¡OH, DIABÓLICA FICCIÓN!
Después de siglos y siglos de arte, literatura, teatro, cine, historieta, ahora venimos a darnos cuenta de que el origen de todo es una gran mentira. Porque ya no hay nada que sea original. No existen los creadores de ideas geniales ni los arrebatos de inspiración. El germen de las historias nada tiene que ver con musas griegas, hadas mágicas o sustancias alucinógenas de dudosa legalidad. Hace unos años, el historietista catalán Max nos puso sobre aviso –en una idea que tampoco era de él, claro- de que el origen de todas las historias de la humanidad está a cargo de un extraño pajarraco con el aspecto físico de una urraca, pero cuyo espíritu esconde algo más oscuro aún que su plumaje: se trata, ni más ni menos, que del Diablo. Y todo eso está contado en una magnífica historieta, que ahora también se ha vuelto libro: ¡Oh diabólica ficción!
El revés de la trama
Publicado por el sello Musaraña en 2015, ¡Oh diabólica ficción! está compuesto en su mayoría por la serie de historietas de dos páginas que da título al libro, publicadas entre 2013 y 2015 en El País semanal. Pero para que la cosa sea completa, también incluye la primera aparición del protagonista en “La noche 1001” -serializada en el especial digital 1001 de Babelia– un mini-comic intitulado “Mr. Brown”, más otros dibujos y entregas especiales, algunas en colaboración con Paco Roca –que también publicaba por esa época en El País semanal sus Andanzas de un hombre en pijama– y Mireia Pérez.
En cada una de las entregas, protagonizadas casi en exclusivo por la urraca, Max nos brinda un recorrido por muchísimos temas relacionados a la creación artística y sus conflictos. La suspensión de la incredulidad, las ideas geniales versus las ideas “vendedoras”, los géneros, las diferencias entre arte y oficio, los juegos de palabras, los absurdos en el mundo de las artes plásticas, los plagios. Hasta se hace un lugar para meterse con la religión y la política, un ámbito en el que la ficción parece incidir cada vez más. Y relaciona estos temas con la práctica historietística, sus propias reglas y métodos narrativos. Todo sin perder nunca la gracia ni caer en la prosa didáctica de manual, lo que no quita que también funcione como una inigualable referencia para quienes dan sus primeros pasos en la creación de comics. En el camino, y para que el libro no abrume con la reiteración de monólogos, Max expande el universo de la historia, incorpora otros personajes (el sobrino de la urraca, su ayudante Nadie, la sombra), y en sus breves apariciones interactúan con el protagonista y nos ayudan a indagar más en las complejidades de su personalidad. Sobre el final, la serie confluye en una última entrega, realizada expresamente para el libro. Y aquí Max da una nueva y genial vuelta de tuerca sobre el carácter de nuestro protagonista, que mucho tiene que ver con los disparadores de la creación artística.
En el aspecto gráfico, Max ha alcanzado con los años una síntesis que ya habíamos disfrutado en la edición local de Vapor y aquí vuelve a deslumbrar con su fluidez y su claridad narrativa. En una historieta en la que es fundamental el peso de los textos y diálogos, el autor sabe con precisión cuándo el fondo debe “contar” y no sobrecarga la acción con detalles puramente decorativos. Pero en los momentos en los que la imaginación de la urraca parece explotar, afila el lápiz y nos demuestra que no tiene límites a la hora de dibujar lo que se le dé la gana.
Un Infierno encantador
Pero hay, además, un aspecto que subyace en todas las páginas de ¡Oh diabólica ficción! y tiene que ver, de nuevo, con su protagonista. Max se encarga de destacar en varias oportunidades la ambigüedad del personaje, demonio y pájaro, masculino y femenino a la vez. Existe, en el fondo, una idea del arte como disrupción de lo establecido, como un virus que se expande con sigilo por las mentes y las almas, con la suficiente astucia para que, cuando el statu quo detecte su presencia, ya sea demasiado grande para frenar su marcha. Una idea del arte como forma de subversión, que nace del inconformismo y quiere instaurar la belleza en aquellos lugares donde no la hay. Durante todo el libro, de forma más o menos explícita, Max pone el foco en el aspecto más incómodo de la creación, aquella que expone situaciones que algunos no quieren ver y muchos otros quieren ocultar. Si la ficción debe mejorar a este mundo con todo aquello que queremos reemplazar, deberá indefectiblemente ser iconoclasta y profana, amoral y libre de toda atadura dogmática. Y es por eso mismo que siempre será diabólica.
Por eso les advertimos, lectores, que quienes pretendan conservar la imagen idealizada de las obras de arte, su concepción cuasi-mágica y el poder sobrenatural que dota a los artistas de cualidades de hechicero, seguramente se verán decepcionados. Entre sus propósitos, ¡Oh diabólica ficción! procura desnudar los entretelones dantescos que alimentan la creación. Por fortuna, de la mano de Max y de la urraca, este Infierno puede ser tan cautivante como entretenido.
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