La venganza es uno de los subgéneros dramáticos más antiguos que existen, y quizás su pináculo sea El Conde de Montecristo, la novela de Alejandro Dumas donde un hombre víctima de una traición termina injustamente encarcelado. En su encierro, recibe una herencia que usa para su regreso triunfal y planificar su venganza sobre quienes complotaron contra su figura. La venganza justa, un concepto que termina siendo una justificación para que hombres buenos obren con técnicas malignas. Pero para Osamu Tezuka, la venganza le queda mejor a hombres malos que obran de maneras aún peores, como demuestra Alabaster, serializada entre el 21 de diciembre de 1970 y el 28 de junio de 1971 en la Weekly Shōnen Champion de Akita Shoten, una obra tan hija de la depresión que sufría, que Tezuka mismo renegó mucho con la idea de republicar este trabajo. Un poco por su temática oscura, el accionar macabro de algunos personajes, pero sobre todo por la pésima repercusión por parte del público: la editorial recibía infinidad de cartas de odio por parte de los fans del mangaka que no soportaban el pesimismo.
Pocas historias han sido escritas donde todos los personajes son figuras que, por más antagonistas que sean el uno del otro, solamente representan la maldad. En el centro de atención está James Block, un deportista que termina en la cárcel por un hecho de violencia. En su encierro conoce al Doctor F. quien tras una promesa de alcanzar la invisibilidad, se expone a su experimento que sale terriblemente mal. Block decide comenzar su venganza contra la sociedad y la belleza del mundo y entabla una alianza con Ami, la nieta del científico. Al ser su madre víctima de los experimentos de F., Ami nació completamente invisible, por lo que era maquillada de cuerpo entero para poder ser una figura visible, algo que solo lograba que se burlaran de ella por estar toda pintada. Así, una figura que sólo se revela hermosa bajo capas de pintura, termina bajo el halo de resentimiento del protagonista, enemigo declarado de la belleza.
Otro representante del mal es el co-protagonista Genya, un delincuente juvenil que presiona a Ami para que trabaje para él, aunque termina seducido por la villanía de Alabaster y colabora con él. Aun así, su representación del mal es algo más mundana: no deja de ser un simple rastrero que sólo busca su propio propio beneficio, distinto a las intenciones criminales a gran escala de Block. Es, tal vez, lo más parecido a un “bueno” en esta historia porque no quiere quedar pegado a él, aunque solo logra entrar más y más adentro dentro de este juego perverso. El némesis de todos ellos es una figura del “elenco estable” de Tezuka: Rock Holmes, caracterizado como un agente del FBI
Dentro de esta historia de misterios (Tezuka la consideraba como una mala imitación de las historias del escritor estrella del eroguro Edogawa Rampo), el aspecto que se posiciona por sobre el género es la condición humana y su degradación. Los primeros capítulos dejan entrever un sesgo racial con Block, pero su resentimiento no pasa por “los blancos” sino por la belleza. La única salida a la redención de su rencor, es que todos sean igual o peor que él, y no por nada su némesis, Holmes, se cree una persona hermosa. Y además, Ami, caracterizada como una figura femenina de suma belleza, solo puede deslumbrar bajo la “ilusión” de miles de capas de maquillaje, que le dan una cierta irrealidad a su aspecto.
Para Tezuka, las condiciones humanas no las definen el exterior sino el interior, algo que parece extraño decirlo cuando todos los personajes están “podridos” por dentro. Pero para ejemplificar, A Block se le dispara el odio a raíz de un acto de discriminación racial, una suerte de mensaje de denuncia hacia la violencia racial por parte del autor. Un hombre cuasi perfecto cuyo único error fue el color de piel que terminó perdiendo junto con su humanidad. Holmes también representa la belleza de una manera más hegemónica, un pavo real fanático de su belleza caucásica y herencia griega, alguien que se siente todo el tiempo moralmente más que el resto. Pero pese a representar a la justicia en esta historia, sus intenciones son más personales que altruistas. Y pese a esta coraza hermosa, su naturaleza monstruosa no necesita de ser demostrada por un hecho traumático, está casi a la vista de aquellos que puedan verlo, algo que queda claro en una terrible escena donde apresa a Ami para conseguir información sobre Alabaster y luego violarla.
El ying y el yang está forjado entre el hombre que lo perdió todo y necesita vengarse, y el hombre que tiene todo, pero insaciable, necesita más y el mundo le queda chico. En el medio, no hay lugar para tibios, representado en esta caso por la bondad humana, casi inexistente a lo largo de los diez capítulos que forman la obra.
Alabaster está a mitad de camino entre ese Tezuka que representa la aventura que típica del shonen y el Tezuka más dark. El clima es opresivo pero todavía le falta darle una vuelta de tuerca a su dibujo, que conserva algunas mañas “cartoon” mientras que por otros momentos se estiliza hacia un dibujo más realista (los animales intervenidos por Alabaster, con todos los órganos dados vuelta son imágenes impactantes), que calza mejor con este tipo de obras. Dibujos que -el maestro mismo reconoció- les costaba ver por lo duro que simbolizaban. ¿Tal vez una obra maldita, algo que el Dios del Manga trató de olvidar? Probablemente, pero para el resto de los fans, esta debe ser una de sus obras maestras de un período tan rico como desolador.
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