejas en su ejecución, sin demasiadas pretensiones pero abordando varias temáticas al unísono e invitando al lector a reflexionar sobre varios tópicos importantes que de una u otra forma terminarán cruzando sus vidas, aunque más no sea tangencialmente, son las que renuevan el interés por la historieta y garantizan la buena salud de la misma por tiempo indeterminado.
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