La vida del comiquero laburante es cada vez más complicada. La guita no alcanza y hay que estirarse lo más posible para seguir consiguiendo este vicio que define nuestra vida.
Si vivís en la Argentina de hoy, seguramente no te pasará de largo el tema de que la crisis económica nos pega desde todos los ángulos posibles: devaluación, despidos masivos, recesión, y un sinfín de etcéteras. Lo que antes era fácil (ir al kiosco, a la comiqueria, a la feria del libro), ahora está relegado a un puesto cuasi imposible.
Si seguías colecciones de Salvat, seguramente hayas recortado alguna (o todas, como es mi caso). Si te interesaban las que estaban por salir, quizás compres el primer tomo con precio en promoción para tener uno y llorar cada vez que pases por el kiosco y veas que salió otro. Si seguís alguna página en facebook con las próximas novedades, tal vez te persignes y le reces a todos tus santos que este gobierno finalmente desaparezca y vuelvas a aquel poder adquisitivo que alguna vez supiste tener.
Si todo eso te pasó, entonces sí, seguramente vivís en Argentina.
¿Entonces qué hace uno? Y…. la relectura es inevitable. Si te quedó por casualidad algún libro sin leer en la biblioteca esperando pista, lo más probable es que no lo leas de una, sino que lo dejes ahí como “tengo uno que guardo para después”. Con ese afán de dejar lo mejor para el final, amargo final. Así que mirás bien e intentás reencontrarte con aquel título que tenés casi olvidado pero que sabés leíste alguna vez.
Y de pronto: la hecatombe. ¿Qué más puede salir mal en estos tiempos en que ni siquiera podés comprar cosas nuevas? ¿Qué otra espada de Damocles caerá sobre tu cuello cuando al menos intentes releer algo que disimularás no recordar demasiado? La falta de tiempo.
Pongámonos de acuerdo: si tenés un buen pasar gracias a mamá y papá, todo esto te va a chupar un huevo. Si tenés un laburo medio pelo y sos soltero, te afectará un poco más. Pero si la vida te regaló un hijo (como a quien les habla) las responsabilidades empiezan a ser otras, y los tiempos más cortos.
¿Y por qué? Porque con un laburo ya no te da el cuero.
Empezás a hacer changas, o agarrás el auto después de laburar todo el día y lo hacés UBER. O sea que salís de casa a las 7 de la mañana casi sin dormir porque el bebé lloró, laburás hasta las 18 y volvés cagado de calor en el tren, llegás a darles un beso a tu mujer e hijo, y le metés otras tres o cuatro horitas en el auto para juntar un pesito más. Volvés a casa hecho percha cerca de la medianoche, comés algo tratando de no hacer ruido y, ducha mediante, te acostás al menos con la paz que tu hogar te genera.
Y al día siguiente, lo mismo. Y al otro, también. Y así van pasando los días, los meses.
Quiero dejar algo en claro: todo lo que uno hace, lo hace por sus seres queridos. Mi vida entera es mi mujer y mi hijo, y dejar la vida laburando no es algo tan malo cuando lo hacés por ellos.
Habiendo aclarado eso, continúo. Primero, en decir que no está bueno necesitar dos laburos para salir de la línea de la pobreza. Como dije antes, en épocas anteriores el sueldo de un empleado medio bastaba para vivir bien, y hasta darse ciertos lujos. Hoy eso no es así.
Estarán aquellos que salten y digan “se dobadon todo” y demás, aquellos que con el agua al cuello siguen defendiendo lo indefendible. Pero nadie puede decir que en estos tiempos estamos mejor que antes, sería un ejercicio de masoquismo puro.
¿Y cuándo lee uno? ¿Qué tiempo te queda para agarrar una historieta y disfrutarla? El bondi, el tren, la espera en el dentista, no mucho más. Y siempre relecturas, sin guita para comprar novedades.
El arte suele ser un salvavidas, que en épocas de maremoto emocional viene a sacarnos de la melancolía y a devolvernos a la luz. Y es un rincón que sólo puede llenarse con él mismo: nada puede reemplazar el deleite en un trazo ágil, o un color brillante, o en una narrativa audaz.
Hoy casi no leo. Escribir esta columna es lo más cercano a la Historieta que he estado todo el mes. A veces hasta pienso que debería empezar a vender cosas para subsistir. Desprenderme de aquellos tesoros cuya sola mirada me encienden el corazón y que han estado conmigo desde siempre…
Y entro a Mercado Libre y publico algunos, y se venden. Y con eso compro leche, compro juguetes, compro ropita para mi hijo que la necesita y a la que ya no puedo acceder como antes. La venta da resultado, y sigo publicando, y vendiendo. Rápidamente pasan otros dos meses (tan solo dos meses) y hoy, parado adelante de mi saqueada biblioteca, veo tan sólo el número 1 y 2 de Gattin y el Equipo, historietas que me regaló mi vieja en San Bernardo y que me niego a vender, por más que alguien ofreciese fortunas (lo cual dudo). Pucha, qué triste es esto. Pensar que supe tener libros y libros y ahora todo se fue salvo esto que es un pedazo de mí y que sería como arrancarse la piel.
Pero mi hijo tendrá leche, y pan, y luz por la noche.
Quizás pienses que esto es una burda propaganda opositora. Quizás tenga algo de eso. Pero lo mío es nada comparado con lo que le está pasando a muchísima más gente.
Ya no leo ni en el tren. El cansancio es tal que, si logro sentarme, me quedo dormido hasta llegar. A veces me siento entre andenes, en el piso, porque no doy más.
La tristeza del arte perdido, se agrava con la sensación de que dentro de no mucho, ni siquiera tendré las ganas de leer que al menos hoy, todavía me quedan.
Quién sabe…
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