En las páginas de Malenki Sukole comienza la carrera de Dora contra los últimos estertores del nazismo, en su nueva labor que consiste en entrevistar a las víctimas de este terrorífico régimen, de la mano de la abogada Beatrice Roubini, presentada al final del segundo libro. Lo que hacen falta son testimonios que sirvan para enjuiciar a los jerarcas. Una pequeña parte del libro está más enfocada en la paciencia con la que tienen que obrar los abogados contra los arreglos extrajudiciales que permiten a los nazis salir impunes.
-Vemos en carne propia lo que Dora «se entera» al final del libro anterior, que la cacería de nazis puede ser un proceso aburrido y lento, y acá te metes con los juicios donde las penas o eran muy reducidas o simplemente se absolvía de culpa al acusado.
-Todo sirve para mostrar que la cacería de nazis era un asunto complicado y frustrante. El ejemplo que siempre se toma para romantizar este tema y convertirlo en algo épico es el secuestro de Eichmann (se podría decir que el caso Eichmann le hizo muchísimo mal a la ficción sobre cazadores de nazis, ja). No se suele tomar en cuenta que para que un comando del Mossad llegara a nuestro país a llevarse a Eichmann, antes el fiscal alemán Fritz Bauer tuvo que ir en contra del sistema legal alemán e incluso llegar a cometer traición para hacer llegar esa información a Israel. Y todo eso, desde el punto de vista de la ficción, puede ser muy aburrido.
Cada gesto, cada comentario sin embargo, sirve para cimentar lo que vendrá a continuación, y ya en el próximo libro tendremos más sobre frustraciones e investigaciones. Pero ahora el tópico es la identidad, y nuevamente se refleja de distintas formas, principalmente en lo que sucede con Lotte y su verdadero origen polaco:
-¿Tuviste algún tipo de inspiración más autóctona en cómo fue el comportamiento de Lotte durante su «descubrimiento»?
-No me gusta hacer paralelos entre los nazis y otras cosas, pero sí para escribir todo el viaje anímico de Lotte me basé en varios testimonios de nietos recuperados (especialmente en el de Ángela Urondo Raboy), porque no quedó mucha literatura testimonial sobre los bebés polacos robados (por lo menos en un idioma que pueda leer). No hubo allá alguna organización análoga a Abuelas, y muchos de ellos nunca recuperaron su identidad.
¿Qué pasa por la cabeza de alguien que siente que vivió una mentira por mucho tiempo, donde aquellas pesadillas inconexas eran, en realidad, pequeños avisos que trataban de avisar algo? Obviamente la protagonista absoluta es Lotte, que también pega un cambio radical: deja de ser esa joven adulta no ignorante de lo que pasó en su Alemania “natal” (o por adopción) pero sí despreocupada. Ahora entiende que su lugar en el mundo es uno muy complejo, donde sin saberlo, en otra zona de Europa la espera su verdadero origen. Un talismán, el “malenki sukole”, una canción de cuna que funciona como puente onírico entre estas dos Lotte (o más bien entre “Lotte” y Nina, su verdadero nombre).
También está el sentido de pertenencia posado en Klaus, su marido, un alemán que vive a la sombra de su padre, un colaboracionista nazi, a través de su empresa constructora. Negociados que le permitieron seguir con su vida sin molestar a nadie. “Silencio es salud”. Klaus mismo lo deja plasmado en una escena, al decir “me siento el malo de la película”, como si el mero hecho de ser un laburante dentro de la nómina paterna lo convirtiera en un nazi. ¿El alemán es nazi por cuestión sanguínea? Otro trabajo de identidad a realizar, menos importante, pero que muestra la importancia que Minaverry le da a sus personajes secundarios. Todos, de una manera u otra, son víctimas de las atrocidades cometidas por Hitler.
Nuevamente la trama se dedica a avanzar con pasos de bebé para terminar el proceso evolutivo con los personajes. Le faltaba crecer a Lotte nomás, que llega a este punto de la historia con un baldazo de agua fría, pero que sirve para ponerla “al día” al igual que los demás. El fin de la inocencia les llega a todos, de un modo u otro.
DE TODOS MODOS Y DÓNDE SEA: AMSEL, VOGEL, HAHN
-Acá vuelve «la acción» en cierta forma, porque veremos a Dora viajar por Europa en busca de algunas figuras poco importantes del nazismo pero que podían servir para señalar a figuras más grandes ¿Esta elección es para demostrar lo «frustrante» de este trabajo?
-Sí, es por eso, pero además porque para inventar una ficción realista en un contexto histórico no puedo usar figuras importantes. Puedo inventar un Hahn, pero no inventar historias sobre Himmler, por ejemplo. Hay un límite a lo que puedo inventar, que siempre es complicado decidir cómo cruzarlo.
El último libro largo del personaje mientras esperamos la publicación del quinto volúmen, titulado La Ciudad Muda. Publicado apenas un año después del anterior por la misma dupla editorial, Minaverry confiesa que la escritura de Amsel, Vogel, Hahn fue “caótica”, que incluyó un capítulo que , originalmente, fue un encargo del Centro Cultural Finlandés de Madrid, España. Con todos los personajes “crecidos” no solo en edades, se regresa a la persecución de nazis, literalmente hablando. Ya afianzada en la oficina de Beatrice como entrevistadora de víctimas, le toca a Dora recibir un baldazo de agua fría, una mención al pasar: la cacería es un trabajo ingrato y frustrante, un contraste con el optimismo con el que cierra Malenki Sukole: la recuperación de la identidad como única victoria posible, de momento. Los juicios se terminan, los culpables no caen o terminan con condenas absurdas.
¿Qué pasa si no podemos ir por los peces gordos? A buscar a los subordinados: Amsel, Vogel y Hahn, tres nombres propios, tres “pichis” a los que, a intuición de la abogada Roubini, se puede apretar para que confiesen y delaten. Agarrarlos como sea, el leitmotiv. En palabras del autor, ““Agarrarlos” es agarrarlos a la manera de Beatrice, es llevarlos a juicio aunque la justicia sea en muchos casos beneficiosa para los nazis. Ese es el momento en el que Dora se posiciona ideológicamente. Aunque en el futuro su enfoque va a ser un poco más pragmático y heterodoxo que el de Beatrice, las dos están del mismo lado. La posición ideológica antagónica a la de ellas es la de Tom Crane.”
Y hacia allá va Dora, para Finlandia, Bélgica y Escocia a lo largo de todo 1964, mientras la fiebre mod y el peplum explotaban en Europa, para dar paso a un momento más pop y menos sombrío, al menos en la fachada. La bestia seguía escondida en las entrañas de los colaboracionistas. Europa funcionaba de manera dual, y sobre esto hay mucho, porque seguimos observando desde distintas ópticas, los vestigios que dejaron la guerra. En Finlandia, el contacto de Dora, un portuario llamado Leo es un “arrepentido”, un colaboracionista a la fuerza por ser parte del ejército finlandés, que tuvo sus lazos con la Wehrmacht. Su relato y el de su mujer relata con triste perfección cómo se sentían los pueblerinos que simpatizaban con el régimen: gente que dejaba de ver con asco a un hombre de puerto, ahora sentían orgullo por tener como vecino a un “héroe de guerra” que casi muere por la causa. Hay una fuerte culpa en su interior por haberse callado la boca después de ser testigo de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el ejército alemán. Al final el silencio no es salud, la culpa solamente genera un cáncer que, al igual que Klaus, dispara una incomodidad con su ser, por sentirse tan responsables cuando solamente son pobres explotados.
(el lunes, la quinta parte)
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