El magistral manga de Satoshi Kon se pregunta sobre los límites de una obra construida como un espiral que se expande hacia afuera.

Opus

24/02/2025

| Por Francisco Lobo

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El meta-manga del fin del mundo

En el año 1995, en la revista Comic Guys, Satoshi Kon pública Opus, un manga tan maravilloso como extraño, no tanto por su trama llena de tópicos que aparecen en la obra cinematográfica del artista, sino por el desarrollo de los acontecimientos que se sucedieron con el final de la publicación.

A primera vista, la historia ubicada en una suerte de realidad distópica sigue los pasos de la detective Sakoto Miura, una detective con poderes psíquicos quien lleva una cruzada contra el villano Masque, líder de una secta que controla a las personas con los mismos poderes que posee la protagonista. Aliado de Satoko es Lin, una especie de adolescente medio punga, psíquico también, cuyo destino será morir junto al villano en un duelo final a todo o nada.

Hasta aquí la trama es bastante común en un manga dramático con dosis de acción, sin embargo con el correr de las páginas, la trama nos presenta al verdadero protagonista de Opus, Chikara Nagai, mangaka autor de «Resonance», el manga que nos narra las aventuras de Satoko, Lin y Masque. La impronta de metaficción característica de Kon, aparece cuando Lin se descubre a sí mismo como un personaje ficticio, con su sentencia de muerte asegurada por el desenlace de la historia de la que forma parte. Lin decide salir de su mundo de manga y robarle a su creador la página ya dibujada en la que perece frente al villano y con la que concluiría la historia.

Esta situación hace que Chikara, como si cayera por el agujero del conejo de Alicia, ingrese al mundo de «Resonance» por las páginas dibujadas y partir de aquí comienza a interactuar con su creación así como al mismo tiempo descubrir cómo diferentes aspectos de su vida como mangaka repercuten en la existencia y cotidianeidad de sus personajes y su ecosistema.

Desde la metaficción, Kon somete a Chikara Nagai, para hablarnos de algunas de  las vicisitudes de la vida del mangaka: las fechas de entrega, el acoso de los ejecutivos editoriales para entregar material, los bloqueos creativos y el desgaste físico y mental consecuencia del ritmo frenético de producción que demanda la industria del manga. También nos ofrece un pantallazo a ciertos aspectos del proceso creativo como la organización de trabajo con los ayudantes y el ida y vuelta de ideas con el editor para hacer avanzar la trama dentro de lo que los lectores más o menos esperan.

Otra situación interesante que crea Kon es el recurso de atribuirle el carácter de Dios creador a Chikara Nagai ante los ojos de sus creaciones ficticias en plena consciencia de tal condición. Si bien al principio Sakoto y los demás personajes se intimidan ante la presencia de su «hacedor» y la idea de ser parte de una historia desarrollada por él, rápidamente pasan a putearlo por las situaciones jodidas que les tocó vivir como parte de su desarrollo y porque sus vidas están limitadas a los designios del autor que dependen de cuanta creatividad tenga.

Por su parte, el mangaka que en un comienzo se justifica con excusas tipo «a los lectores les gusta leer drama y violencia», comienza a empatizar con sus personajes (en los que reconoce sus influencias y aspectos personales que derivaron en su diseño) y se compromete con ellos a tal grado de hacer peligrar toda la existencia del mundo de «Resonance» porque sus acciones están modificando el guión ya definido. Ya con su rol de demiurgo plenamente asumido, y en su afán de ayudar a Satoko, Chikara explota a fondo su capacidad autoral y literalmente dibuja y modifica la realidad para gestionarse puertas de escape, resurrecciones, transporte atípico y otros recursos.

Desde el aspecto gráfico OPUS es una aplanadora. Satoshi Kon tenía un talento enorme, en el que se nota a kilómetros de distancia la influencia de Katsuhiro Otomo, pero sin que se pierda la identidad propia de un trazo impecable, sutil, clásico y de una plasticidad apabullante para las anatomías, y con gran manejo de perspectivas construcciones jugadas. Además es un catálogo de todas las estrategias gráficas/compositivas propias del manga como las líneas cinéticas, tramas, etc. Un recurso hermoso, y que está relacionado directamente con la historia, es que de a ratos los protagonistas de “Resonance”, ante su total sorpresa, interactúan con escenas apenas bocetadas, como personas que son algo más que esos maniquíes que sirven como estructuras para construir los cuerpos. Y también con decorados de fondo que parecen cartón pintado porque el protagonista había instruido a sus ayudantes no dedicarse mucho al detalle de escenas que no eran cruciales para la trama o eran dibujos para rellenar los cuadros.

La historia de Opus/Resonance quedó en “stand by” en 1996 cuando Satoshi Kon decide dejar el manga para dedicarse de lleno a la animación, justo en el momento en que sus personajes están a punto de resolver el conflicto con el misterioso Masque (en una escena en las que todos están cayendo al vacío), aún a costa de su propia existencia. Kon acusa no tener el tiempo ni la energía creativa para cerrar la trama del manga (problema que también padece Chikara dentro de la historia) debido a la demanda que requiere su faceta de animador que para ese entonces comenzaba a constituirse como la leyenda que es actualmente. Lamentablemente, el final de este manga nunca llegó debido a la prematura muerte de su autor. Sin embargo en el año 2010, al editarse en dos volúmenes recopilatorios, se incluyeron las páginas inconclusas del último capítulo inédito de la serie, que fueron hallados entre los archivos del fallecido autor después de su deceso. En estas páginas (que son lápices sin terminar) vemos al propio Satoshi Kon que -tras enterarse que su manga a punto de concluir es cancelado- decide, a pesar de todo, dibujar el cierre de su historia… cosa que no consigue por el bajón y la falta de motivación que siente tras la suspensión del título. En eso, y en un inmejorable momento “the circle is now complete”, se materializa desde una página el propio Chikara Nagai, quien -como continuación de su última vivencia en Resonance- aparece en el estudio de Kon y le reclama que se ponga media pila y termine la historia porque la vida de sus personajes dependen de ello, un planteo en la misma línea que el mangaka ficticio recibía de sus personajes. Sin dudas, la anécdota de las notas perdidas con bocetos de Kon para el final de Opus, y lo que en ellas se narra no hace más que reforzar la idea del maestro para esta obra.

Opus es un manga donde se puede encontrar las semillas de un montón de ideas que después veremos germinar en la filmografía de Kon. Acá se ven chispazos de temas que se repetirán, como la presión de los artistas en Japón, o el aire de familia de algunos personajes en distintas obras, por ejemplo entre el deforme Mamoru Uchida, el stalker obsesivo de Mima Kirigoe del grupo de idols CHAM! (Perfect Blue) y el secuestrador y asesino que somete a una infantil Satoko, o el parecido entre Rei, también de las CHAM! y la propia Satoko adulta. Sin embargo, la metaficción y la frontera siempre borrosa entre realidad y ficción es sin dudas el eje temático central en la producción del fallecido autor, y quizás es en Opus donde la línea divisoria entre los dos mundos está más borrosa que otros trabajos. El episodio de la conclusión póstuma, en un evento que quizás podría haber sido diseñado por su autor, y cuyas páginas finales lo tienen como protagonista plantea con fuerza (y hasta con ironía) la pregunta sobre los límites de una obra construida como un espiral que se expande hacia afuera y constituida por elementos de fantasía y realidad perfectamente articulados entre sí.

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