Hermosa impostura
The Twilight Children, publicada por DC/ Vertigo en 2016, es una obra de Beto Hernandez tan, pero tan de Beto Hernandez, que todo el tiempo sentís presente la impronta gráfica de Beto Hernandez, aunque no la dibuje Beto Hernandez. Por algún motivo (supongo que comercial), Beto no dibujó The Twilight Children, sino que le entregó el guión y unos bosquejos muy básicos de los personajes a otro genio del Noveno Arte, el malogrado Darwyn Cooke. Cooke dibujó la obra en su inconfundible estilo (de hecho, fue la última historieta que llegó a concluir antes de su prematura muerte), pero de alguna manera es imposible escaparle al influjo de Beto. Esto es como si fueras a ver a The Cure y en vez de Robert Smith apareciera… Eric Clapton, o Peter Frampton. Son guitarristas de la San Puta, cantan bárbaro… pero las canciones de The Cure están pensadas para ser interpretadas por Robert Smith, y se nota mucho.
Por momentos sentís que los personajes en realidad están dibujados por Beto, pero usan una máscara, con los rasgos faciales dibujados por Cooke. Es todo muy raro, es como una impostura, no sé… Obvio que Cooke dibuja como los dioses y es genial tener un libro con las últimas 120 páginas que dibujó en su vida, encima coloreadas a un nivel sublime por el maestro Dave Stewart… pero esta historieta es tan Beto que la magia de Cooke casi sobra.
Pase lo que pase
La historia en sí es totalmente adictiva. Sin recurrir nunca a los bloques de texto, Beto nos presenta un misterio jodido, un montón de personajes fascinantes, historias que se cruzan en un pueblito donde todos se conocen, un clima como de “nada de esto es demasiado serio”, a pesar de que pasan cosas fuertes, y con consecuencias para nada triviales… Beto te tira todas los elementos fantásticos juntos al principio del relato y después juega a naturalizarlos, a incorporarlos a un ámbito real, propicio para el drama o la comedia costumbristas a las que nos acostumbró a los fans de Palomar.
La historia empieza cuando un orbe blanco aparece en la orilla de un pueblito remoto de algún rincón de Latinoamérica y unos chicos lo pinchan, a ver qué es. El extraño objeto explota y deja a los chicos totalmente ciegos. Más tarde aparece paseando por la costa una hermosa joven que tal vez sea alienígena, y la gente del pueblo se le acerca. Pronto la chica se va a convertir en una persona de interé para un par de agentes de la CIA, y va a despertar sentimientos románticos en Felix, un joven científico estadounidense que llega al pueblo a investigar el orbe, y que es lo más parecido a un personaje con el que el lector se pueda identificar.
Al igual que Felix, el lector se ve absorbido por la complejidad de la trama y la variedad del elenco… que no se llega a desarrollar demasiado. Da la sensación de que esta era una historieta que requería más páginas para que todos esos elementos que Hernandez y Cooke incorporan al relato cobren más sentido y se ensamblen mejor. Así como está, está bien, tiene muchos momentos memorables, pero con 30 ó 40 páginas más, los sucesos se podrían presentar de modo más lógico, y con más orden.
¿Te lo tengo que explicar?
Si hay algo para criticarle a The Twilight Children, es que el final no aclara minuciosamente todo lo que había para aclarar. Pero es emotivo, impactante y muy bello, y me parece que desde el principio uno asume, o entiende, que este no es un comic en el que todo lo que pase va a tener una explicación clara y precisa. Uno entra en la narración y al toque percibe esa esa pátina de ambigüedad, esa mezcla entre sucesos que se presentan de modo muy orgánico, y otros que se sienten abruptos, o fruto de casualidades o caprichos. Para cuando se acerca el final, pareciera que los autores se dan cuenta de que tanta superpoblación de personajes, hechos accesorios y subplots les van a quitar espacio para lo que tienen ganas de resolver y los empiezan a cerrar, o a sacárselos de encima, para tratar de cerrar las puntas principales.
Y cuando finalmente llegamos a esa especie de climax, permanecen las dos sensaciones que nos atraviesan a lo largo del desarrollo: cierto clima de confusión (probablemente buscado por Darwyn y Beto) y la certeza de que esto, con más páginas, tendría más fuerza y más consistencia.
Más allá de estas «fallas», estamos hablando de un comic con un vuelo increíble, personajes atractivos, una ambientación exótica (¿cuándo fue la última vez que un yanki y un canadiense ambientaron una saga en Latinoamérica?) y la típica atmósfera bizarra y enroscada de tantas obras de Hernandez, potenciada y embellecida por los dibujos de un genio del Noveno Arte. Según cuentan ambos, la coordinadora Shelly Bond los ayudó muchísimo a encauzar sus ideas, y a la vez les dio una gran libertad para trabajar. El resultado no es un 10, pero se la puedo recomendar sin ningún reparo tanto a los fans de Darwyn Dios como a los de Beto HernanDios.
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