Palomar y Después

Sobredosis de misterios y una trama que no se termina de resolver, en una novela gráfica dibujada a un nivel descomunal por Beto Hernandez.

Sloth

31/12/2024

| Por Andrés Accorsi

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Virtudes Capitales

Sloth en castellano es Pereza, uno de los siete pecados capitales. Y también es una novela gráfica (la única) que Gilbert Hernandez realiza para el sello Vertigo en 2006, parte de ese período «promiscuo» en el que coqueteaba al mismo tiempo con Fantagraphics, Dark Horse y DC.

Son 122 páginas en blanco y negro, dibujadas por Beto en el nivel más alto de su ilustre trayectoria. Gráficamente, Sloth solo se puede comparar con lo mejor de su obra: Speak of the Devil, Chance in Hell… y no mucho más. El trabajo que le puso el ídolo a estas páginas es absolutamente descomunal y consagratorio. Cada cielo nocturno es una sinfonía, cada viñeta está perfectamente organizada, con la información exacta y la dosis adecuada de detalles, como para agregarle verosimilitud a un trazo simple, caricaturesco, como el que caracterizó desde siempre a Beto. La puesta en página es clásica pero muy variada, muy dinámica, con un truco infalible para puntualizar ciertos momentos (heredado de Will Eisner) que es hacer desaparecer los fondos y el marco de la viñeta y dejar a los personajes «flotando» sobre un fondo blanco.

Despacito

Sloth es la historia de Miguel, un chico abandonado por su mamá y criado por sus abuelos, quien un día entró en coma sin motivos aparentes y, un año después, despertó. Desde entonces, retoma su vida normal en su pueblo, pero mueve más lento que la gente normal. Esto va a afectar desde la forma en que toca el bajo en su banda de rock, hasta la forma en que se vincula en la intimidad con Lita, baterista de la banda y novia de Miguel. Ahí tenemos tres misterios: los motivos por los que Miguel cae en coma, los motivos por los que despierta y cómo cambia su vida desde entonces. Cuatro, si nos preguntamos por qué lo abandonó su mamá. Y cinco, si querés saber por qué está preso su papá.

Pero hay más: la tutora de Miguel, a cargo de mejorar su rendimiento en la escuela secundaria, también tiene un montón de problemas que Beto apenas insinúa, hay un ex-novio de Lita que le revolotea alrededor y quiere volver, y hay una onda medio rara entre la baterista y Romeo, el guitarrista de la banda. Y falta lo más importante: en el pueblo donde viven los protagonistas se cultivan limones y hay un enorme campo todo sembrado con limoneros… que es el foco de más misterios y todo un lore de leyendas urbanas que los tres miembros de la banda de rock (también llamada Sloth) conocen, aman y sueñan con investigar a fondo, para ver si son reales. Gente desaparecida que supuestamente está enterrada bajo los limoneros, espíritus extraños, una especie de hombre-cabra capaz de poseer cuerpos… Obviamente acá Scooby-Doo y sus amigos se harían un festín.

Punto y coma

Con todos estos conflictos y proto-conflictos, Beto nos atrapa durante unas 70 páginas. Y cuando pensamos que no le van a alcanzar las 50 páginas que le quedan para cerrar todas las puntas que abrió, pega un volantazo que nos deja pedaleando en el aire. De pronto cambia la realidad, y la que se despierta del coma es Lita. Ahora ella es la que se mueve más lento, mientras que Miguel es un pibe fachero al que le revolotean un montón de pibitas del cole y Romeo es Romeo X, un astro del rock al que todos estos adolescentes veneran y consumen con un fervor inexplicable. ¿Qué pasó acá? Nunca lo sabremos.

La tutora y los abuelos de Miguel desaparecen y ahora la que está en cana es la mamá de Lita. El nuevo conflicto central es que Lita quiere conquistar a Miguel, y quiere conseguir entradas para el concierto que va a brindar Romeo X en el pueblo. Finalmente la chica lenta se va a levantar a los dos: al facherito del cole y al astro del rock. Los limoneros van a seguir ahí, pero apenas se va a mencionar el hecho de que Romeo está obsesionado con ellos. Y en un último giro bizarro, será el propio Romeo (el que faltaba) quien tendrá un accidente y quedará en coma.

Entonces, entre la sobredosis de misterios que se acumulan en la primera parte y esta nueva realidad que se impone en la segunda (en un pase de magia que recuerda a una peli de David Lynch), el argumento termina por no resolverse jamás. Podemos conjeturar que Lita sueña las primeras 70 páginas mientras está en coma, podemos suponer que el espíritu del hombre-cabra posee primero a uno y después a otro (tipo Deadman), podemos buscar simbolismos en esos limoneros que cautivan a los adolescentes… pero nada tiene una explicación real.

Si para disfrutar de un comic necesitás que la historia cierre, y que todo (o casi todo) lo que plantea el autor tenga una lógica, un por qué… bueno, Sloth no tiene chances de quedar entre tus novelas gráficas favoritas. Este es un Beto más suelto, más raro, con más ganas de bucear en el inconsciente de los personajes que de llevar a buen puerto un relato reader-friendly, o convencional. Un Beto que se ceba mandando fruta… en este caso, limones.

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