Bueno, como ustedes sabrán, a fines de este 2009 se nos termina la década que empezó en el 2000. La idea, entonces, es mirar para atrás y rescatar los 100 mejores comics de estos últimos 10 años, mediante breves reseñas, que vamos a publicar en 10 tandas de 10, una por mes de acá a Diciembre.
Las 100 obras no siguen un orden (no las rankeamos), sino que van a aparecer de modo caprichoso y aleatorio. Dejamos afuera las historietas breves (de menos de 45 páginas) excepto en los casos en que varias de un mismo autor fueron recopiladas en un único tomo. En general, son todas obras extensas, algunas de muchos volúmenes, otras de apenas 46 páginas.
Por supuesto, también quedaron afuera… 20 ó 30 historietas magníficas, que obviamente merecían su lugar entre las 100, pero al ser sólo 100 no las pudimos hacer entrar a todas. Ya recibiremos sus comentarios al grito de «¿Cómo carajo no pusieron a Tal Comic entre los 100 mejores?!?».
Les aviso desde ya que hay notables omisiones, sobre todo si repasamos la lista de autores. No esperen reencontrarse con algunos de los Monstruos Sagrados de Siempre como Robert Crumb, Moebius, Katsuhiro Otomo o Frank Miller, porque no están. Como tampoco están algunos de los genios indiscutidos de los ’90, como Miguelanxo Prado, Peter Bagge o Masamune Shirow. La sangre joven pisa fuerte y la mayoría de las historietas elegidas fueron creadas por autores que en los ’90 lo miraban por TV.
Por suerte, no fue fácil elegir las 100 obras. Esta década ha sido muy, pero muy generosa en materia de historietas de gran calidad y pocas veces se acumularon en 10 años tantos autores y tantas obras dignas de nuestra atención. Esto se debe, por un lado, a esta sana y bienvenida renovación autoral en los mercados líderes (básicamente Japón, Francia y EEUU), pero además al surgimiento de autores notables en países que antes prácticamente no figuraban en el mapa, como Israel, Portugal o Perú, y que hoy están pelando historietas de un nivel impresionante. La globalización sirvió para que lo mejorcito de un montón de países «periféricos» pudiera conocerse, editarse y disfrutarse en los mercados tradicionales, en los que hay muchos lectores ávidos de material nuevo y grosso.
Para orientar de algún modo la avidez de esos lectores, armamos este listado de los 100 Mejores, que empezamos a desarrollar hoy con estas 10 reseñas. Busquen, lean y disfruten estas 100 glorias del Noveno Arte que elegimos para ustedes entre todos los que hacemos Comiqueando. (Andrés Accorsi)
20th CENTURY BOYS. De Naoki Urasawa.
por Andrea Vega
Crecer es más duro de lo que Kenji pensaba. Aparte de tratar de llevar adelante el almacén familiar, debe hacerse cargo de la sobrina que su hermana dejó a su cuidado. Kenji encuentra refugio en los recuerdos de su infancia, cuando él y sus amigos jugaban a ser héroes que salvarían al mundo de un malvado villano. Hasta que el juego se convierte en realidad, cuando el suicidio de uno de aquellos viejos amigos hace que Kenji y el resto del grupo sean atraídos hacia el centro de una conspiración internacional, encabezada por el misterioso líder de una emergente secta. ¿Quién es esta persona que se hace llamar «Amigo» y cuál es su relación con la infancia del grupo? Sus recuerdos -algunos de ellos borrosos por el paso del tiempo- encierran la clave para salvar al mundo.
Este multipremiado thriller de ciencia ficción reúne toda la experiencia previa de Urasawa. La trama fluye con facilidad entre la comedia, el suspenso, la acción y el drama, con su característico manejo de los cliffhangers y un importante agregado: las referencias a la cultura popular, incluyendo hechos históricos que cambiaron al mundo. La serie transcurre en tres períodos de tiempo: la infancia y adolescencia de los personajes (en los ’60 y ’70), su presente (en los ’90), y su futuro (entre 2012 y 2018). Pero su impacto emocional reside en los sueños e ideales de la juventud y los fracasos de la adultez, reflejados a través de gente común con la que todos podemos identificarnos. Una verdadera joyita.
ALIAS. De Brian Michael Bendis y Michael Gaydos.
por Diego Accorsi
Aquellos que creen que el comic de superhéroes es un género agotado, es porque no leyeron Alias. Aquellos que creen que Marvel es sinónimo de cómics pedorros de mutantes que tiran rayos para deleite de cebaditos adolescentes, es porque no leyeron Alias. Aquellos que no apuestan a los guiones de Brian Michael Bendis, es porque no leyeron Alias.
Y vamos, que hace méritos. En Alias, Bendis toma a una superheroína patética (Jewel) con una aparición chota en un Anual olvidado y la convierte en una detective de barrio (Jessica Jones), que le pesa su pasado de ‘luchadora contra el mal disfrazada con calzas’, que sigue teniendo amigas y amantes entre los héroes activos, que putea, fuma, coge y tiene una personalidad interesantísima… Aguante.
Los dibujos corren por cuenta de Michael Gaydos, que puede no sonar ni ser descollante, pero la rompe con el clima y los tiempos, con la narración que Bendis precisa en Alias y sobresale en las expresiones humanas y los personajes sin máscaras. Enmarcada dentro de la línea adulta de Marvel (MAX), con grossas portadas de David Mack, Alias está muy bien armada en arcos argumentales (más el subplot de su vida privada y el tremendo secreto de qué la hizo dejar la «profesión») que se retuercen entre supervillanos y héroes bajados a «la realidad» de un mundo con seres humanos y justicia y crimen y mala leche y trastornos psicológicos más allá de lo que empezó a delinear un Astro City.
La serie duró 28 números entre 2002 y 2004, aunque los personajes y el equipo artístico se mudaron a una nueva revista, The Pulse, donde continuaron las historias de Jessica, pero más inmersas en el Marvel Universe y sin puteadas ni sexo.
Si te gustan las miradas interesantes e innovadoras de los mundos con superhéroes, las buenas historias policiales y personajes sólidos y humanos, sin dudas vas a colocar a Alias entre los mejores cómics de la década.
BLANKETS. De Craig Thompson
por Martín Fernández Cruz
Después de triunfar con Good-Bye Chunky Rice, Craig Thompson decide repasar su llegada a la adolescencia y usar como hilo conductor su primer amor. Y es así que Blankets se vuelve un documento fiel de lo que sucede cuando uno se enamora por primera vez a los diez y largos, porque al igual que el joven protagonista, a esa edad se ama con pasión, con locura, con miedo, con dudas, pero siempre con una entrega total. Craig demuestra que aún con pocos años en el mundo se puede repasar qué se hizo con la vida, y que en la adolescencia se puede mirar para atrás y ver la propia niñez (la cual pasó hace menos de 10 años); y el protagonista, como si fuera un tanguero bien porteño, añora el pasado y los pequeños rituales familiares ya desaparecidos.
Lo que Blankets dice es que las cosas pueden estar mal, pero eso no impide la felicidad. Hasta que llega a la vida llega alguien como Raina, y con ella el primer amor de verdad, el que te lleva a la adultez y sus amarguras, pero también a la plenitud del sentimiento que uno fabrica al querer construir una vida con el ser amado. Y cuando el enamoramiento finaliza, tan rápido y a pesar de la intensidad que sólo un adolescente entiende y puede saborear, se forma ese hueco horrible que nunca más se llenará.
Blankets es para los lectores melancólicos (que no es lo mismo que depresivos), los que miran para atrás más que para adelante, los que atesoran recuerdos, olores y momentos como las propiedades más valiosas. Hay una página, la 484, en la que al despedirse de su amada el auto de Craig cae simbólicamente en un vacío.
Así de sencillo y así de sólido es el primer amor, un sentimiento que, por propia definición, nunca puede volver. Y Thompson lo entendió perfectamente y lo plasmó de mil maravillas en esta gran obra.
MACANUDO. De Liniers.
por Javier Hildebrandt
Por todos lados. Desde la aparición en 2002 de la primera tira de Macanudo en La Nación, Liniers y sus criaturas se multiplicaron a la enésima potencia, y su autor habló de todo y de todos en cuanto medio periodístico se le cruzara por delante -no podemos culparlo, es serio candidato al podio de tipo más generoso del mundo-. Recopilaciones de sus tiras, de sus bocetos, de sus cuadernos de viajes, de los dibujitos que hacía cuando era chico… ¿Existe algún seguidor del trabajo de Liniers que no encuentre información sobre él? ¿Es posible escribir algo original sobre Macanudo, a esta altura de la tira?
Puede resultar un intento válido exponer las razones que justifican su inclusión en esta lista del Top 100 de la década. Imagino a amantes y detractores (¿dónde estás Garchiers?) elucubrando sus argumentos en la sombras, agazapados a la espera del momento de saltar y dar el zarpazo que humille o vanaglorie al autor (los pueden encontrar en los comentarios de su blog Cosas que te pasan si estás vivo). Porque no creo inexacto afirmar que pocas tiras han despertado en el público pasiones tan encendidas como encontradas.
Y allí reside, sin dudas, una de las claves de la importancia de Macanudo. En un universo ocupado por niños que se tocan el pito, comediantes de situación doblados al castellano, perros seudoreflexivos y gatos turros, Liniers desembarcó con una propuesta de aires renovados. Expuso sin pudor sus influencias (varios nuevos viejos clásicos de la tira gráfica), levantó como bandera un estilo de fingida inocencia y personajes entrañables, y apeló, como nadie, a una fé poética que muchos lectores llevaban dormida. Con altos y bajos, con abusos de estilo y secuencias de esas que te cambian el día, Macanudo trajo a ese abarrotado conjunto de información tendenciosa y avisos chillones, la prueba de que también hay una pequeña ventana para la poesía.
¿Les parece poco? Comentaristas amantes y detractores… Ataquen!
MAIL ORDER BRIDE. De Mark Kalesniko
por Andrés Accorsi
Mail Order Bride se publicó en 2000 y es, hasta la fecha, el trabajo más importante de Mark Kalesniko (canadiense oriundo de la Columbia Británica), con el que ganó prestigio y premios en todo el mundo.
A lo largo de sus 260 páginas (también publicadas en castellano con el título Novia por Correo), la obra nos cuenta la historia de Monty Wheeler, un geek patético que tiene un negocio de comics y juguetes en un pueblo de Canadá, y que llega a los 39 años más virgen que Wanda Nara. Al tipo no se le ocurre mejor idea que comprar una novia por correo a una empresa coreana que les ofrece a los norteamericanos una vida de lujuria junto a sensuales y sumisas geishas orientales. Pero claro, Kyung no es una action figure, sino una persona, y ahí es donde empiezan los problemas.
Kalesniko construye personajes creíbles, los deja evolucionar, los dota de millones de herramientas para gambetear las obviedades (y los finales felices!) y aún así, no tiene reparos en faltarles el respeto, en desnudar frente a nuestros ojos sus miserias y sus contradicciones.
Mail Order Bride es una historia profunda, vibrante, sofisticada y visceral a la vez, dibujada meticulosa, sutil y hasta irreverentemente por un maestro de la narrativa, la secuencia, el diálogo, la ambientación, el lenguaje corporal y el compromiso con historias fuertes, creíbles y «de hondo contenido humano», como dicen los críticos-de-cine-a-sueldo-de-las- distribuidoras cuando les encajan por el orto esos bodrios con Meryl Streep y Susan Sarandon.
PERIODE GLACIAIRE. De Nicolás De Crécy.
por Andrés Accorsi
Nicolás De Crécy es francés y genial. Sobre todo porque nunca se queda quieto. Podría haber robado toda la vida con el estilo que nos volatilizó el bocho en Foligatto (esa mezcla perfecta entre Mattotti, Muñoz y Boucq) y sin embargo, empezó a buscar por otros rumbos. En León La Came sigue fuerte la influencia de Muñoz, pero el tratamiento del color ahora remite a Miguelanxo Prado, y la línea vira hacia el estilo del pintor Egon Schiele y los historietistas que lo siguen (Kristiansen, Abranchis, etc.). Y para cuando aparecen Salvatore y Période Glaciaire, nada de eso queda en pie, porque cambia tanto la línea como la forma de encarar el color.
Période Glaciaire, de 2005, fue realizada a pedido del Museo del Louvre y contiene un montón de elementos que reaparecen todo el tiempo en la obra de De Crécy: el absurdo, el huequito por donde se cuela el descontrol y tira todo a la mierda, la anti-lógica en la que casi cualquier cosa puede pasar, y todo teñido por una mirada pesimista, en un punto lacónica. A pesar del absurdo que lo caracteriza, De Crécy nunca deja de tirar centros al área para que los cabecee el desconsuelo, la amargura, o la resignación.
Période Glaciaire se enrola en la gloriosa tradición del post-apocalipsis, aquel género tan ochentoso, en una nueva era glacial en la que un grupo de arqueólogos desentierra los tesoros del célebre museo parisino. Si te gustan las artes plásticas, se disfruta el triple. Y si no, el absurdo y la sensación de derrota que impregnan esta bizarra epopeya, sumados a las maravillas del dibujo, harán que te cebes igual. Période Glaciaire también fue publicada en castellano (por De Ponent) y en inglés (por NBM), así que no hay excusas.
Ah! Si los comics elegidos fueran 101, también habría una reseña de Salvatore, joya absoluta del humor limado.
TATO. De Albert Monteys.
por Diego Accorsi
A la hora de elegir los 100 mejores cómics de la década es muy difícil que un cómic humorístico que aparece semanalmente en una revista española sea tenido en cuenta. Pero Tato es lo más.
Creado por Albert Monteys (Barcelona, 1971) aparece en la veterana y prestigiosa revista El Jueves- donde comenzara con otra serie (Paco’s Bar)- el 4 de diciembre de 1996 bajo el nombre Tato, con moto y sin contrato.
El protagonista es un repartidor de pizzas que acaba de salir de la colimba y trata de zafar de todas sus responsabilidades y sigue viviendo con los padres. Para octubre del ’98 a Monteys le divertía más la posibilidad de dejar a Tato como un desocupado más para que pudiese intentar conseguir diferentes laburos todas las semanas, y de paso explorar un poco su vida personal. Generalmente ocupa su tiempo emborrachándose con su amigo Ramón, mirando tele, correteando minitas y llenando currículums de mentiras. Por la serie desfilan los padres de Tato, sus ocasionales jefes, cuando se muda «solo» aparecen sus compañeros de departamento (Eustaquio y Andrea), y hasta unas cucarachas que encuentran un paraíso terrenal en la mugre del descuidado Tato. Entrada esta década, la serie cobra un vuelo casi surrealista y explora los seres que habitan la mente de Tato y sus experiencias psicológicas, dentro de un marco de humor absurdo e incisivo a la vez,
Creo que entre estas 100 debería estar también otra obra de este autor, en colaboración con Manel Fontdevila, la gloriosa doble página semanal ¡Para Tí, Que Eres Joven!.
TOP TEN. De Alan Moore, Zander Cannon y Gene Ha.
por Diego Accorsi
A esta altura del partido, ponernos a hablar maravillas de Alan Moore resulta innecesario. Lo más impresionante es que pasan las décadas y el tipo sigue demostrando que es el mejor. Prueba de ello es su lanzamiento en 2000 de la línea ABC y dentro de ésta, particularmente me parece una pieza fundamental entra las mejores obras de la década la serie que entremezcla superhéroes, investigaciones policíacas, homenajes limados, personajes sólidos y tramas interesantes: Top Ten.
Encima, los dibujos corren por cuenta del magistral Gene Ha con apoyo de Zander Cannon, quienes se encargan de interpretar a Moore con maestría, dibujar a todos los personajes impecablemente y además, poblar las páginas con infinidades de chistes y homenajes a límites obscenos.
Los policías de una ciudad poblada por súper seres son súper seres y los casos que deben resolver involucran siempre súper seres, viajes interdimensionales y todos los clichés del género.
Los principales personajes son la novata Robyn «Toybox» Slinger, cuya caja de sorpresas comanda juguetes mecánicos; Jeff Smax es el poderoso guerrero duro que puede lanzar energía; Jackson Synaesthesia, una mujer capaz de oír olores, ver música y otras genialidades de Moore; Jack Phantom la lesbiana transparente; King Peacock el vuduista; Irma Geddon, una mujer con una armadura repleta de armas y muchos más.
Humor, superhéroes, casos policiales con inteligencia y personajes interesantes: no puede quedar fuera del top ten de la década.
VAGABOND. De Kazuhiko Inoue.
por Federico Velasco
Basada en «Musashi», la novela de Eiji Yoshikawa que narra de manera ficcional la vida del prestigioso espadachín Musashi Miyamoto, este manga que se sigue serializando en la actualidad tiene un dibujo y una narrativa que te sientan de orto. La verdad que el crecimiento como artista de Inoue desde Slam Dunk para acá es sorprendente. Y como si fuera poco, el guión es muy bueno.
La historia arranca tras la finalización de la batalla de Sekigahara. Takezo y Matahachi, dos jóvenes amigos quer sobrevivieron a la batalla, se embarcan en la misión de volver a su pueblo, cosa que se les vuelve harto dificultosa y sus caminos se separan. Así es como la vida de Takezo da un giro gracias a la intervención de un monje llamado Takuan: adopta la identidad de Musashi y se lanza en una búsqueda de autosuperación personal que lo llevará a enfrentarse a los más grandes expertos en artes marciales del país. Así, poco a poco, con sangre y sudor, va construyendo su propia leyenda, la cual lo llevará al enfrentamiento final contra su histórico némesis Sasaki Kojiro.
Y acá es donde el manga se distancia nuevamente de la novela ya que a partir del tomo 14, Inoue hace un corte en la historia de Musashi para contarnos la vida de su enemigo, para lo cual se toma nada menos que 7 tomos. Es por este tipo de movidas que una de las cosas que más se le critica a la obra es la lentitud con la que avanza, y la cantidad de tomos en los que «no pasa nada». ¿Para qué lo vamos a negar? Esto hasta cierto punto es así, pero también es parte de la gracia del manga que aprovecha estos «tiempos muertos» para darle una profundidad increíble a los personajes. Para que les quede claro, si buscan una de machaca de samurais, están en el camino equivocado (aunque sangre y peleas no faltan), porque claramente el trabajo de Inoue está apuntado hacia otro lado.
Y: THE LAST MAN. De Brian K. Vaughan, Pia Guerra y otros.
por Martín Fernández Cruz
Me acuerdo hace muchos años, cuando Vertigo se consolidó como sello, que Sandman era el título en el que todos pensábamos cuando nos hablaban de esa línea. Su adultez, su temática compleja y su guión indestructible la afianzaron no sólo como un comic en sí, sino como el referente más inmediato de una nueva corriente dentro del comic mainstream. Al terminar esa colección, surgió Preacher y tomó la posta como emblema de Vertigo. Estábamos delante de otro comic excelente, con el que uno caía rendido frente a un zippo y a un irresistible encanto sureño, donde los tipos solucionaban a las trompadas sus problemas, ¡Bravo por Jesse! Y luego, ¿qué paso? ¿Hubo otras Sandman o Preacher? Claro que sí, 100 Balas dirán muchos, Transmetropolitan o Fables, dirán otros.
Pero para mí, Y: The Last Man fue la colección más importante del nuevo milenio dentro del sello. Porque, como todos los buenos comics de Vertigo, fue una serie que apareció con un mundo propio, sin deberle nada a ningún otro comic y con una impronta tan personal como la de Gaiman o Ennis. En este milenio, Y fue El comic de Vertigo y Vaughan se consagró como un guionista, para decirlo en criollo, del carajo. El autor entiende, como todos los escritores astutos, que lo importante no es la historia, sino qué despierta en sus protagonistas lo que sucede a su alrededor. La trama es sencilla: todos los representantes de la especie masculina mueren excepto el joven Yorick y su mono mascota. Listo, ahí lo tienen. El protagonista decide entonces viajar para reencontrarse con su novia en un planeta habitado solamente por mujeres. Mujeres que lo aman, que lo odian, que lo quieren matar o que simplemente lo ignoran. Y, como en todo road-comic (si hay road-movies, este es un buen ejemplo de road-comic), el viaje cambia al viajero, pero también cambia al lector que sirve de testigo. Chupate esa, Kerouac.
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