Desde que en Enero de 2005 Ed Brubaker y Steve Epting relanzaron la cabecera del Capitán América, este vivió siempre en el centro de la escena del Universo Marvel. Una década antes de este relanzamiento (que trajo consigo la hoy ya clásica saga de la resurrección de Bucky Barnes como Soldado de Invierno) otro escritor, el ilustre Mark Waid (co-autor de la espectacular Kingdom Come y guionista de larga estancia en la serie de The Flash), tomó las riendas de la serie y la llevó a cotas impensadas durante aquellos caóticos años ´90. Pronto volveremos sobre este señor.
Volvamos al amigo Bru. Mientras éste desarollaba su extensa etapa al frente de la serie, el Capi se vió inmerso en aquella pretenciosa y exitosa ola de deconstrucción de personajes clásicos denominada Civil War (Mark Millar y Steve McNiven, 2006), en donde los superhéroes se ven divididos y enfrentados por cuestiones políticas e ideológicas. Como consecuencia del final de la misma, el Capitán fue asesinado (en una de las muertes más mediáticas de la historia del comic), y al tercer día -o un poco más- resucitó. El propio Brubaker lo relanzó nuevamente sin pena ni gloria, le llegó el turno al popular y polémico a partes iguales Rick Remender que lo llevó en una dirección totalmente opuesta a la de su predecesor (mucho más cercano al delirio del Rey Jack Kirby de mediados de los ’70, con Armin Zola incluído), y luego vendrían las Secret Wars Hickmanianas (sí, ése término lo inventé) que traerían consigo otro relanzamiento de la serie a cargo del popular Nick Spencer. Spencer volvió a sumergir al personaje en un ambiente sofocante y “adulto”, para llevarlo de cabeza al siguiente evento Marvel, orquestado por el propio autor: Secret Empire, en donde el Capi no es tal y la serie respira mala leche y por doquier, sin que por eso se vea afectada la brillante narrativa y estructura del polémico guionista.
Pero todo tiene su límite y si algo demostró el siglo XX con respecto a la cultura popular es que todo es relativo y cíclico y que, de una u otra forma, todo vuelve ¿y por qué digo ésto? Porque el público (y la editorial) se cansó de tanta claustrofobia argumental y tanto “realismo a pie de calle” con el bueno del Capitán América que, por primera vez en más de una década, estaba pidiendo el cambio. Se necesitaba respirar, levantar la mirada al cielo y sentir aquello que se creía perdido hacía tiempo: la Esperanza. ¿Y quién mejor para devolver esa esperanza y ese necesario optimismo tanto al personaje como a sus lectores? Calculo que a esta altura lo adivinaron. Si, el amigo (porque es un amigo, así de una) Mark Waid. Don Mark venía trabajando en varias series de la Casa de las Ideas, de forma más que recomendable en unas (Daredevil y Black Widow) y no tanto en otras (Avengers y Champions) y no dudó ni un segundo en ponerse al pié del cañón y recuperar esa versión del Capitán que de tanto en tanto nos hace bien recordar: la del superhéroe con todas las letras.
El primer número de su nueva etapa (el 695, primero del Marvel Legacy, penúltima movida editorial de la compañía) funciona en dos direcciones: es por un lado una carta de amor al personaje y un guiño al lector clásico (o sea viejo, o sea, alguien como yo) y por otro una tremenda declaración de intenciones, resumida en el mantra “Sabemos lo que es correcto. El fuerte protege al débil. Nunca olviden eso”. Y si, esa viñeta me hizo piantar un lagrimón (soy un blando, lo sé). Tras este número inicial, vendría un arco argumental plagado de aventuras, nuevos villanos y algún que otro clásico, viajes en el tiempo y una claridad para expresar sus ideas de forma humillante para varios de sus colegas actuales.
Lo que nos llevaría directo al antológico número 700 (nadie mejor que Waid para escribirlo) y una última saga a modo de epílogo, ya que tanto el arco argumental como la serie concluyen en el nº704. Acá la narrativa y calidad se resienten un poco, todo hay que decirlo, mietras Waid le pone un colofón a su última (de momento) etapa al frente del Capitán América. El veterano guionista deja al personaje listo para sumergirlo nuevamente en otra era oscura (conceptualmente hablando) pero de interesantes premisas políticas y sociales, que veremos cómo se desarrollan a largo plazo.
Para que este viaje fuera completo y satisfactorio, el viejo Waid contó como co-equiper con uno de los mejores narradores de los últimos años: Chris Samnee, con quien ya había colaborado en las mencionadas Daredevil y Black Widow. El artista, con su estilo dinámico y sencillo muy cercano al cartoon y de línea clara (como otros grandes de la talla de Darwin Cooke o Evan Shaner), es el dibujante ideal para plasmar las ideas del escritor y redondear un pequeña pero poderosa etapa. Los últimos números sin embargo, estarían ilustrados por Leonardo Romero, con la colaboración, entre otros, de Rod Reis, Alan Davis, Adam Hughes y hasta el mismisísimo Howard Chaykin, que pasaba por ahí. También merece la pena destacar la impresionante labor del colorista Matthew Wilson, ideal para completar el equipo de esta etapa.
Tal vez fuera una etapa demasiado corta para lo que uno hubiera deseado, apenas 10 números (uno menos que la primer etapa de Waid en la serie allá por el año 1995, luego vendría una segunda etapa de dos años en 1998 y 1999) pero sin duda necesaria. De la mano de Waid y Samnee no sólo recuperamos la esencia del personaje, festejamos un aniversario importantísimo como es llegar al número 700, y a su vez disfrutamos de una de las etapas más divertidas de Marvel de los últimos años. Casi nada.
Oscuridad, luz. Luz, oscuridad. La eterna dualidad que nos envuelve a todos, le dió un soplo de aire fresco al Capitán que nosotros -los fieles lectores de ojos cansados- agradecemos y esperamos se vuelva a repetir en un futuro cercano.


