La otra gran obra que llevan adelante Trillo y Mandrafina (más el aporte de Guillermo Saccomanno en algunos capítulos) en los ´90 es la extensa saga de los Spaghetti Bros. Realizada, en principio, para publicarse en las revistas de la Eura italiana a partir de 1991, el nombre original de la historia es “Fratelli Centobucchi”, pero cierta interpretación escatológica que podría hacerse con las palabras “cento” y “buco” (les dejo a ustedes que imaginen) obliga a que le cambien el título. En entregas episódicas de ocho páginas, la dupla nos lleva a los EEUU de los años ´20 y ´30 (plena época de la Ley Seca), para contar la vida de los hermanos Centobucchi, inmigrantes italianos dedicados, cada uno, a una actividad distinta: Amerigo es un “caporegime” despiadado, capaz de las peores atrocidades con el solo fin de satisfacer sus caprichos; Caterina es una estrella de Hollywood de la época muda que trata de abrirse paso, cueste lo que cueste, en el flamante mundo del cine sonoro; Tony es un policía que intenta imponer su autoridad en las duras calles de New York mientras vive a escondidas un romance con Filomena, la esposa de Amerigo; Frank es un sacerdote católico de conducta ejemplar, mientras no se trate de poner a raya a sus hermanos; y Carmela es una ama de casa abnegada y dedicada a sus hijos, que en secreto despunta el vicio de asesinar por dinero. Bajo los cruces y conflictos que desarrollan los personajes, Trillo se ocupa de brindar una mirada sobre las instituciones que forjan la sociedad occidental (el crimen organizado, el mundo del espectáculo, la policía, la iglesia y la familia tradicional cristiana) con una sátira implacable, y un nivel de humor negro que supera con creces sus trabajos anteriores.
La sumatoria de atrocidades que vemos desfilar por esta serie solo es soportable bajo el tono irónico y el filo de los diálogos de un maestro como Trillo. Sabemos también que estos ambientes son los que mejor le sientan a Mandrafina, y aunque en este caso, obligado por plazos de entrega más perentorios, está un escalón por debajo de otras obras, su talento para las expresiones y el retrato de la Nueva York de los 20 (con sus autos, sus gangsters y sus balaceras) salen victoriosos de cualquier deadline. Las más de 800 páginas que componen la totalidad de Spaghetti Bros. se publican en Italia hasta fines de los ´90, y en español se reúnen en cuatro volúmenes a cargo de Planeta DeAgostini. En nuestro país se publican apenas un puñado de episodios en 1994, en algunos números de D’artagnan, con el título original de Fratelli Centobucchi.
Pero a pesar de su extensión, parece que a la dupla le quedaron más historias por contar, y es así como inmediatamente después del final de Spaghetti Bros. arrancan con Viejos Canallas, secuela o, más bien, nueva mirada sobre esta familia terrible. En este caso la historia pega un salto de varias décadas y el protagonista es James Ricci, hijo de Carmela Centobucchi, quien se gana la vida como guionista de sitcoms para la TV.
Pero, aburrido de tener que repetir siempre los mismos remates, se decide a llevar adelante su sueño de escribir “la gran novela americana” y contar la historia de su familia. Y para ello, no tiene mejor idea que ir a buscar a su tío Amerigo, ahora recluido en un asilo de ancianos, para sacarle toda la información posible sobre los viejos tiempos. Aquí veremos que el paso de los años hicieron mella en el cuerpo del mafioso, pero no en su crueldad y su avidez por saldar antiguas cuentas pendientes. James demostrará que tampoco es mucho mejor que esa figura que le repugna y le fascina por igual, al comportarse de la misma manera para sonsacarle una nueva historia a su tío. Y cuando una tragedia hace que las cosas cambien, será la familia completa la que saque los trapos al sol y ventile viejas rencillas sepultadas durante años.
Al igual que en la saga anterior, Trillo hace gala de la ironía y la mala leche para delinear estas “nuevas viejas” tropelías de los Centobucchi, y Mandrafina demuestra una vez más su maestría para cambiar de estilo y saltar del pasado al presente según las necesidades de la historia. Viejos Canallas se compone de dos partes: “El espíritu de la familia” y “El honor de los Centobucchi”, publicadas por primera vez en 1999 por Albin Michel, y reunidas en solo tomo para su edición en Argentina por Loco Rabia/ Belerofonte en 2016.
(el lunes, la última entrega)
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