Puede que Hayao Miyazaki no sea el director de animación más famoso, ni el más exitoso comercialmente. Tampoco el más experimental o el más filosófico. Pero no hay dudas de que es el más influyente, y el referente obligatorio para cualquiera que desee incursionar en la animación. El conjunto de su obra es alucinante, y no hay en él una sola película que sea mala o regular. Es tan variado que no todos estaremos de acuerdo en cuál es su mejor película, pero todas ellas tienen personajes con mucho carisma, animación de lujo, y mantienen viva la capacidad de asombro cuando ya nada en el cine parece capaz de sorprendernos. Se puede ser fan o no, pero no se puede negar su talento y el impacto que ha tenido y seguirá teniendo en generaciones de animadores.
Miyazaki había amagado con el retiro en el pasado, pero con El viento se levanta (Kaze Tachinu, 2013) parece haber sido definitivo. Y aunque a muchos nos encantaría que volviera a dirigir, si tiene que haber una última película de Miyazaki, tiene que ser ésta. No es la más emocionante ni la más entretenida, pero sí la más madura. Al verla es evidente que está concebida para cerrar un círculo, por lo que su significado va más allá de la historia que relata.
La historia está inspirada en la vida de Jiro Horikoshi, el ingeniero japonés que logró grandes avances en materia de diseño aeronáutico entre las dos guerras mundiales. Jiro es idealista y soñador, y siendo un niño sueña con convertirse en piloto. Pero como es corto de vista termina inclinándose por el diseño y la construcción de aviones, y su inspiración es el ingeniero italiano Giovanni Caproni, que se convierte en una especie de guía espiritual en los sueños de Jiro. A lo largo de la película, ubicada en tiempos de guerras inminentes, desastres naturales y crisis económica, Jiro se abre camino a fuerza de talento y creatividad para convertirse en el gran impulsor de la aviación japonesa. Eventualmente, sus diseños llevan a la creación de los cazas Zero usados en la Segunda Guerra Mundial.
El viento se levanta probablemente sea la película más compleja de Miyazaki, y esto se debe en gran medida a que funciona en distintos niveles. A primera vista, es una biografía (con algunas licencias artísticas) de este gran visionario japonés. A un nivel más profundo, también es una reflexión acerca de los artistas, su propósito y lugar en el mundo, planteada de manera tan ambigua que tendrá distintos significados para distinta gente. Pero más importante aún es que se trata del trabajo más personal del director. No solamente porque su pasión por volar vuelve a ser protagonista, y porque la temática de la película esté de alguna manera ligada a su historia familiar, ya que su padre tenía una fábrica que hacía componentes para el Zero; por sobre todo, Miyazaki hace un comentario acerca de su carrera, su obra, y todo lo que postergó en su vida para dedicarse a su pasión.
El aspecto de Jiro que puede incomodar más al espectador es su obsesión por crear hermosas máquinas que terminarán causando tanto sufrimiento durante la guerra, incluso pagando un alto costo a nivel personal, desde su progresivo aislamiento de la gente que lo rodea hasta la pérdida de su gran amor, Nahoko, a causa de la tuberculosis. La referencia a las pirámides egipcias deja claro que la humanidad en su conjunto admira los grandes logros del pasado sin importar que llegaron con un costo igual de grande, y el precio de la grandeza, de hecho, es tratado en los sueños de Jiro. A pesar de todo, Jiro decide seguir adelante, simplemente porque es su pasión; no hay en sus actos lugar para cuestiones morales o éticas, y mucho menos lo hace para servir intereses ajenos. Aunque muchos han acusado a Miyazaki de regodearse en el pasado imperialista de su país en esta película, es claro que una obra de Ghibli nunca podría ser un medio para expresar opiniones políticas y que cualquier controversia está en los ojos de quien mira. La cuestión que queda latente es bastante simple y no tiene nada que ver con la política: en la vida siempre tendrás que sacrificar algo, y aún las decisiones mejor intencionadas pueden tener consecuencias nefastas. Es un mundo imperfecto habitado por personas imperfectas. Hay dos opciones: te amargás, o aprendés a vivir con eso.
A pesar de su valor artístico, hay que admitir que esta película es más difícil de digerir y apreciar que el resto de la obra de Miyazaki. Sin embargo, es la más importante de su carrera, su declaración final acerca del legado que le deja al mundo. Es una oportunidad que los artistas que tanto admiramos normalmente no tienen, y solamente por eso es obligatoria para todo fan de la animación y el buen cine.
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