Se sabe que el Celestial Byrne es un samurai declarado de otra divinidad, Jack Kirby (como la mayoría de nosotros, los homínidos), y como si de un legacy hero se tratase, no sólo realizó un recorrido profesional similar, sino que se animó a trabajar con personajes y conceptos que, en su momento, no habían sido del todo exitosos para su creador Jack, el Rey inmortal. Tal es el caso de OMAC, acrónimo para One-Man Army Corps, una idea de ciencia ficción desarrollada entre 1974 y 1975 en la que se nos presenta un Siglo XXI al borde del colapso de la raza humana que encuentra su ultimo bastión de defensa en la Global Peace Agency (GPA). Dicho organismo opera mediante su campeón Buddy Blank, un ciudadano “a pie” que se somete a una intervención hormonal de alta tecnología y es convertido, con la intervención del satélite inteligente Brother Eye de por medio, en el todopoderoso OMAC. Las similitudes con el Capitán América[1] no terminan, ya que el científico a cargo del proyecto es asesinado, y con el desaparece los secretos claves para reproducir con éxito el proceso que transforma a Blank en un ser invencible.
Luego de 8 números llenos planicies argumentales (apenas algo más que excusas para poner a héroe a repartir piñas), diálogos anquilosados y personajes más áridos que un manual de Derecho Procesal, la colección fue cancelada abruptamente y, si bien hubo algunas menciones al personaje en otras colecciones como Kamandi[2], Buddy Blank quedó el freezer esperando coyunturas editoriales y creativas más propicias.
El año 1991 fue el momento indicado cuando DC comenzó la publicación de una miniserie de cuatro números en formato prestige realizada integralmente por John Dios, en la que el alabado autor barbudo se ocupó de mechar aquellos cabos sueltos que Kirby había dejado tiempo atrás, y, ya que estamos, de profundizar un poco en el personaje central de la serie. El argumento inicial nos muestra a OMAC batallando para defender los últimos restos de humanidad de la amenaza tecnológica que representan las maquinas de Mr. Big, un inescrupuloso empresario (que ya había hecho su aparición en el numero n°2 de la época kirbyana) que obtuvo su inmenso poder a base de billetazos y ciencia aplicada. Es en esta primera entrega de la colección donde vemos uno de los aportes más importantes de Byrne: la intención de darle carnadura a los personajes, sobre todo al héroe.
Página tras página, vemos al campeón de la cresta reflexionar sobre el status quo imperante, sobre su razón de ser, su relación con otros humanos y así hasta llegar a la victoria sobre el enemigo, al que ejecuta con una simpleza pasmosa al descubrir que el villano no es más que un viejo decrepito que hace parecer a Carlos Fayt como un gimnasta olímpico. En eso aparecen los agentes a GPA para revelarle a OMAC la existencia de una máquina del tiempo que le permitió a Mr. Big escapar por el tiempo lo que produjo modificaciones en la línea temporal, y que la realidad en que se encuentra es una consecuencias de esos actos y ahora el alter ego de Buddy deberá ir al pasado a evitar que multimillonario garca modifique nuevamente la realidad a gusto y paladar.
Aquí es cuando empieza lo más jugoso de la propuesta creativa de Byrne, ya que el autor aprovecha el desplazamiento del protagonista, a los Estados Unidos del ‘30 en plena depresión económica, para darle un peso especifico real a Buddy, la parte débil del invencible OMAC (en este contexto histórico está mucho más cerca de ser un Giovanni Savarese recién bajado del barco que el personaje original de Kirby). Buddy ha sido despojado de su memoria por el viaje temporal, así como de sus poderes por no estar en sincronía con el Brother Eye, y debe hacer frente a una serie de adversidades vinculadas no sólo con su amnesia sino también con el escenario económico y social de una gran ciudad arruinada y con Mr. Big amasando poder. Claro que las aventuras costumbristas de un flacucho pobre que apenas llega a fin de mes, tiene un familia que alimentar y encima sueña con escenas futuristas no duran mucho y hacia el final del segundo capítulo vuelve su capacidad para convertirse en el capo máximo.
Otro evento bisagra del Siglo XX que es tomado por el ídolo para articular su guión es el advenimiento de Hitler y con él, la Segunda Guerra Mundial. El éxito de este suceso es clave para los planes de Mr. Big por lo que OMAC se pone en campaña para desactivarlo matando al mismísimo canciller alemán. A esta altura, la historia comienza a flaquear con un exceso de explicaciones sobre la importancia de la existencia, o no, de la Alemania Nazi y la guerra en realidades futuras y las consecuencias del viaje temporal, con un gran bagaje de teoría física, a la que claramente John le pegó una mirada para abordar la escritura y el final resulta un poco frio y aburrido. Lo que es sumamente interesante es el recurso argumental que Byrne emplea para poner en continuidad TODO el trabajo previo de Kirby en el personaje, con lo que logra homenajear al Rey con el doble juego de resignificar a su creación aggiornándolo con las estrategias narrativas del comic contemporáneo, que incluyen siempre modificaciones de algún tipo, a la vez que se las ingenia para mantener intacta la herencia kirbyana. El homenaje también está presente en la bajada de línea, a veces sutil y otras veces burda, sobre el tema de las guerras, la discriminación, la fe sin límites de la ciencia y otros temas recurrentes en las ideas del genio Jack.
Gráficamente la miniserie también va de mayor a menor. Empieza con una página devastadora en todo el sentido de la palabra, y para el final de la historia se nota un poquitín de desgano. Suma por todos lados la variedad de ambientaciones que tiene el relato por lo que se puede apreciar el inmenso talento del anglo-canadiense a la hora de plasmar con su estilo todo tipo de armamentos, vestimentas, vehículos, ciudades, pelos (desde clásicos hasta esos raros peinados nuevos) y un largo etcétera, así como de evocar el estilo compositivo kirbyano cuando reproduce algunas viñetas y diseños personajes a lo largo de casi doscientas páginas en blanco, negro y grises, aplicados con las tramas mecánicas que Byrne manejaba como nadie.
El OMAC de Byrne puede abordarse entonces como un producto que reboza la personalidad indudable de su autor en cada dibujo y texto, donde la efervescencia creativa que lo caracterizaba a principios de los ´90 reinventó una idea anquilosada y dejó una marca ineludible en la historia del personaje. Pero su mayor logro fue haber producido semejante cambio en el personaje desde el pleno respeto, y por sobre todo desde el cariño, con lo que inicialmente había propuesto ese inmenso autor que fue Jack Kirby, cuyo legado aún nos llena de energía, como si del rayo transformador del Brother Eye se tratase.
[1] Originalmente las ideas basales de OMAC fueron presentadas por Kirby en Marvel para una historia de Steve Rogers en el futuro pero fueron bochadas por la editorial.
[2] En los números 49 y 50 de dicha serie, Denny O’Neil establece que Buddy es el abuelo del último chico en la Tierra.