Para Soriano, el color local es una experiencia contradictoria. En su inaugural y elegíaca Triste, solitario y final, quiso que un argentino melancólico buscara, en la tierra de Marilyn y de John Wayne, la explicación de la caída en desgracia de dos geniales humoristas yankis. Hay en ese librito perfecto un uso perfecto del idioma de los argentinos y de la tradición norteamericana, sobre todo del policial negro. Autor sumamente politizado desde el Peronismo, supo sin embargo admirar al indiferente Borges y al antiperonista Cortázar. Del primero tomará su amor por la línea dura del policial y su vocación de escritor; del segundo, la búsqueda política y ese estilo irresistible para el lector. Después de su exilio y de aquella primera novela, Soriano pudo construir –anclao en París– una literatura terriblemente nacional y comprensiblemente cosmopolita: nacional por su temática, por su idiosincrasia y por su lenguaje; cosmopolita por sus personajes, por su amplitud, por sus leales traducciones. Sea en el típico pueblito de Colonia Vela o en el exótico país de Bongwutsi, sea a través de títulos que evocan tangos devenidos himnos o a través de epígrafes de Jim Morrison o de Melville, encontramos en él una argentinidad empalagosa como el dulce de leche y persistente como el mate amargo, que se filtra por las palabras de un hombre más que quiso, supo y pudo hablar como nadie de la Historia argentina (Peronismo, Malvinas, Proceso) a través de una alocada y seductora y dura ficción.
Sánchez… Pepe Sánchez
Imposible imaginar el lector que pueda resistir el sutil encanto de Pepe Sánchez, ese agente no tan secreto que nos regalan el humor de Robin Wood y la pluma de Carlos Vogt. Chanta con mucha onda, el Pepe nos recibe en Operación Retrueno –esta reedición sumamente cuidada de sus primeras siete historietas a cargo de la editorial Thalos– tomando mate, impávido ante los gritos de su jefe, mientras mira el clásico Boca-Chacarita. ¿Boca-Chacarita? Sí, sí, señores, porque Pepe, fana de Chaca, nació y vivió en los años setenta, un tanto ajeno a los revuelos nacionales, pero inmerso de lleno en la guerra fría o, según su visión, más bien frívola, ya que él parece preguntarse por qué es que pelea esa gente, para qué, qué le pasa. Y sin embargo, ahí lo vemos, saliendo de un lío para meterse en otro, a uno u otro lado de la cortina de hierro, tomándose la vida con soda… y un poco de tinto.
Argentino hasta el caracú
Las aventuras de Pepe son una parodia (“un homenaje, che”, diría él) de las de James Bond, en principio, y de las películas de artes marciales y de policías duros de los setenta. Así, tenemos los títulos “Operación Retrueno”, “De Rusia con amor… tadela”, “El satánico Doctor Sí”, “Goldedo”, “Operación Tragón”, “Con tacto en Francia” y “Pepe el Sucio”. También hay, a la manera de una historia extra, una “Información secreta sobre Pepe Sánchez” donde Vogt nos cuenta, en seis originales páginas originales, algunos turbios detalles de este personaje sencillo y magistral. Pepe zafa, igualmente, de ser una copia de los grandes espías o un simple tonto con suerte como el Superagente 86 porque tiene una personalidad propia, que le pertenece a él y sólo a él y que puede describirse casi exclusivamente con argentinismos: entrador, cheronca, bolú, ganador, fiera, gilún, piola, capo, copado, chanta, vivo, caradura, pintón… Como en aquella primera historieta de Inodoro Pereyra, en la que el gaucho de Fontanarrosa quería diferenciarse de Martín Fierro, Pepe logra ser él mismo sin proponérselo. La serie, que sigue algunos argumentos de los títulos que parodia, se presenta más bien como un what if…? que plantea cómo sería ese mundo tan exótico y fantaseado del espionaje visitado por un argentino típico, a veces asustadizo o valiente, vueltero pero autosuficiente, siempre despreocupado y algo ignorante (no sabe otras lenguas, ni cómo se escribe Estambul, ni cómo se pronuncia Fort Knox).
En el bautismo de fuego de “Operación Retrueno”, asistimos a la transformación radical de Pepe, que pasa de estacionar autos a codearse con James Pont, el espía británico a quien inicia en la dulce costumbre del mate amargo y libera del five o’clock tea. Esa primera misión de recuperar diez bombas atómicas lo obliga a hacer algo que odia con toda su alma: abandonar un picado con los muchachos del trabajo y partir a la aventura con su equipo de combate: mate, bombilla, yerba sin palito, cortapluma con alicate, pata de conejo, la honda hecha por su tío Jacinto. El tono de esta aventura es el que marcará el resto de los episodios, con un chiste o una agudeza verbal cada viñeta y media y con un dibujo hilarante en cada una. Al final, Pepe salvará el día y se ganará en buena ley la admiración de James, sorprendido por la capacidad tan estrafalaria del argentino para enfrentar las situaciones que le surgen en el camino.
Eres un agente secreto contra los nabos
En las siguientes andanzas, aparecerán diferentes enemigos que deberá vencer utilizando diferentes recursos, aunque casi siempre la viveza criolla. Más allá del cameo de un corrompido Nippur (que cualquier fanático del hombre de Lagash sabrá apreciar), los malhechores serán reconstrucciones de oponentes clásicos de Bond, que terminarán besando la lona o sucumbiendo antes los encantos o la perseverancia de este hombre insólito y común. ¿De qué maneras sale, entonces, de estos enredos? Veamos algunas: a un hombre que le apunta con un revólver le bloquea el cañón con “el dedo más rápido del Oeste”; a un poderoso matón ruso lo conquista con un tango cantado a dúo; a un urso imberbe lo domina con un chupete mojado en miel; a un bizco, con su gomera; a un mafioso, con su terquedad.
Tu nombre en clave es partuza
Pepe es una fiesta, le pese a quien le pese. Es de esos personajes que arrancan sonrisas voluntarias y carcajadas involuntarias. Su filosofía de vida (su filosofía debida) le dicta un comportamiento que lo hace quedar bien parado sin grandes esfuerzos y que le permite al lector reírse con él y a veces también de él. Cuando su jefe le dice que no cree que Arik Goldedo, el hombre más rico del mundo, sea un simple millonario, Pepe contesta: “Ah, un millonario complicado”. Y al final de esa misma aventura, cuando logra evitar el robo del oro de Fort Knox y el presidente de los EEUU le pregunta qué le gustaría recibir como agradecimiento por sus acciones, él contesta: “Nada, excelencia. En mi país hacemos lo que hacemos sin esperar ninguna recompensa. Nos basta con la conciencia del deber cumplido…”, pero en ese momento se le desliza de la campera un lingote de oro y no puede dejar de decir “pucha, qué papelón”. En otra escena, después de ser torturado con un disco de canciones de la hinchada de Boca, aparecerá en la comisaría escoltado por dos voluptuosas mujeres y despertará la envidia de los policías por la “tortura” a la que fue sometido. En esa última historieta del volumen terminará persiguiendo a su enemigo hasta el fin del mundo, porque hay algunas cosas que no se hacen (hacerle oír canciones de Boca o pintarle el cuerpo de amarillo, por ejemplo).
Wood nos ofrece una historieta con bastante texto y con un humor siempre efectivo: así, en uno de sus típicos textos descriptivos de situación como los de Nippur, leemos: “La noche está pesada como un gordo deprimido y gotas de sudor sumamente ambientales (por así decir) perlan el rostro del rey del hampa”. Recurriendo a contrastes, a gags visuales, a juegos de palabras y a enredos múltiples, el guionista nos brinda 71 páginas de un entretenimiento de primer nivel, con la invalorable ayuda de Vogt, que sabe plasmar con una sencillez y una expresividad fuera de serie los incontables gestos argentinos de Pepe y los vuelve tan protagonistas como lo es el propio agente.
Entretener y divertir también pueden ser, en historieta, palabras mayores.
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