Con respecto a la génesis del libro, declaraste más de una vez que todas tus novelas son un intento de respuesta a preguntas que no lográs responderte por otros medios. Cuando el Rey de los espinos se publicó, allá por 2014, también hablabas de algo así como una “división internacional del relato”. ¿Tenía que ver con eso la pregunta disparadora o era otra?
Yo creo que había varias cosas, quizás lo más importante era el deseo, simplemente. De algún modo este era el libro que yo siempre había querido escribir, desde que empecé a leer, o a elegir qué era lo que quería leer, y desde que empecé a fascinarme con los grandes relatos de aventura, básicamente. Entonces, como yo desde muy chico, tanto que ya no recuerdo exactamente cuándo, pero que tuve la sensación de que quería ser escritor, quería ser escritor para escribir cosas como esta. Después, obviamente, la vida, el crecimiento, el país, lo llevan a uno a escribir otras cosas, pero ese deseo seguía estando en el fondo. Supongo que porque tenía que ver esencialmente con la vocación. Escribir, para mí, era escribir de aventuras. Eso, por un lado. Y después, ahí sí, se mezcló un poco con esa necesidad de reivindicar de nuevo el género de aventura o el relato épico, en un país en el cual, prácticamente, nos había sido prohibido. Parte de las consecuencias históricas de lo que fue la dictadura era eso, impedir que los argentinos pensásemos en términos de aventuras y de épica, de algo que podía ser conquistado, ¿no? Al contrario, la idea era siempre la de la sumisión.
Y ahí también se juega otro elemento que me he ido dando cuenta, que este sí era muy claramente inconsciente, de que muchas veces yo utilizaba mis historias como una forma de justicia poética, como una manera también de cambiar la historia. Y para mí, la posibilidad de salvar a las hijas de Oesterheld, aunque más no fuese en el terreno de una ficción, era algo que me atraía mucho. Digo, siendo también escritor, un tipo que tiene tres hijas grandes… repito, de manera inconsciente. En mi primera novela, El muchacho peronista, primero me surgió la historia, la idea en términos generales de lo que quería hacer, y en el medio de la investigación histórica que yo estaba haciendo, porque transcurría en la década del ´30 en la Argentina, con un Perón antes de convertirse en el Perón que todos conocemos, un mundo en el cual obviamente yo no había vivido y desconocía por completo, cuando estaba investigando esto también estaba buscando un nombre ideal para el protagonista. Y en una noticia del diario La Nación de aquella época encontré un nombre que me pareció maravillosamente rocambolesco como para un protagonista, y era el nombre de un nenito que había muerto atropellado por un tren, en el día en que yo estaba buscando empezar la historia. Roberto Hilaire (porque era Hilario pero en francés) Calabert me pareció un nombre entre rocambolesco y arltiano y me dí cuenta de esa cosa. “Este pibe murió ese día y le estoy devolviendo la vida en ese día”. Entonces, me ha pasado muchas veces eso, darme cuenta que utilizo las historias para saldar injusticias, por lo menos de este universo.
Tus siguientes novelas se fueron para otro lado. ¿Creés que haber publicado El rey de los espinos cambió en algo ese panorama editorial, tan esquivo a la aventura y la épica?
Yo creo que no, que no cambió. Lamentablemente, tengo esa sensación. No, creo que no tuvo ningún efecto, a ese respecto. Pero no pierdo las esperanzas de que en algún momento lo tenga.
Antes de preguntarte por el Oesterheld guionista y narrador, a propósito de esa intención de poder salvar a sus hijas desde el plano de la ficción, te pregunto precisamente por ellas y por el personaje de la Viuda, que son personajes de peso en la novela, más aún que el propio Autor. ¿Tuviste contacto previo con Elsa Sánchez a la hora de escribir? O bien, después.
No, con Elsa nunca. Conozco a uno de los nietos, sobre todo, con el que tengo una relación ocasional a través del escritor Pablo Ramos, que sí es amigo. Pero se han comunicado conmigo los dos nietos (Martín y Fernando) en algún momento, y han agradecido que yo lo haya escrito. Fernando me regaló hace un par de años una de las últimas ediciones del Eternauta, preciosa, en tapa dura. Pero con Elsa no llegué a tener contacto nunca. Ahora que me hacés acordar, porque se me mezcla todo, coincidimos en aquella feria del libro de Frankfurt, creo que en el año 2010, cuando la invitada de honor era la Argentina. Entonces yo estaba entre los invitados, Pablo también, y creo que esa vez fue cuando estuvo Elsa y la reivindicó a Cristina por todo lo que había hecho… creo que fue ahí.
Además de HGO como figura central en la novela, en los agradecimientos también hacés mención a otras leyendas como Caniff, Pratt, Moore. Si bien te dedicaste a la literatura “a secas”, ¿cuál ha sido tu vínculo con la historieta, como lector?
Mirá, son cosas que ya no estoy en condiciones de recordar, para mí es inseparable de la literatura. Yo leo literatura y cómics desde antes de tener uso de razón, en algún sentido. Siempre fueron dos corrientes absolutamente centrales en materia de mis consumos en materia del género de aventuras. Y por suerte la vida, con esas vueltas que da, me ha permitido tener, de repente, una pequeña amistad (que para mí es muy interesante) con Horacio Altuna, por ejemplo. A quien, cuando charlamos por primera vez, una de las primeras cosas que le reclamé era si tenía originales de Kabul de Bengala, que era una de las historias de Oesterheld que había escrito para, no me acuerdo si Fantasía o El Tony o alguna de las revistas de la época, y él dice que no, que esos originales los tenía Columba, y que Columba se cerró y que Dios sabe dónde estarán. O con José Muñoz, el dibujante de Alack Sinner, que se tomó el trabajo de buscarme y encontrarme, y agradecerme una cosa que yo había escrito, y que me parece un artista del carajo también. Para mí siempre fue y sigue siendo (obviamente no consumo con la misma asiduidad ni estoy exactamente al día de lo que estaba hace algunas décadas) una forma narrativa excelsa a la cual yo venero.
De hecho, tuviste un breve paso como secretario de redacción de Fierro (entre el ´88 y el ´89). ¿Qué podés contar sobre eso?, ¿Cómo llegaste ahí y cómo fue ese paso?
Sí, fue medio accidentado, en todos los sentidos del término. Porque bueno, yo trabajaba hacía algunos años ya en Ediciones de la Urraca, que era el mejor lugar en el uno podía estar, por aquellos años. Y era lector de Fierro, obviamente, así como de El Péndulo. De hecho, cuando El Péndulo empezó a salir, armaron un concurso de cuentos, y ahí un cuento que yo presenté salió segundo, y tuve la oportunidad de ser editado en un libro, en una compilación de esos cuentos. Lo cual, para mí, era un orgullo doble: poder estar asociado al Péndulo de alguna manera y después obviamente escribí algunas cosas para El Péndulo. Pero bueno, en ese momento me convocó Cascioli (insisto: yo era lector de Fierro desde el primer momento) y me dice Sasturain se va, ¿no querrías hacerte cargo de la revista? Por supuesto que abrí los ojos como dos de oro, estaba chocho. Pero claro, lo que yo no sabía era que esa era una oferta un poco envenenada, porque en realidad no era que Sasturain se estaba yendo, sino que Cascioli lo quería echar. Y yo no sabía, pensé que había sido una decisión de Juan de irse, y por eso en el primer número que yo dirigí había como un editorial en el que yo le agradecía a Juan, y le manifestaba mi admiración por todo lo que había hecho, y todo eso. Y después él me putea y me dice ¡pelotudo, si me acaban de echar! (risas) Y yo uy, la concha de mi madre, yo no sabía. Así que, cada vez que surge la oportunidad, le pido disculpas nuevamente, porque yo no tenía idea de que eso se originaba en un conflicto y no en una decisión artística y personal. Pero es un pequeño orgullo, con respecto a Fierro. No puedo atribuirme ni pretendería atribuirme mérito alguno porque todo lo grueso, toda la maravilla ya la había armado Juan. Y Juan Lima, también, que era el director de arte. Así que yo, lo que traté de hacer, fue seguir conduciéndola lo mejor pude y estuvo a mi alcance durante algún tiempo más. Pero bueno, yo también terminé desvinculándome de La Urraca, no en los mejores términos.
En Fierro hiciste El mesías eléctrico, que no era historieta…
En realidad, es mi primera novela, pero nunca llegué a publicarla como tal.
Y de ese corto período en la revista, ¿cómo fue tu vínculo con los autores?, ¿recordás haber impulsado alguna serie en particular?…
No, la verdad que lo tengo muy borrado a esta altura. Lo tengo bastante bloqueado.
Algunos guiones has escrito, también…
Sí, pero nunca llegué a hacer, en ese terreno, algo de lo que pudiera estar orgulloso o pudiera reivindicar. Pinitos, pasitos, intentos, pero nunca llegué a desarrollar nada que me pusiera particularmente orgulloso como guionista de comics.
¿Y una versión en comic de esta novela, o de los personajes del Autor, no pensaste en hacer?
Sí, siempre pensé que iba a terminar escribiendo comics de los personajes… ¡Era parte de la gracia! (Y sigue siéndolo, obvio.)
Volviendo a Oesterheld, recién mencionaste a Kabul de Bengala, ¿recordás algún otro personaje que te marcara, además del Eternauta? Y también te pregunto si recordás cuándo o cómo tomás conocimiento del “otro” Oesterheld, la persona comprometida detrás de aquellas lecturas, y su final. Te lo pregunto desde lo generacional, porque lo leías en su momento, con el tipo aún vivo. Para mi generación y en adelante, por ejemplo, ya viene todo en un mismo “paquete”, digamos, ambas facetas son medio insdisolubles, para bien y para mal.
Unas cuantas cosas las disfruté en tiempo real, siendo niño agarré la parte en la cual Oesterheld estaba colaborando con Columba. Además de Kabul, me acuerdo de otra que se llamaba Roland el corsario, que me encantaba (no me acuerdo quién era el dibujante). Pero para mí eran simplemente más historietas, sólo identificaba que las historietas de Oesterheld me gustaban particularmente, pero creo ni siquiera tenía demasiada conciencia del Eternauta. Sí empecé a tenerla un poco después, cuando empezó a salir la segunda parte, en Skorpio. Como parte de mi generación, ya nos habíamos “graduado”, habíamos cambiado de Columba a Skorpio, y a las revistas de esa editorial, que se llamaba Récord, si mal no recuerdo. Que también editaban otra revista que se llamaba Tit Bits, que también era refrito de una revista que había salido en la década del ´20, o ´30, qué sé yo. Y que a mí me encantaba porque Tit Bits publicaba clásicos: Terry y los piratas, por ejemplo. Me estalló la cabeza con Caniff. Y cantidad de otras cosas. Bueno, en Skorpio salió Corto Maltés también, que fue la primera vez que llegué a él. Pero bueno, mi primer contacto con el Eternauta es ese, vos imaginate a mediados de la década del ´70, ya sobre la dictadura y leyendo primero la segunda parte, antes que la primera. Porque en ese momento… yo tengo varias versiones del Eternauta, habría que ver cuál es la primera versión que tengo, pero ya es en formato libro, apaisado, tapa blanda, hoy seguro ya partida en por lo menos dos pedazos (risas).
Pero no, tardé mucho en asimilar al narrador de aventuras que a mí me gustaba con su historia personal. Lo cual era una de las casi inevitabilidades de la época, salvo, me imagino yo, que ya tuvieses alguna experiencia política particular o vinieses de alguna familia particularmente politizada (ninguna de las dos cosas era en mi caso), así que, del mismo modo, no recuerdo cuándo empecé a escuchar sobre Rodolfo Walsh por primera vez. Sí mi primer recuerdo consciente de reparar en Walsh ya es de los primeros tiempos de la democracia, a partir de una nota de Horacio Verbitsky, en el segundo número de la revista El periodista de Buenos Aires, que era la revista informativa/política que La Urraca sacó en ese momento, pero la verdad es que mucho antes de eso ni siquiera recuerdo haber escuchado mencionar a Walsh. Imaginate, una capucha cultural absoluta.
Volviendo al Rey de los espinos, la Argentina 2019 que proyectaste apenas cinco años antes era una especie de mix distópico entre la dictadura, el menemismo, el macrismo, e incluso premonitoria del actual momento…
Creo que, en algún sentido, fue pura intuición, porque el contexto en el que fue escrito fue pleno kirchnerismo, y la mayor parte del libro yo la escribí en España, yo estaba viviendo en Barcelona. Yo estaba viajando relativamente seguido a España por cuestiones que tenían que ver con libros, con películas. Y escribía en un blog, que editaban allá, y yo les planteé esta idea del relato por entregas. La chispa inicial tenía que ver con eso, aprovechar el formato blog (que era lo que había en ese momento) para imaginar un relato de aventura que tuviese un “continuará”, y que era lo que siempre me había gustado. Entonces empecé a planteármelo a partir de esa posibilidad y después se convirtió en la novela, directamente. Pero estaba en una situación completamente opuesta, en un país completamente diferente… en todo caso, en dos países completamente diferentes. Porque este era un país totalmente diferente en ese momento, y estaba con un océano de por medio, en una circunstancia que no tenía nada que ver. Entonces, supongo que lo que trabaja ahí es el inconsciente, y trabaja a partir de (ahí volvemos al principio) o de cosas que querés responderte o de asignaturas pendientes. Digo, deudas que uno, de alguna manera, siente que quiere saldar. Me imagino que eso es lo que debe haber trabajado, el deseo de seguir contribuyendo (desde la literatura) a reescribir nuestra historia como país, y por algún motivo (del cual ahora no podría dar razón), yo intuía ya entonces la posibilidad de un retroceso fenomenal. Creo que sólo puedo habérmelo permitido, en ese momento, pensando que era un delirio, que era parte de mi fantasía. Porque si me preguntabas objetivamente, en términos de análisis político, yo te hubiera dicho “no, no puede ser”. Que después de lo razonablemente bien que estábamos viviendo, y después de todo lo que pasó, que nos vayamos tan al carajo, te hubiera dicho que no. En todo caso es un miedo que estoy tratando de conjurarlo para que no ocurra, pero que no lo considero posible. Sin embargo, creo que la realidad terminó estando a la altura de la pesadilla.
Con respecto a los personajes, Milo es el protagonista, pero definitivamente estamos frente a un “héroe colectivo”, tan plural como las líneas espacio-temporales por las que la novela transita. Personajes de fantasía y de épocas pretéritas conviven con historias reales de pibes del conurbano, y de no hace tanto. Hacés convivir Matadero cinco y las guerras del opio en China con el caso del “Frente” Vital, por ejemplo. ¿Dudase en algún momento de poder combinar narrativamente esos elementos sin que le haga ruido al lector? O que no les cerrara a editores.
No, ninguno de los dos casos. Cuando me pongo a concebir una historia nunca estoy pensando en los editores, si no, no haría lo que hago. Siempre digo que, en todo caso, soy la pesadilla de los editores, porque en general no suelo escribir una cosa que se parezca a la anterior en nada. Cuando lo más fácil es encasillarte en un género.
Como una máquina de chorizos…
Hay trabajos muy dignos dentro de géneros, no voy a hacer nombres, pero si pensara en nombres, de los escritores más o menos reconocidos en Argentina ahora, son reconocidos porque están vinculados a un género. Terror, policial, o policial y terror… y yo en general trato de ser fiel a la naturaleza lúdica de la escritura y me gusta que cada novela sea una aventura distinta de la anterior. En ese sentido, nunca he considerado la conveniencia de los editores. Y en materia de lectores, siempre es una especie de fantasma, una especie de entidad gaseosa. Pero trato de suponer que hay otros lectores como yo, ahí. Si a mí me entretiene, o me intriga, o me fascina, debe haber alguien más, no creo ser el único. Ése es el único tester que utilizo. Digo, si a mí me funciona, a alguien más le funcionará. Más bien me dejo llevar, en lugar de censurarme por ese tipo de consideraciones. Al contrario, me parece que, si doy con lectores o lectoras lo necesariamente sensibles y curiosos, creo que esas mezclas les van a gustar. Me parece que es parte, en todo caso, de la novedad que el relato puede traer al paño verde del juego.
Del mismo modo, me pasaba con respecto a los héroes en sí mismo. Le pasaba al mismo Oesterheld: al principio, todas las cosas que le pedían que tenía que hacer tenían que ver con géneros y escenarios de aventura que no tenían que ver con Argentina. Y a mí me gustó esta posibilidad de agarrar los estereotipos, si se quiere, de determinado género: el vampiro, el pirata (mezcla entre Sandokán y el Corto), el aventurero intergaláctico y el guerrero medieval. Pero sacarlos de eso y hacer que el guerrero medieval provenga del mundo árabe y que sea gay; que el aventurero intergaláctico tuviera sangre lakota o cherokee; que el pirata fuera un irlandés (que los irlandeses son también negros del mundo como nosotros); una princesa vietnamita; que el vampiro no fuera el de Transilvania sino de América Central. Así como estaba tratando de reivindicar nuestro derecho a la aventura, para la cultura argentina (que parecía haber quedado limitada sólo al cómic, en la literatura, con honrosísimas excepciones, ya no la encontrás), lo mismo para mí era tratar de apoderarnos también de estos clichés o este tipo de personajes de aventura, pero desde una realidad que tiene que ver con la del Sur, con la de nuestro mundo. No sólo argentino per sé, sino todo lo que de un modo u otro sea América Central, o provenga del mundo árabe, o tenga una diversidad en materia de género, que en general no lo ves en las usinas de héroes que vienen de Occidente.
Hablando de heroísmos, cuando los héroes de papel quieren volver a sus respectivas ficciones, Milo intenta convencerlos con el argumento de que, cuando se está frente a la posibilidad de ser héroe y no se asume esa responsabilidad, sobrevienen consecuencias no deseadas, aunque él mismo intentará huir de ese destino cuando sea su turno (porque como joven y pobre, no se considera digno). Para el Baba, es al revés: ni loco vuelve a la gris realidad, una vez que la aventura llama a su puerta. Acaso la que sintetiza la cuestión sea Lady Qi Ling, consciente de lo que implica ser la persona que está en el lugar indicado, a la hora justa y con los resortes a mano: “Porque puedo”, piensa ella.
Un poco es eso. Yo tengo en claro que a Oesterheld le gustaba la aventura como género, como lector, porque leía de chico las mismas cosas que yo leía de chico. Clásicos de la aventura en general: Oesterheld leía libros, no es que leía cómics, pero leía a Salgari, a Verne, a Stevenson, todo ese tipo de cosas. Nunca pensó que iba a terminar puesto en un lugar en el cual iba a tener la posibilidad de intervenir físicamente, de poner el cuerpo (además de la cabeza) en el terreno de la aventura. Lo mismo le pasa a Walsh, de alguna manera. No eran los planes que tenía para su vida. Oesterheld, por un lado, supongo que son sus hijas las que lo motivan, básicamente. Y a Walsh, ese “fusilado que vive”. Ese trance que yo suelo comparar con el futuro Pablo de Tarso, que originalmente perseguía cristianos, es derribado del caballo por una iluminación y termina cambiando su vida. Digo, los dos terminaron cambiando sus vidas (sin dejar de hacer nunca aquello a lo que sentían llamados vocacionalmente, que era la escritura, crear narrativa) al darse cuenta de que la hora requería de ellos algo más. Y a mí me parecía necesario que ese dilema estuviese, también. Pero me gustaba también, no dejar las riendas principales de la historia a los héroes profesionales, más allá de que se empiezan a cuestionar si son reales o no, o si tienen alguna responsabilidad con esta circunstancia (ya que ellos vienen de otra), sino que los héroes de la historia en realidad fuesen Milo y el Baba, los peores cortados formalmente para la historia. Uno es un pibe cabeza, con aspecto de villero. Y me pareció importante… fui descubriendo que era importante cuando empecé a plantearme la historia. Obviamente, el deseo original para mí era jugar con los piratas, los vampiros, todo eso. Pero aparecieron ellos y me demostraron que eran los personajes principales.
Y con respecto a los villanos, los “malos”, está el coronel Lazarte, está la OFAC. Y también está Hainaut, que no se deja ver, queda pendiente ese misterio.
Claro, la idea siempre fue seguirla. Eso no está explicado… ¡lo del Rey de los espinos no está explicado! No me pidas que te lo cuente ahora, porque no te lo voy a contar (risas). La idea siempre fue continuarlo. Igual ahora, por eso te digo, lo estaba repasando hace un rato y pensaba ¡puta madre, qué laburo! Pero bueno, crucemos los dedos para que llegue la circunstancia y me pueda dedicar a escribir esa continuación como querría.
Una punta pendiente con respecto al tema del cruce entre ficción y realidad, es el hecho de que a Metnal no lo hace emerger el Autor, él se “auto convoca” cuando descubre que alguien lo escribe, que ha sido narrado por otro. Imagino que estará relacionado con los aspectos de la física cuántica que aborda la novela. ¿Te sospechaste siendo escrito alguna vez?
No a ese punto, pero sí empatizo diariamente con esa sensación de que vivo rodeado de signos. No creo en las casualidades per sé pero me doy cuenta, sobre todo cuando empiezo a enfilarme en una historia, cuando me doy cuenta de que estoy por entrar a carretear con una historia en particular, de que toda mi realidad se resignifica, de alguna manera, y siempre van apareciendo cosas. Así como te decía que apareció el nombre del protagonista de El muchacho peronista, todo el tiempo siento que la realidad no hace otra cosa que tirarme herramientas para facilitarme el trabajo, en todo caso. Por añadidura, debería suponer que sí, que a veces siento que alguien me está escribiendo, pero lo siento más bien como un colega. Como que el universo funciona también como “el gran narrador”. El radar se va perfilando en determinada dirección, lo único que hace es tirarme todo el tiempo elementos que terminan siendo útiles para la historia. Es como si toda la realidad se pusiese en función de lo que yo necesito para escribir, son esos momentos creativos que a mí me encantan.
O sea que al Rey de los espinos no lo conociste…
No, sé quién es, pero todavía no llegué a él (risas).
Por último, y en línea con el próximo estreno de la serie del Eternauta, ¿sería posible una adaptación del Rey de los espinos como serie o película para plataformas? Circula aún en Youtube una especie de corto que acompañó el lanzamiento de la novela, a modo de book trailer.
Sería un sueño verla convertida en una serie, claro. No en una película única, porque si no terminaría en versión condensada y desangrada de toda gracia, como suele pasar con las adaptaciones de Dickens y con la última de «Salem’s Lot», de Stephen King. (Que es su novela que más quiero, dicho sea de paso.)
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