La cuarta película dirigida por Hayao Miyazaki para Ghibli, El delivery de Kiki (1989) es una adaptación libre de una conocida novela de la escritora japonesa Eiko Kadono, y tiene como protagonista a Kiki, una aprendiz de bruja de 13 años de edad. Al comienzo de la historia, Kiki se está preparando para seguir una vieja tradición: dejar su hogar y su familia durante un año y completar su entrenamiento en otra ciudad en la cual no haya una bruja residente. Acompañada solamente por Jiji, su inseparable y mordaz gato negro, Kiki se establece en un pueblo costero, pero las cosas no son tan fáciles como ella suponía. Todas las brujas están especializadas en alguna habilidad en particular, tal como leer la fortuna o preparar pociones mágicas, pero Kiki sólo sabe volar en su escoba, y ni siquiera eso lo hace muy bien. Además, en el pueblo nadie parece necesitar los servicios de una bruja. Sin habilidades especiales que se puedan vender, sin un lugar donde vivir, y con poco dinero, Kiki se ve en problemas para cumplir sus objetivos. Finalmente encuentra alojamiento en el ático de una panadería, y comienza el único negocio que puede realizar con su habilidad: un delivery aéreo. Mientras recorre la ciudad haciendo diversas entregas, Kiki va conociendo gente interesante de toda clase, mientras atraviesa por una serie de aventuras e infortunios y aprende a depender de sí misma.
Como sucede con el resto de la producción de Ghibli, lo que destaca a primera vista es el fantástico arte visual. La perfección hasta el mínimo detalle, las hermosas locaciones, la fineza de los diseños, y la animación fluida caracterizan esta película; y aún así (como también sucede con otras películas del estudio) los visuales no son pomposos, sino que están inmersos en un sentido del realismo absolutamente necesario para la narrativa. Porque, a pesar de que la historia está ubicada en un mundo donde las brujas existen, no se trata acerca de aventuras épicas, ni de héroes y villanos, ni de pócimas y conjuros, ni contiene elementos amenazantes o grotescos. Siguiendo la tendencia marcada por Mi vecino Totoro, el director se concentra en los personajes y su interacción y, a través de ellos, echa una sutil mirada a las fallas humanas y los problemas, emociones y pequeños fracasos y triunfos de la vida diaria.
Esencialmente, la película no presenta conflictos externos, sino que el conflicto más importante ocurre en el interior de Kiki. En gran parte, la historia traza su camino hacia la madurez y la confianza en sí misma. Aunque es siempre amable y educada con los adultos, como muchos niños con dones especiales parece sentirse menos cómoda con otros niños de su edad. Esta incomodidad es particularmente notoria ante la presencia de Tombo, un chico de su edad fascinado con su condición de bruja y su habilidad para volar.
Ya avanzada la trama, Kiki enfrenta un problema más serio: una pérdida de inspiración que la deja sin sus habilidades. Como un artista con un bloqueo creativo, Kiki debe buscar en su interior para tratar de encontrar los recursos necesarios para enfrentar ese difícil momento, y tratar de encontrar la forma de recuperar su magia, o enfrentarse a su nueva situación aún arriesgándose al fracaso.
Por medio de Kiki y su servicio de delivery, la película nos permite conocer a una serie de personajes interesantes. Entre los más importantes para la historia se encuentran Tombo, y Osono, la encantadora y embarazada dueña de la panadería que se muestra hospitalaria con Kiki al ofrecerle alojamiento en un lugar extraño. Algo particularmente destacable de Miyazaki es que no hace un tremendo esfuerzo por dejar un mensaje o moraleja y, sin embargo, las situaciones presentadas siempre nos permiten alguna clase de interpretación.
Al desarrollar a los personajes, se resaltan constantemente virtudes como la cortesía, el servicio, el trabajo duro, el respeto por los mayores, la responsabilidad, y la gratitud. Por supuesto, algunos de ellos también muestran actitudes menos loables; en una secuencia de la película, Kiki ayuda a una anciana a encender el fuego de su viejo horno para poder preparar un pastel para su nieta. Ese pastel, hecho con tanto cariño y esfuerzo, es recibido con absoluto desprecio por parte de la niña. Pero en lugar de reflexionar extensivamente sobre esta derrota emocional, o hacer que todo el mundo se de cuenta de sus errores al final, el episodio simplemente pasa. No hay una resolución o un final perfecto, simplemente se nos recuerda sutilmente que no todos tienen la misma sensibilidad o ven las cosas de la misma manera.
Pero más allá de cualquier mensaje, el verdadero corazón de la película está –una vez más- en la capacidad de asombro y de fe característica de la niñez que Miyazaki captura tan perfectamente. Aún dentro del marco de la magia de Kiki y el peculiar mundo que ella habita, hay mucho espacio para dejar volar la imaginación y emocionarse con los detalles de la vida diaria, lo que hace que la película conserve aún su frescura y resulte una experiencia entretenida para el público de todas las edades.
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