Estoy seguro que el año era 1936. Las sucias calles de New York azotadas por la depresión me servían de refugio. Allí, en ese callejón oscuro, me disponía a sacar del interior de mi abrigo aquel premio mal habido. No quiero que me interpreten mal, yo no solía robarme cosas porque sí, pero los tiempos que corrían no eran fáciles y el verlo ahí solo y triste, me incitó a hacerlo. Miré hacia ambos lados para cerciorarme de que me encontraba solo y que nada ni nadie iba a interrumpirme, me senté en el piso y finalmente lo saqué. Ese tipo de mirada torba y aspecto amenazante me observaba desde la portada, el arma humeante que tenía en su mano derecha no me inspiraba mucha confianza, pero respiré hondo y di vuelta la página sin vacilar.
Y así fue como con el correr de las páginas me enteré cómo un pobre lustrabotas venido de Italia, se tuvo que transformar en el más hijo de puta de los hijos de puta para sobrevivir en las calles de New York. Entonces comprendí todo: era una especie de mandato divino que yo tuviera eso en mis manos. Las enseñanazas eran claras, el mensaje me había llegado. Entonces fue cuando escuché las sirenas. De seguro habían descubierto el robo y le habían dado parte a la bofia que venía a buscarme. La patrulla paró fuera del callejón, de la misma bajaron dos oficiales y en ese momento comprendí que estaba realmente en un gran problema. Cerré los ojos con fuerza, apreté la revista contra mi pecho y me dispuse a esperar lo peor. Los minutos corrían… nada pasaba… Abrí tímidamente un ojo para descubrir que estaba en casa y que mi viejo no se había dado cuenta de que le habia afanado su suplemento Fierro de Torpedo.
En realidad tampoco estoy seguro de que esto haya pasado así, pero es como lo recuerdo. Ese libro de Torpedo todavía sigue ahí como joya invaluable de mi colección más bien por valor afectivo que otra cosa, porque resulta que este es el primer comic adulto que recuerdo haber leído, el primero con puteadas, minas en bolas, garches, y un protagonista que realmente es un hijo de puta sin ningún reparo en violarse una chica muerta.
EN EL PRINCIPIO FUE ALEX TOTH
Torpedo nace como un encargo que le hace Marcelo Miralles a Enrique Sánchez Abulí para la revista Creepy, en 1982. La idea era tener una historieta protagonizada por un gangster y una rubia en los EEUU de los años 30. El guión le gustó tanto al editor Josep Toutain que decide convertirlo en una serie, para lo cual contrata a Alex Toth para que la dibuje. Es al creador del Space Ghost que se le ocurre el nombre de Torpedo, elegido entre una lista con motes de la época que el dibujante presentó al editor. Torpedo resultó ser el nombre con más fuerza y surge de cómo se les decía dentro del argot de la mafia a los asesinos a sueldo. Toutain decidió llamar a la serie Torpedo 1936, un nombre con mucho más impacto que Luca Torelli, que era como iba a llamarse originalmente.
Lamentablemente, Toth duró en el proyecto menos que un pedo en una canasta ya que los guiones de Abulí le parecían repelentes debido a su excesiva crueldad y mala leche. Al viajar al Salón del Comic de Barcelona de aquel año y conocer a Abulí le gustaron menos todavía, así que después de ilustrar el segundo capítulo decidió abandonar la serie.
De esta manera, la serie fue “cajoneada” alrededor de un año, hasta que llega a manos de Jordi Bernet, quien a partir del tercer episodio (llamado en España “De perro a perro”) le daría el estilo definitivo al impactar al lector con esos contínuos primeros planos, en los que el rostro del personaje suele llenar el cuadro y también por el fuerte uso de los contrastes entre luces y sombras tan bien manejados y que por desgracia se pierden muchas veces por el coloreado que se le ha hecho a posteriori a la obra para su edición en algunos países.
Con un estilo más humorístico y, según sus propias palabras, inspirado en lo que hacía Chester Gould en Dick Tracy, Bernet empezó a dotar a los personajes secundarios de rasgos físicos muy característicos, que representaran de cierta forma su personalidad. Hasta el propio Torpedo fue modificando su propia imagen: aunque nunca pudo separarse por completo del look que le había impuesto Toth, Bernet supo agregarle detalles propios como que se le crispen los pelos, y hacerlo un poco parecido a Boris Karloff. Y ya que hablamos de a quién los hacía parecidos, en el caso de Rascal se insipiró en Richard Nixon y en Abe Reles, el ayudante del gangster conocido como Anastasia. En gran parte, esto era posible gracias a la gran libertad que le dejaban los guiones de Abulí, que no eran para nada detallistas en estos aspectos. El dibujante supo aprovechar esta mayor libertad con la maestría de los grandes.
El propio Bernet cuenta que la serie llega a sus manos en un buen momento, porque él venía bastante influenciado con el género negro y tenía la cabeza llena de imágenes y referencias. Se apoyó en la técnica que utilizaba Tom Lowell en los pulps de The Shadow, la cual consistía en pintar con un pincel seco y lapiz litográfico, lo que dotó a la serie de un estilo personal, que la acercaba a los pulps de los años ‘30 favoreciendo su realismo y ambiente.
Sánchez Abulí, por su parte, tampoco se conforma con ajustarse a las consignas del policial negro. De a poco suma más y más humor, en dos vertientes muy disímiles, pero que logra amalgamar a la perfección. Por un lado, los constantes juegos de palabras y las confusiones ridículas que estos generan. Y por el otro, el humor negro, el comentario sarcástico y descarnado frente a las aberraciones que protagonizan Torpedo y sus antagonistas. La capacidad de Abulí para rematar con mueca risueña terribles situaciones de sordidez, violaciones, torturas y masacres es absolutamente increíble y nos recuerda por momentos al Boogie de Fontanarrosa, o a algunos trabajos de Garth Ennis.
A lo largo de más de 15 años, la dupla Abulí-Bernet logró gestar una obra impresionante, que sin lugar a dudas se ha transformado en un clásico no sólo del comic español sino también del comic mundial. En la próxima entrega, la seguimos destripando.


