La Mansión Wayne

Llegaste hasta acá, luego de tantas páginas, tanta puesta en juego de tu modesta creatividad. No sos Moore, ni Morrison, no. Sos Geoff Johns.

El gol de tu vida

07/07/2020

| Por Bruno Magistris

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4Cómodo, tranquilo en tu propio mundo de historias seguras, amenas y hasta a veces muy buenas. Descansando en el tímido prestigio que has sabido recolectar en todos estos años de trabajo, de creador de historias, de forjador de mundos creativos.

Empezaste de abajo, muy tranqui. Nunca descollaste pero sí aprendiste un oficio: el de narrador. No jodamos, uno sabe sus limitaciones. Uno entiende desde muy temprana edad hasta dónde podrá llegar en esto de darle vida a personajes que no son suyos pero con los que has crecido y que ayudaron a que te formaras.

Y el éxito te elevó a otros ámbitos menos artísticos y quizás más burocráticos, añadiendo otro cargo a tu currículum y llevándote a un lugar donde no estás del todo cómodo, artísticamente hablando. Porque si de cómodo hablamos, no podés quejarte: la guita está muy bien, tu nombre en los créditos reluce, pero falta algo…

Llegaste hasta acá, luego de tantas páginas, tanta puesta en juego de tu modesta creatividad, pero honestamente. No sos Moore, ni Morrison, no. Sos Geoff Johns.

En la cancha, sos un 5 cumplidor, que organiza, para la pelota cuando hay que pararla. Mira, gambetea, la pasa, hasta hace goles… pero nunca ese gol deseado. Ese que de chico viste en la tele en un Diego prendido fuego, que corre imparable entre lo épico y lo imposible, que deja ingleses tirados como si fueran de cartón, que llega al arco y esquiva al arquero y marca el gol de su vida, el gol de todas nuestras vidas, “para que el país sea un puño apretado”, y abrazarse, y llorar, y decir gracias.

3No, ese gol nunca lo marcaste ni podrás marcarlo. Ese gol te queda grande, y lo sabés. Pero no te desanima. Atrás quedó aquel complejo infantil en compararse con los GRANDES y sentirse (saberse) inferior. La vida no ha sido avara con vos, no. Te ha dado mucho, te hizo llegar hasta acá, con una historia creativa por momentos interesante, con un cargo editorial muy alto… en fin, nada de qué quejarse.

Pero ese gol…

Y de pronto a alguien se le ocurre una idea (no a vos, estoy seguro que nunca podrías haberte animado a pensarla): ¿y si te pongo en el Azteca de 1986, con la 10 en la espalda y ante el pase premonitorio de Enrique que “te deja solo”? ¿Te animás a correr hasta el arco contrario?

No, es imposible que la idea la hayas tenido vos… ¿para qué? Habiendo llegado hasta donde llegaste, meterse con algo así, con la obra magna de todos los tiempos… ensuciar Watchmen… ¿para qué? No, no me jodan. Meterse con algo así sólo puede traer desprestigio, comparaciones humillantes, insultos a la moral… No, ni lo sueñen.

Pero qué lindo sería hacer ese gol.

Mirás a tu hijo jugar en el patio y de repente esa sensación de que sí, le has dado todo. Sí, le dejas mucho. Sí, lo amás con toda tu alma pero… ¿qué sentiría si su padre marcara un gol como ese, si se consagrara ante treinta mil personas que gritan su nombre llorando de emoción? Dudás, te negás… decís que lo vas a pensar. Demorás lo más posible, pero al fin alguien te presiona por un sí o no… y mientras asentís, una parte de vos te grita “¡te volviste loco!, ¿qué estás haciendo?!”. Pero no la escuchás, o al menos la ignorás, y te calzás la camiseta.

Azul, brillante, con ese 10 blanco en la espalda que pesa tanto (¿de qué está hecho?).

Cuando levantás la pelota, la sentís liviana y poderosa a la vez. Blanca con esos dibujos cuasi indios, como si fuesen sigilos milenarios que predestinan la gloria.

1Comenzás a pensar la historia. “Watchmen” no puede repetirse en el título… sería una afrenta al 10. Debería tener otro gancho, otra forma de referirse a ella…

“Doomsday Clock” no está mal. Elegante, profético, poderoso. Así se llamará entonces… pero eso es lo más fácil. Ahora hay que pensar qué hacer con aquella historia que leí y releí tantas veces y que, cada vez, se vuelve más grande, más abarcativa. Que cada vez muestra más capas de sentido, más pieles en una cebolla que es imposible de agotar. Dios, ¿qué hice? ¿Cómo me metí en esto? No… no desfallezcas, mirá para adelante. Los primeros defensores quedan atrás, con un grácil movimiento de ataque. Empezás a correr y sentís algo diferente, que de pronto ya no es una carrera como las demás sino que algo te impulsa con cierta intención oculta aún, pero que se empieza a dilucidar. Y tenés a todos los personajes de aquella obra maestra a tu disposición… ¿los usás a todos? No, solo algunos, y no demasiado. Otro defensor esquivado. ¿Intentás ser más grande que aquello en lo que te estás metiendo? No, sé que eso es imposible, así que me limitaré a honrar a cada página algo que me excede y que hoy puedo, con humildad, tener entre mis manos. Otro defensor… el rectángulo del arco se empieza a delinear, cada vez más nítido. Y llega la duda esencial: ¿qué querés dejar con esta historia… el mismo cinismo agrio de que todo está perdido… o algo más? Mirás hacia el costado por un segundo y lo ves a Valdano que corre a tu lado, como gritándote en silencio que se la des. No lo hacés, entrás al area.

No, esta historia no es de desesperanza, ni de cinismo, ni de pérdida… es de amor.

¿Amor? Pensás mientras Shilton abre los brazos mirándote fijo. Sí, amor, pero por todo. Por Watchmen, por DC, por Superman, por los comics, por este medio que me lo dio todo en todo sentido. Por el barbeta, por vos que leés, por mis hijos, por estar vivo y por tener esta vida y por compartir este momento juntos. Amor por TODO.

2Amagás, gambeteás hacia la izquierda y el dolor del patadón en el tobillo no mitiga la increíble alegría de ver la pelota ir hacia el gol de tu vida, hacia la gloria, hacia la Historia. Y cuando mirás con lágrimas en los ojos esperando ese momento, el TOC del palo te deja en shock, y pensás “no, Dios, no me hagas esto”… y en la milésima de segundo en la que todo sucede implorás, rogás, por algo que salve el momento. Y quien corrió a tu lado en toda la jugada, quien te hizo el aguante durante todo el trayecto, pone el pie, cae despatarrado, pero mete la pelota al arco. Gary Frank se levanta, gritando con la 7 en la espalda, y lo abrazás, y lloran juntos, porque es el gol de tu vida sí, pero sin Gary no hubiera entrado.

Y pensás “gracias Dios por la historieta, por Alan Moore, por estas lágrimas, por este Watchmen–Doomsday Clock”.

 

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