Seguimos explorando la etapa menos conocida de John Byrne que -por extraño que parezca- es la última, y en esta oportunidad rescato otra de sus miniseries para IDW que estaba pensada para ser punta de lanza de una nueva serie que vaya uno a saber por qué nunca fue.
Ya a miedo de sonar reiterativo, no puedo dejar de decir, qué buen momento atraviesa Byrne durante esta época, al menos en lo que se refiere a la parte gráfica. Esta mini se publicó durante 2012 y el dibujo está increíble. Incluso arranca con una secuencia muda de unas diez páginas que es realmente hermosa y totalmente influenciada por James Bond.
Y sí, esta serie no es otra cosa que eso, el Bond de Byrne, pero ambientado en plena guerra fría, donde funciona perfecto con unos villanos soviéticos sin grises y dispuestos a todo para perpetuar el comunismo. El protagonista es Michael Swann, un agente del MI6 al que vemos renunciar en las primeras páginas tras unas diferencias con su superior directo, lo que lo lleva a seguir haciendo trabajos para Su Majestad pero de manera freelance, en momentos que el gobierno no se quiere hacer cargo de lo que está pasando.
Y así es como “El contrato Damocles” encuentra a nuestro héroe tratando de detener a un científico que quiere desertar y venderle sus planes para construir cohetes a los rusos. Obviamente por detrás se tejen otras cosas y todo es muy distinto a lo que parece. En tan sólo cuatro números, Byrne se cocina una de espías que no defrauda, donde buena parte del mérito le corresponde adesarrollo de su protagonista, ya que es la única constante.
Lo más interesante que hace Byrne acá es plantear una historia bien redondita: no se va por las ramas generando subplots, desarrollando secundarios, ni nada parecido. Es todo palo y a la bolsa, un juego brillante con arquetipos que a esta altura del partido no pueden serles ajenos a nadie.
Como decía antes, Swann es James Bond pero un poco más sucio, menos caballeroso y sin miramientos a la hora de romperles el cuello a sus adversarios. Casi podríamos decir que es un agente secreto pero sin el romanticismo que muchas veces se les endilga a estos personajes que en el fondo son tipos entrenados para cumplir misiones a cualquier costo. De todas formas, como él mismo explica: “Jamás mata mujeres, salvo que sea necesario”. Y esto es importante ya que su némesis en toda esta historia es obviamente una agente soviética, la Mayor Natasha Orlova con la que mantiene una relación de amor-odio, con polvos y asesinatos del uno al otro de por medio.
Una de las mejores cosas que tiene la miniserie es cómo da por sentado mil cosas: o sea, Swann tiene un pasado, no es su primera misión y por lo tanto tiene una reputación, amigos y enemigos producto de esto. Y con Natasha claramente hay un pasado en común que se deja entrever con algunos diálogos pero nada mucho mas allá de eso… y tampoco hace falta, y ahí esta lo bueno. Byrne tira magia para narrar ciertas cosas y deja que uno complete el resto, aprovechando que hay miles de historias como esta y no es muy difícil rellenar los blancos.
Y como me pasó con Triple Helix, me dejó con ganas de más. Lamentablemente, ya pasó la suficiente cantidad de años como para suponer que al menos en el futuro cercano no va a haber más historias de Cold War, a pesar que al final de la misma aparezca el cartelito que promete el regreso de Michael Swann. Por suerte uno es paciente y capaz, en una de esas, un día de estos el barbado maestro nos sorprende y se le da por contar más historias con estos personajes que sin duda tienen bastante tela por cortar.
Dejanos tus comentarios:
Tenés que iniciar sesión para poder comentar.