HIGHLANDER, NO EXISTÍS
Japón, período Tokugawa. Anotsu Kagehisa, joven líder de su propia escuela de kenjutsu, está decidido a definir esta era. «El camino de la espada
es el camino a la victoria», es el lema del clan de espadachines de Anotsu conocido como Itto-ryu, y para probarlo se dedican a matar a todo maestro
de la espada que no se una a ellos. Una de las primeras escuelas en ser eliminadas por Anotsu y sus seguidores es el Myutenichi-ryu. Mientras su padre
es asesinado por las espadas del Itto-ryu, la joven Rin Asano jura vengarse de Anotsu, sin importar el precio. Pero después de dos años de entrenarse
ella sola, no ha adelantado mucho en su objetivo de eliminar al asesino o a cualquiera de sus mortales discípulos. En la tumba de su padre conoce a
Yaobikuni, una monja de 800 años que le sugiere el nombre de alguien que puede ayudarla en su búsqueda de venganza.
Es así como Rin se encuentra con Manji, un ronin con un precio sobre su cabeza, conocido como «Señor 100» en alusión al número de vidas que ha quitado
a lo largo de su carrera –comenzando por su propio amo y culminando con el asesinato accidental de un policía que resultó ser el marido de su hermana.
El dominio del arte de rebanar gente que posee Manji es complementado por un pequeño extra: gracias a la monja y su conocimiento de ciertos gusanos de
la sangre conocidos como Kessen-Chu, él es inmortal; cuando el cuerpo que los aloja es herido, ellos dan su propia vida para cerrar la herida. Ya cansado
del arma de doble filo que representa la vida eterna, y con demasiadas culpas en su conciencia –las vidas inocentes que arrebató, la locura de su hermana
y su posterior asesinato- Manji hace un pacto con la monja: si logra matar mil hombres malvados -diez por cada uno de los que él mató-, finalmente podrá
morir. Luego de varios tires y aflojes, el samurai acepta la propuesta de Rin de ser su guardaespaldas, y así accede a un buen número de malos para asesinar
y achicar la cuenta, ya que habrá que pasar a través de los diferentes rangos del Itto-Ryu para llegar al líder.
La Espada del Inmortal (Mugen no Juunin, literalmente El habitante del infinito), esta increíble historia concebida y dibujada por Hiroaki Samura, comenzó
a ser publicada por Kodansha en Septiembre de 1994, y no es desconocida para los fans del seinen; todos deben, al menos, haber oído hablar de ella. Y no es
para menos, ya que a pesar de resultar familiar en muchos aspectos para cualquiera que haya leído o visto una historia de samurais, al mismo tiempo logra
mantener al lector a la expectativa. El manga comienza con un marcado tono épico y termina por convertirse en una travesía algo más filosófica y psicológica.
Luego de 14 años y 22 volúmenes recopilatorios, el arco argumental que actualmente se desarrolla en Japón está llegando a un clímax, y todo parece indicar
que Samura ha alcanzado la recta final. Y mientras en este lado del mundo tratamos -como podemos- de ponernos al día, hablemos un poco de este atípico manga.
UN LUGAR EN EL MUNDO
En líneas generales, esta serie roza la excelencia. Lo que comienza bien no hace otra cosa que ponerse cada vez mejor. El punto principal es que Samura deja
que su trabajo evolucione y no se estanca en una percepción particular de cómo debería ser un manga de este género. Uno de los primeros aspectos que notarás
es su particular ambientación. Samura no trata de presentarnos un Japón realista o históricamente «correcto», sino más bien un lugar vil y corrupto donde
impera la ley del más fuerte, como si se tratase de un barrio bajo de una gran urbe moderna al estilo Nueva York. El autor también hace un esfuerzo conciente
por evitar la imagen tradicional que tenemos del samurai; aquí, ninguno de ellos está restringido a las ropas tradicionales, las espadas japonesas y otras
formalidades. Cada uno se viste con un kimono extravagante y empuña un arma igualmente extravagante, y prácticamente ninguno se apega a código de honor alguno.
La regla es matar o morir y los guerreros aprovechan cualquier ventaja que puedan obtener, mientras eso los mantenga con vida. La dureza de este Japón resulta
en un festival visceral de sangre donde los combatientes prefieren tomarse su tiempo para cortar en pedacitos a sus oponentes en vez de darles una muerte rápida
y limpia, y donde la ley aparentemente prefiere dejar que sus ciudadanos se despachen unos a otros. Todo ello contribuye a intensificar el efecto que el manga
produce en nosotros, y también lo distingue de la mayoría de las historias de la misma clase.
Sin embargo, esa aspereza encuentra su balance en el colorido (el cual se puede apreciar en las portadas); es un lugar peligroso, pero también muy psicodélico.
El trabajo de arte es brutal, intenso, y tosco, pero absolutamente exquisito. En lugar de encontrarnos con páginas pulidamente entintadas y limpias de principio
a fin, los dibujos de Samura parecen más bien bocetos, y los sombreados están hechos con métodos tradicionales al lápiz. Las secuencias de batallas son
particularmente intensificadas con esta técnica; el estilo general es hiperkinético, y varía entre tomas parciales de los combatientes desde distintos ángulos
hasta tomas completas de dos páginas, dibujadas con alto grado de detalle. Quizás el punto en contra sea el hecho de que a veces es difícil entender exactamente
qué está pasando durante un combate en particular, aunque esto parece ser intencional en el estilo del autor.
A pesar de no ser pulido, el arte está plasmado de una manera muy sensible, con mucha energía y vitalidad. Las figuras humanas son estilizadas hasta cierto punto
y los rostros son muy expresivos, pero lo que más se destaca es el lenguaje corporal, que refleja la personalidad y el estado de ánimo tanto como los rostros.
Manji, por ejemplo, se para de una manera particular, con los hombros hacia atrás, las piernas separadas, y la quijada hacia arriba. No es terriblemente hermoso,
tal como Rin no es una mujer de busto enorme y piernas largas. Ambos son más creíbles porque no lucen espectaculares. No hay ojos demasiado grandes, gotas gordas
de sudor, ni otros recursos del manga tradicional que aquí le restarían impacto a la historia. También impresiona el encuadre de las imágenes. Samura parece haber
creado una película en su cabeza y plasmado en storyboards que pueden leerse y que unen cada parte de la saga.
EL SONIDO Y LA FURIA
En lo que se refiere estrictamente a lo argumental, Samura también le da fuerza a su obra. No escatima en detalles cuando llegan los momentos de violencia, pero
tampoco la glorifica, en un equilibrio entre lo requerido y lo gratuito –quizás sólo con un par de excepciones. Lógicamente, el uso de esta brutal violencia implica
que este manga no es para todo el mundo. El Kessen-Chu que habita en el cuerpo de Manji no solamente cura sus heridas, sino que también puede «pegar» cualquier parte
del cuerpo que haya sido cortada. En consecuencia, el lector se acostumbra a ver una mano volando por aquí y un pie volando por allá; Manji puede recuperar sus miembros,
así que no hay problema. Por supuesto, él no es el único que pierde un par de extremidades de vez en cuando.
El ritmo general de la obra también es muy fluido. En los primeros volúmenes presenciamos batalla tras batalla; pero cualquier autor inteligente puede darse cuenta de que
mantener esa clase de acción frenética durante mucho tiempo requeriría sacrificar la credibilidad y quizás pasar el límite de lo aceptable, y hasta volverse repetitivo.
Por ello, luego del segundo volúmen, se nos expone mejor a los personajes, con sus objetivos y motivaciones, no solamente en el caso de los dos principales, sino también
a Anotsu y sus seguidores. Los diversos arcos argumentales están levemente relacionados entre sí, y varían mucho en su extensión y contenido. Hay momentos muy divertidos
mezclados deliberadamente con otros más oscuros para aliviar la atmósfera opresiva; por ejemplo, la interacción diaria entre el tosco Manji y la ingenua Rin no tiene
precio. También aparecen varios capítulos unitarios que pueden parecer fuera de lugar en el momento, pero que resultan bastante reveladores. Con frecuencia, son estas
viñetas las que predicen lo que vendrá después.
Los mejores momentos también cobran vida con los excelentes diálogos. Algunos personajes hablan el lenguaje del período, tienen buenos modales y sus líneas son entregadas
con elegancia y fluidez. Otros, como Manji, son brutos, putean constantemente, y usan un lunfardo anacrónico para enfatizar lo vulgares que son. Si lo pensás bien, esto
ayuda mucho al desarrollo y presentación apropiada del personaje; el autor ha hecho un verdadero esfuerzo para demostrar en cada caso el estatus social, nivel de educación,
y la personalidad a través de la forma de hablar de cada uno. Samura también logra incorporar efectos de sonido en su arte con asombrosa maestría, caso del sonido metálico
que arranca desde el borde de las hojas de las espadas hacia fuera del límite de la página. Los dibujos estarían incompletos sin esos kanji deshilachados incorporados en
las imágenes.
EL FINAL DEL CÍRCULO
Sin duda, el corazón de cualquier historia son sus personajes; ni un argumento sólido ni un gran trabajo de arte servirían para compensar cualquier falencia en este aspecto.
Y los habitantes de este mundo son perfectos en su imperfección. Salvo por una sóla excepción, ninguno es intrínsecamente bueno o malo. Manji está más allá de la etiqueta de
antihéroe; comprende que el hecho de haber sido irresponsable en el pasado ha tenido un costo enorme para él, y que si no logra disciplinarse a sí mismo y ser más cuidadoso
podría volver a ocurrir. Aún así, los viejos hábitos son difíciles de cambiar; fuma, toma, se entretiene con prostitutas, con frecuencia mata ferozmente sin motivo, e incluso
golpea a Rin la primera vez que se encuentran. Por su parte, Rin quizás esté dispuesta a sacrificar demasiado con tal de cumplir una promesa hecha sin pensar. Ella busca vengar
a sus padres muertos, pero se da cuenta de que mucha gente inocente sufrirá en el camino. Puede que sus enemigos sean malvados, pero tienen esposas, hijos, amigos; por cada uno
de ellos que mate, alguien más sentirá exactamente lo que ella sintió. Su enemigo, Anotsu, parece no ser tan diferente a ella en sus motivaciones, ya que también siente que está
obligado hacia su propia familia en su propósito de unir a todas las escuelas de Japón, y está dispuesto a hacerlo a cualquier precio.
Hay sutiles detalles que refuerzan el realismo de los personajes. Ninguno de ellos es salvado en el último minuto. Algunos mueren; otros sufren violaciones; los niños son dejados
huérfanos y los responsables no siempre son los «malos». La mayoría son impredecibles y asumen riesgos que no siempre resultan bien. Algunos fallan miserablemente, sufren humillaciones,
y deben resignarse a perder todo aquello que es preciado para ellos. Nada es seguro y nadie está seguro, y son las constantes amenazas de peligro que acechan a los personajes lo que
mantiene el interés en la historia.
Dicen que la realidad suele superar a la ficción, pero en el caso de La Espada del Inmortal tengo de disentir. Sin ser uno de esos mangas donde hace falta devanarse los sesos para
entender lo que está pasando, es una gema única. Es un mundo de blanco y negro habitado por gente en distintas tonalidades de gris, con historias de venganza, redención y engaño
muy bien elaboradas. Aunque por momentos el manga pierde algo de ritmo, y da la impresión de que Samura está tratando de ganar tiempo, no pasa mucho antes de que vuelva a levantar vuelo.
MANJI LLEGA A LA TV
En Marzo se anunció el estreno de un animé basado en La Espada del Inmortal para mediados de Julio de este año, que contará con la animación de Bee Train (Madlax) y la dirección de Koichi
Mashimo (.Hack, Noir). ¿Es ésta una buena noticia? Difícil decirlo. Quizás hubiera sido más conveniente esperar a que el manga finalice para comenzar con la animación, para evitar el
«síndrome Rurouni Kenshin» y los temibles episodios de relleno. Pero lo más preocupante es la posibilidad de que tenga que ser fuertemente editado para ser emitido por TV –a menos, quizás,
que se lo emita en horario nocturno. Como sea, para cuando leas estas líneas probablemente ya habremos tenido oportunidad de ver al menos el primer episodio y, con algo de suerte, el
resultado habrá sido satisfactorio.
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