Hace poco, cuando vi Inglorious Basterds, recordé muchísimo la obra de Garth Ennis, y pensé que si hay un director preparado para hacer un film basado en las creaciones del irlandés, ese es el gran Tarantino. Los parecidos entre el historietista y el director son notables.

The Boys

22/10/2009

| Por Martín Fernández Cruz

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Hace poco, cuando vi Inglorious Basterds, recordé muchísimo la obra de Garth Ennis, y pensé que si hay un director preparado para hacer un film basado en las creaciones del irlandés, ese es el gran Tarantino. Los parecidos entre el historietista y el director son notables. Y aunque el primero tiene varios muertos en su carrera (The Darkness, por ejemplo), hay que destacar la parte más intensa de su obra. Porque cuando él se mete con los personajes que le gustan y en las historias que lo apasionan, se nota rápidamente el talento y ese amor incondicional, que se traduce en los reconocibles guiones alla Ennis. En la superficie, se reconoce su estilo por el nivel de originalidad en las puteadas, por la inventiva en la sexualidad y por el grafismo en la violencia. Pero el verdadero Garth, el que escribe con pasión, es el de las historias de hombres obsesionados con sus tareas, entregados a una cruzada que los impulsa a seguir adelante sin hacer a un lado sus principios. Son hombres con códigos. Y el segundo elemento que presenta este Ennis-autor es su interés por derrumbar…más que derrumbar, detonar desde sus cimientos y con la dinamita más poderosa (como Tuco y Blondie vuelan un puente con Leone, otro apasionado que hizo eco en Tarantino), decía, detonar sin temor estructuras sagradas. Desde la Iglesia hasta la Liga de la Justicia, Ennis procura demoler conceptos establecidos mediante el accionar de sus personajes. Jesse, whisky en mano y pitando un Marlboro, sirvió para mear en la tumba de la Iglesia; ahora Butcher viene a intentar lo mismo pero con el mundo de los superhéroes y su folklore. Aunque, para qué perder tiempo, se queda a medio camino.

En la carretera de Ennis

Volvamos a Preacher, un lugar del que resulta imposible alejarse. Preacher fue, sin lugar a ningún tipo de discusión, su obra maestra, fue su Animal Man o su Watchmen, fue el vehículo en el que escupió todo lo que pensaba sobre los más diversos temas y desarrolló al menos 5 de los más gloriosos personajes que dio el comic de los ’90. Era imposible no admirar a Jesse y, a la vez, no identificarse con Cassidy, reírse con Arseface desde el cariño y con Starr desde el odio, querer hacer el amor con Tulip en algún hotel de la ruta y no cagarse de miedo ante la presencia de El Santo de los Asesinos. Todo eso lo logró Ennis en la que, a mi juicio, fue la mejor serie que parió Vertigo al día de hoy. Porque Preacher no nace con un historietista que fuma en pipa, toma un brandy y piensa en mundos donde la poesía es la magia: a Preacher hay que inventarla a los golpes, a fuerza de sudor y sangre. Y luego, muy a su y nuestro pesar, los lectores nos volvemos egoístas.

El que un autor consiga alcanzar un techo artístico con tanta rapidez (Pulp Fiction, una vez más Quentin), nos hace creer a los lectores con el derecho a pedirle que se supere, o cuando menos, se iguale. Y con Ennis se volvió difícil. Punisher, por ejemplo, sin ser fabulosa demostró que el irlandés seguía dueño de un ritmo personal. Luego vendría la segunda época de Castle, lejos de la tragicomedia y más cercana a una película de venganza de los ’80, y Ennis volvió a demostrar lo que ya sabíamos: que tiene una gran habilidad para escribir historias de cualquier género y clase. Pero había algo en Punisher que parecía indicar que había un guión hecho a media máquina, un poco en piloto autómatico. Pero pasó, aprobó. Ennis lograba mantener como podía su status de autor valioso aunque, hay que decirlo, más por los logros del pasado que por los del presente.

Llegó la hora del apriete

Luego de varios proyectos, historias cortas y medianas, años de juntar más y más veneno, apareció en 2006 la que prometía ser la nueva ongoing grossa de Garth: The Boys. Pero el camino a recorrer no sería nada fácil. Al proyecto se sumó Darick Robertson, que intentaría ser el dibujante fijo de la serie. La misma encontró editorial en DC, en el sello Wildstorm, pero con el correr de los primeros números, con Ennis inspiradísimo y Robertson totalmente a la altura de las circunstancias, DC le dijo al irlandés que la serie tenía sus días contados. Parece que el contenido de la obra era un poco mucho para la editorial de Batman y cía. Pero al ser una creación propia, y a sabiendas de que el número 6 sería el último que le publicaría el sello WildStorm, Ennis salió a la búsqueda de un nuevo hogar en el que continuar su historia. Sería finalmente la editorial Dynamite la que tomaría alegremente la posta, feliz de sumar a su catálogo la nueva ongoing de un escritor siempre taquillero como Garth.


Según una entrevista realizada por Matt Brady al historietista (un reportaje que sirve más para ver lo astuto que se considera Brady en sus preguntas, que son de 5 o 6 líneas frente a los monosílabos que escupe Ennis, otra oportunidad de entrevista desperdiciadísima como tantas que vemos en el mundo del comic), en fin… decía que tal como dijo el autor esa vez, parece que The Boys es un proyecto que se gestó a través de los años en base a varios conceptos que iban y venían, pero que no podían ser anclados en un mismo título. Ahora, tras leer The Boys, sabemos que esas ideas tenían que ver con el histórico desprecio y asco que profesa el autor hacia el idolatrado mundo de los superhéroes. Algo de esto ya había en Punisher, donde Spider-Man parecía un completo idiota o Wolverine un pedante engreído. El motor de su nueva obra es, en sí, utilizar a una patota (la del título) que se dedican a -para hablar como un guión de Ennis lo exige- tener bien agarrado de los huevos a cuanto superhéroe ande por ahí. Que ninguno se descuide, porque si la pifia, allí estarán los patoteros de Ennis para estrujarlo. Aunque puede que también The Boys le toquen el culo al super que tenga ganas, solamente para demostrar quién manda.

A la mierda con los superhéroes

Los que conducen el relato son Butcher y Simon Pegg, o sea, Hughie. El primero es el líder del grupo, y lo invita al segundo a que se una. De esta manera, Ennis se vale del pobre invitado al grupo para meternos de cabeza en el grupo, enseñarnos cómo funciona y de paso presentarnos al resto de sus integrantes: Mother Milk, The Frenchman y The Female. Pero en los primeros 14 números (disculpen mi delay, la serie va en Estados Unidos por el 35), los tres son más bien decorado. Se supone que The Frenchman y The Female son la fuerza bruta del grupo, y Mother Milk un lugarteniente de Butcher. Un buen truco para introducir al lector al mundo de The Boys y tirarnos las primeras pistas que parecen apuntar a un pasado inconcluso, en el que el grupo se desbandó vaya uno a saber por qué.


Y el lector es Hughie, todos somos él, desde el vamos. Y Hughie está enamorado, vive un amor que se ubica en el extremo opuesto al amor que puede entender Ennis, hasta que un superhéroe en medio de una peleíta mata a la novia del protagonista. Y desde allí, Ennis pareciera gritarnos en la cara que los superhéroes son unos hijos de puta irresponsables que sólo están para cagarnos la vida y vendernos que son los nuevos mesías. O sea, plasmar lo que pareciera siempre pensó el autor de los superhéroes: que no sirven para una mierda.

¿Comic de autor?

Puede que sí. O al menos este es uno de los más personales que escribió hace mucho tiempo. Hay un elemento muy presente en The Boys y que es la marca mas personal de Garth: la verdad, les guste o no, se impone a través de la violencia. Esto en Preacher estaba marcadísimo, Jesse pensaba tal o cual cosa, y el que no estaba de acuerdo, iba a estarlo a los golpes. Pero en Preacher ese discurso se sustentaba en la propia idiosincrasia del protagonista: un sureño cabrón, cuyo máximos ídolos eran John Wayne y su propio padre, un veterano de guerra.

Que Jesse pensara de ese modo era la consecuencia lógica de una educación salvaje. Pero así y todo, tenía valores, tenía una ética marcada a fuego y que, irónicamente, encontraba en el amor su razón de ser (el amor a su amigo y a su novia). Dirán que Custer (con ese apellido, también, ¡ustedes que pretenden!) era un facho, pero no jodamos, que la esencia de muchos héroes parte de ese lugar: querer cambiar el mundo para convertirlo en un lugar mejor según la óptica del protagonista de turno.

Pues bien, es gracia en The Boys se pierde. Ellos están ahí para tocarle un poco los huevos a cualquier superhéroe que se pase de la raya. Jesse nacía como resultado de un mundo podrido y su misión era arreglarlo. De The Boys se puede decir algo parecido: los super grupos están mal, y hay que arreglarlos. Pero Ennis considera que están mal cosas que hoy en día parecen chistes, y duele decirlo, un poco pelotudos. ¿ Está mal que un equivalente a la Mujer Maravilla le haga un fellatio a una especie de Superman? ¿O en realidad Ennis nos pide que reconozcamos el chiste y nos ríamos con su cinismo? Un super héroe se droga y coge, ¿y? ¿acaso está mal drogarse o coger? ¿Acaso Jesse no tomaba peyote y cogía en hoteles de ruta, y acaso no era él mismo el que venía a corregir el mundo? Y lo que sucede con The Boys es justamente eso, que no se entiende desde qué lugar Ennis construye su historia. Pareciera que a Ennis le interesa el chiste idiota, probablemente porque muchos lectores le deben haber festejado muchas de sus historias sexuales dignas de un adolescente en su estado hormonal más básico.

Ennis quiere armar una historia que parte de una idea absurda, que incluso se contradice terriblemente con sus mejores guiones. The Boys, aunque parezca salvaje o rebelde, es el colmo de la pacatería. Porque no reivindica el sexo ni el consumo de drogas ni las orgías, sino que las castiga. Habiendo tanto macho, irónicamente, a esta historieta le faltan pelotas. A Preacher lo criticaron varias veces por considerarlo un comic de derecha; lamentablemente, hoy en día, podemos decir que ese “derechismo” de antaño supo ser mucho más salvaje que esta falsa izquierda.

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