SPOILER: Esta va a ser una columna política, de denuncia, de calentura social ante lo que está pasando. ¿Y cómo arrancarla? Bueno, quizá lo mejor sea hacerlo desde el principio. Quizás mi primera experiencia en materia económica (siempre relacionada a la historieta) fue cuando, allá a fines de los ´80, consumía Patoruzú. Mi vieja me daba los pesitos para ir al kiosco y comprar la revistita y hacerme feliz, y recuerdo que cada semana el valor era más alto. Es decir, para mi esa situación era normal: Patoruzú aumentaba desbocado y ese era el orden natural de las cosas. Los años fueron pasando y, conforme yo crecía, iba entendiendo la compleja arquitectura de las cosas.
Poco tiempo después los medios de comunicación hegemónicos se cansaron del bigote radical y orquestaron la ascensión al poder de la patilla traicionera. Los años de bonanza, esa ficción en la que un dolar valía lo mismo que un peso, generaron cierta biblioteca accesible, donde el «tapa por 1.7» era tan bizarro como nos puede sonar hoy. Si eras comiquero en esa época y te administrabas bien, podías hacerte de buena merca, y vaya si lo hicimos. Pero como toda ficción siempre debe acabar, no muchos años después llegó el caos. La recesión e inestabilidad de un país que ya no tenía nada para vender ni entregar cayó en manos de una Alianza nefasta, comandada por un títere sin alma que era tan fácil de manejar, que decía «Gracias Marcelo» perdiéndose entre el decorado, y que tuvo que escapar en helicóptero dejando un tendal de muertos y caos como pocas veces se había visto.
Todo se revolucionó, y olvidate de comprar algo porque los precios se empezaron a disparar. Con el cabezón a la cabeza, la devaluación trajo incertidumbre y los pocos que conseguían algo para vender, te rompían el orto con precios ridículamente altos. Fueron años de miedo, de no saber qué iba a pasar. De temer por el laburo, por la paz social, por la represión desmedida siempre amenazante… Pero de pronto llegó un pingüino al poder, uno que no junaba nadie, y de a poco empezó a poner en orden las cuentas. La economía empezó a estabilizarse y de pronto no sólo teníamos trabajo, sino que hasta podíamos darnos (de nuevo) el lujo del arte. Comprar material de afuera no era ya tan difícil con un dólar controlado, y la relación costo-cantidad era bastante razonable. Me cansé de hacer pedidos a Amazon y las cajas llegaban con precisión. La colección seguía creciendo y tuve que ampliar la biblioteca para no tener todo tirado por ahí. Los años fueron pasando y también empezó a darse el fenómeno de las colecciones semanales en los kioscos. Empezabas con una, luego agregaban más y de pronto veías con preocupación el abultado monto que desembolsabas por mes en eso que te apasionaba tanto.
Y de pronto, llegó Macri. Y con él, el neoliberalismo. Es muy fácil ganar una discusión con el gil que tira «se robaron todo» y toda esa sarta de pelotudeces. Simplemente preguntale «¿Vos sabés lo que es el neoliberalismo?». Listo, conversación finalizada. Porque si este gobierno ganó, fue debido a tres tipos diferentes de gente: el ignorante, el egoísta, y el que combina ambos. El ignorante es aquel que cree que este país se entregó quebrado, que «se robaron todo» y que no había un solo kirchnerista que no fuese corrupto y malvado. El egoísta es aquel que sabe que eso no fue así, pero le chupa un huevo porque esta situación le conviene y mucho. Y el ignorante/egoísta es la combinación más perfecta y peligrosa, porque no se sabe hasta dónde puede llegar con su estupidez.
Hoy, con el dolar a 26.5 (y sigue subiendo) cualquier compra a Amazon se vuelve imposible. Un tomito de 5 issues más envío ronda los 800/900 mangos y es una locura. ¿Colecciones de Salvat? De 6 o 7 que seguías, tal vez logres mantener dos, con suerte (si es que tenés la suerte de mantener un laburo en el que te sigan pagando). Es que cuando no alcanza, lo primero que hay que recortar, aunque duela, son los lujos, y no hay lujo más caro que el arte.
¿A qué viene toda esta perorata política? Gente: vivimos tiempos muy difíciles. Sé que esta columna debería hablar de historias, de autores, de movimientos artísticos… pero también hay momentos en los que tenemos que parar el carro y plantarnos en nuestras convicciones. Porque no sólo está en juego nuestro derecho a la cultura, sino también nuestro modo de vida, nuestras tradiciones, nuestro país. «La patria está en peligro», y no uno que pueda solucionar Patoruzú o Juan Salvo, sino cada uno de nosotros.
¿Cómo? Votando con conciencia, intentando abrirle los ojos a la gente que nos rodea (en el laburo, en el gimnasio, whatever), y nunca dejando de interesarnos por las cosas que pasan a nuestro alrededor, porque vivimos en este país, que tiene una larga tradición oligarca.
A veces siento que sigo caminando hacia aquel kiosquito en busca del Patoruzú semanal y que a cada paso que doy, algo se va destruyendo para no volver nunca a ser igual. Quizá sea una sensación demasiado alarmista. Pero no está de más ser cuidadosos, y defender lo que creamos justo en los momentos indicados. Quizás esta columna genere debate, puteadas y kilombo, y estará bien que así sea. Pero antes de putearme, mirá a tu alrededor, evaluá la situación, dejá el odio de lado y desviá la vista un poco de tu propio ombligo y decime, sinceramente, si este gobierno es bueno para tu país o no.
Canejo, la respuesta a esa pregunta es lo importante. Decime sinceramente si tu colección creció en los últimos dos años y medio o si ya no comprás lo mismo que antes. Yo tuve que cortar muchas cosas, con mucha tristeza. Dejar colecciones incompletas y anaqueles a medio llenar porque sinceramente no me alcanza. Quizás tengamos la suerte de que dentro de muchos años podamos conseguir fácilmente todo lo que hoy dejamos en mesas de saldo accesibles. Quizás. Pero para que eso suceda, necesitamos un cambio de rumbo urgente. Cambiemos…


