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NOTAS

Carlos Trillo + Carlos Meglia (parte 1)

Iniciamos el repaso por las obras de una dupla fundamental para la historieta argentina y mundial.
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Lunes 22 de septiembre

La primera colaboración entre Carlos Trillo y Carlos Meglia se produce antes de que los autores se conocieran, cuando Meglia pasa por Ediciones Record en busca de un guion para dibujar, y se lleva el de una historia corta titulada «Diario de un Náufrago», escrita por Trillo, que llevaba bastante tiempo durmiendo en un cajón. Meglia entrega esas siete páginas a mediados de los ´80, pero la historieta se publica varios años después, en el nº169 de Skorpio.

La verdadera magia empieza en 1987, cuando Trillo inicia su larga y prolífica colaboración con la editorial italiana Eura (hoy Aurea) y se contacta con Meglia para sumarlo a su equipo de dibujantes. De esa unión salen en 1988 los primeros 12 episodios de Irish Coffee, el primer personaje creado en conjunto por los Carlos. Y acá es cuando Meglia se enamora de la historieta. Estimulado como nunca antes por los guiones de Trillo, desarrolla ese estilo tan característico, con esos rasgos aniñados, esa dinámica zarpada, esa línea prolija y caótica a la vez y -lo más importante- ese sistema derivado de sus años en el campo de la animación para crear unos fondos devastadores, que se repiten una y mil veces mientras los personajes se desplazan sobre ellos, como en una película o una obra de teatro.

Trillo plantea a Irish Coffee como un detective con poderes paranormales, que resuelve casos que involucran a espíritus, fantasmas e incluso a productos de su propio subconsciente. Hay una especie de contradicción muy rica para la serie: por un lado, Irish es un auténtico Guacho Winner, se levanta a las mejores minas y es constantemente requerido por el Inspector Martini para resolver los casos más complejos. Por el otro, muchas de las amenazas que debe combatir… ¡las genera él mismo! Sus recuerdos de la infancia, su torpeza a la hora de mentir, sus miedos… todo se le vuelve en contra en algún momento de estos episodios. O sea que nunca lo vemos como al tipo recontra-canchero que se lleva al mundo por delante y soluciona todo de taquito, aunque tiene poderes y carisma como para hacerlo. Irish se comporta más bien como un tipo melancólico, taciturno, al que los poderes le pesan más de lo que lo reconfortan… excepto cuando le toca revolcarse con Sahara Lone en unas escenas de alto voltaje erótico, magníficamente dibujadas por Meglia.

Irish Coffee (publicada parcialmente en Argentina en la revista Puertitas y en un libro a todo color) tuvo tiempo y espacio para convertirse en una muy buena serie. De hecho, Meglia siempre decía que era su favorita. Gracias al éxito en Italia, los Carlos retomaron varias veces a Irish Coffee, para completar 42 episodios, los últimos ya con la colaboración del ejército de asistentes que trabajaba en las historietas de Cybersix. Los trucos para repetir los dibujos son medio alevosos, pero como estos siguen fielmente la línea de Meglia, siempre quedan bien.

La resolución al misterio es impredecible y emotiva y –por si faltara algo- en estos episodios Trillo suma un nuevo personaje interesante (Mary Bloody) y sitúa la acción en la ciudad de Meridiana. Más tarde, en 1997, el personaje apareció un poco cambiado en una plancha semanal que apareció en el diario Clarín, donde Trillo y Meglia conectaban esta saga con la realidad argentina, e incluso enfrentaban a Irish con un villano cuyos rasgos estaban tomados de los del entonces presidente Carlos Menem.

En general, todos los arcos de Irish Coffee (e incluso los dos primeros episodios, que son unitarios) ofrecen historias cerradas, sólidas, con espacio para la caracterización, los climas y las vueltas de tuerca poco predecibles al tema del investigador de casos paranormales, tan gastado de Dylan Dog para acá. De última, si los guiones no te hacen decir “Wow! No puedo creer tanta genialidad junta!”, hay varios episodios en los que te lo va a hacer decir el dibujo, sin dudas.

En 1990, Trillo y Meglia realizaron tres episodios de Big Bang, las aventuras de un detective que no medía ni 25 centímetros. A pesar de estar maravillosamente dibujada, nunca la pudieron vender a Europa, y por suerte en Argentina apareció en Puertitas.

La siguiente idea de los Carlos fue El Libro de Gabriel, otra historieta que los editores europeos dejaron pasar y que acá vimos primero en Puertitas y más tarde en un álbum a todo color. Son apenas 44 páginas… y la verdad que tirar la cantidad de ideas que tira Trillo en esas 44 páginas es poco menos que un disparate. Ahí hay conceptos y premisas para una serie larguísima, hasta para un comic mensual de 20 páginas que dure sesentaipico de episodios. Y estas  44 páginas parecen eso: los dos primeros episodios de una serie larga, que nunca podremos leer.

El planteo no es demasiado original (otra vez ángeles y demonios en la Tierra) aunque resulta ganchero y atractivo. Trillo construye tres personajes muy sólidos y los envuelve en relaciones muy creíbles, demasiado humanas a pesar de sus orígenes celestiales. Ninguno pela grandes poderes, ni alas, ni espadas flamígeras. Esto es misterio sobrenatural muy, muy low-fi, muy por debajo del radar, a años luz de la grandilocuencia y la impronta épica que suelen tener este tipo de historias. Hay un clima más bien intimista, con romances, pases de factura y alguna escena medio hot, todo muy tranqui, muy «puertas adentro». Y una especie de misión a cumplir por parte de Gabriel, que no llega a cumplirse nunca. Y no mucho más.

Cuando el argumento sortea sus primeros escollos, cuando los protagonistas terminan de conocerse y blanquear mínimamente cuáles van a ser los términos de su relación, se termina la historia. No de golpe, pero sí cuando quedaban miles de cosas por explorar, gracias a la enorme riqueza del planteo inicial y el muy buen desarrollo de Gabriel, Michelle y –en menor medida- Lázaro a lo largo de estas 44 páginas.

Si los logros de Trillo en materia de argumento y personajes te deja pidiendo más, lo que hace Meglia con el dibujo directamente te deja pelotudo. Este es el Meglia pre-Cybersix, o sea, el que todavía no delegaba buena parte del trabajo en un equipo de asistentes, sino que se arremangaba y dibujaba casi todo él. Y además ya tenía bien definido su estilo: los fondos recontra-elaborados y recontra-repetidos (en puestas que asemejaban al comic a una obra de teatro), la exageración en los pelitos de los brazos, las onomatopeyas fuera de control, y sobre todo esa estética limpita y cercana al cartoon, que el genio usaba para contar historias sórdidas y perturbadoras. Dinámico, expresivo y sensual como pocos, el dibujo de Meglia brilla acá en todo su esplendor y es motivo de sobra para recordar a El Libro de Gabriel como una maravilla del Noveno Arte.

(el lunes, la segunda parte)