Omohide Poro Poro (1991) tiene como protagonista a Taeko Okajima, una oficinista soltera e introvertida de 27 años. Cuando comienzan sus vacaciones, Taeko decide visitar a la familia de su cuñado en el campo. Al emprender su viaje, su historia presente se entrelaza con recuerdos de su infancia y, a través de ellos, varios aspectos de su vida personal son revelados. Lentamente nos damos cuenta de que la vida de Taeko ha sido moldeada por fuerzas ajenas a su voluntad y que ella ahora es el producto de un estilo de vida estable y sin sobresaltos, pero también sin satisfacciones. Aún así, la niña precoz y curiosa todavía vive en su interior, y a medida que sus vacaciones campestres van pasando, un proceso de curación comienza a tomar lugar. Tanto el guión como la caracterización de Taeko en su infancia están basados en un manga de Hotaru Okamoto y Yuko Tone; a partir de esa historia, el director Isao Takahata moldeó la otra parte de la película, es decir, el presente y su relación con la infancia de la protagonista.
Uno de los rasgos que más me gustan de este director es su capacidad para conmovernos sin recurrir a golpes bajos; al igual que en La tumba de las luciérnagas, la historia está narrada con gran sobriedad. No es un melodrama, pero tampoco nos presenta una visión idealizada de la infancia.
La película contiene una sucesión de momentos aparentemente insignificantes pero que con toda seguridad son importantes para los personajes. Taeko no vive grandes aventuras, sino que pasa sus días como cualquier chico: va a la escuela, pasa tiempo con sus amigos, tiene que someterse a reglas absurdas y arbitrarias impuestas por sus mayores, siente que sus vacaciones son una larga tortura cuando no tiene nada que hacer ni nadie con quien jugar, sufre las odiosas comparaciones con sus hermanas mayores y –gracias a su familia- siente que un fracaso académico implica que algo malo ocurre con ella. Y sobre todo, va descubriendo que la vida le dará tanto penas como alegrías. Takahata comprende perfectamente que muchos eventos triviales para el adulto adquieren una tremenda importancia a los ojos de un niño; es así que, por ejemplo, podemos sentir en carne propia la decepción de Taeko ante la enorme expectativa que le crea la posibilidad de comer ananá fresca (una fruta exótica en ese entonces), sólo para terminar dándose cuenta de que no era tan bueno como esperaba.
Las escenas del pasado están ubicadas en 1966, cuando Taeko tenía diez años, y están narradas con cierta comicidad y un punzante ojo observador. Uno de los mejores rasgos de Takahata es su habilidad para llevarnos dentro de la cabeza de sus personajes a medida que su imaginación comienza a volar. Esta característica es lo que hizo de su versión de Ana de las tejas verdes tan memorable. Una de mis partes favoritas es aquella donde Taeko, luego de encontrarse con su primer amor, desafía la gravedad y corre flotando a través de un cielo de color rojizo; la secuencia termina con la chica planeando lentamente sobre su cama hasta posarse en ella, y sigue con un plano de su casa vista desde afuera donde se ve un corazón gigante saliendo de la ventana.
Otro de los mejores momentos de la película tiene que ver con la pubertad emergente de las chicas y las ingenuas charlas acerca de la menstruación, y resulta hilarante la parte donde uno de los muchachos se aleja horrorizado porque cree que el período es contagioso. La parte que relata la corta incursión de Taeko en la actuación y el interés que despierta en un importante grupo teatral local también está brillantemente realizada, y el final de la secuencia es una obra maestra de la edición y el montaje que usa como fondo un popular show para niños llamado Hyokkori Hyoutan Jima. Todos estos flashbacks tienen una estética particular, con tonalidades más claras, imágenes algo difusas, y detalles y colores esfumándose hacia los bordes de la pantalla, casi como si se tratara de ilustraciones sacadas de un libro de cuentos infantiles.
Por el contrario, la historia ubicada en el presente contiene colores más llamativos y luminosos, drama familiar, y un meticuloso realismo. Taeko llega a la prefectura de Yamagata después de un largo viaje en tren y comienza a ayudar a sus parientes políticos en la recolección de cártamo, una flor usada para la industria cosmética y para teñir telas, y aquí se describe el proceso tan exhaustivamente como si se tratara de un documental. La llegada de Taeko al campo también la llevará a pasar tiempo con Toshio, un joven que ha cambiado la agitada vida de la ciudad por el campo. El pasado y el presente continúan entrelazándose hasta llegar a un impactante clímax que, como ocurre durante los créditos finales, no se los voy a contar aquí, pero sin duda reafirma el lugar que Takahata ocupa entre los mejores directores contemporáneos.
Cierto, no muchos se sentirán impresionados con esta película; no en vano sigue siendo uno de los pocos productos de Ghibli escasamente comercializados en occidente. La clave del encanto de Omohide Poro Poro reside en el hecho de que nos muestra detalles sobre nosotros mismos y las influencias no reconocidas que recibimos a lo largo de nuestras vidas. El autodescubrimiento de Taeko es poderoso y su cambio, aunque pequeño, es profundo, y sirve para recordarnos lo mucho que necesita el ser humano de esa sensación de pertenencia, de contención, de aceptación, y de sentirnos satisfechos con nosotros mismos y con la vida que hemos elegido.


