En 1978 Will Eisner tenía 61 años. Había invertido los dos últimos en A Contract with God, su primera novela gráfica, aunque la idea de lo que quería hacer la venía pensando desde hacía demasiado tiempo: una historieta que pudiera ser vista y comercializada como un libro, que utilizara las técnicas que son propias del medio y con las que él había experimentado desde siempre.
Casi diez años antes, en un fanzine llamado Graphic Story Magazine le había dolido leer acerca del fracaso de algo llamado His Name is Savage! (1968). Se trataba de una revista de 40 páginas escrita por Archie Goodwin y dibujada por Gil Kane, que contenía una aventura autoconclusiva en la que se amalgaban tiras de comics con una narración en prosa. El texto tipografiado contribuía a sugerir que se trataba de algo más que de una simple historieta.
El poco éxito de aquél experimento había sumado otra duda a las que ya preocupaban a Eisner: creía percibir que el público ya no tenía la paciencia de antaño para leer largas extensiones de texto (o de arte secuencial), como parecían demostrarlo las cada vez más pequeñas tiras de los diarios.
“Lamento mucho que la revista de Gil (Kane) haya fracasado. Si volviera a los cómics –le confesó en 1969 a la revista Witzend – esa es la dirección en la que me movería”.
¿Sabía Eisner que Gil Kane lo había intentado de nuevo en 1971? Oscar Dystel, el CEO de Bantam Books, se había jugado por entero a favor de un proyecto que llevaría la historieta a las bateas en forma de libro de bolsillo.
La serie, concebida por Kane y guionada de nuevo por Goodwin, contaría las aventuras de un héroe de fantasía heróica llamado Blackmark. El contrato era por cuatro libros, pero cuando Dystel vio los primeros dibujos, aumentó el pedido a ocho.
Fue otro plan perfecto que salió mal, en parte porque Bantam no cumplió con lo que habían estipulado: esperar a que por lo menos tres libros estuvieran listos para su exhibición y ganaran su propio espacio en las bateas (así se había hecho con Doc Savage, por entonces un best-seller de la misma editorial). En vez de un nuevo formato, los libreros tenían algo que no sabían en qué sección ubicar. El valiente intento recibió un premio Shazam otorgado por la Academy of Comic Book Arts en 1973 y Blackmark encontró espacio más tarde en las páginas de varias revistas de Marvel.
En 1976, otro experimento. Chandler: Red Tide, era también una aventura autoconclusiva que pretendía ser el inicio de una serie y como His Name is Savage! incursionaba en el género detectivesco. Jim Steranko la había escrito y dibujado en apenas dos meses. No traía globos de diálogo, sino un continuo bloque de texto que acompañaba la acción de las viñetas. Fue justamente eso, lo que provocó el rechazo de sus lectores.
Pero para ese entonces, Eisner había recuperado lectores a través de las reediciones de The Spirit que publicaron primero Warren y después Kitchen Sink. Así que, con un poco más de confianza y el libro terminado, llamó al CEO de una importante editorial para concertar una entrevista. Ya había rechazado el ofrecimiento de Denis Kitchen. Prefería que A Contract with God no estuviese asociado a los comic-books y que pudiese llegar a las librerías.
Del otro lado de la línea atendió Oscar Dystel, de Bantam Books.
“Graphic Novel” fue el término que usó Will Eisner durante aquella conversación telefónica con el CEO de Bantam Books. Así había sido presentada Chandler: Red Tide en la introducción del novelista Joe Gores y también Bloodstar (1976), la adaptación de Richard Corben de un cuento de Robert E. Howard. Y no de otra manera denominaba Jack Katz su monumental obra “The First Kingdom” en su larga correspondencia postal con el mismísimo Eisner.
Sea cual haya sido su fuente de inspiración, Oscar Dystal aceptó reunirse con el autor de The Spirit, pero no quiso saber nada con volver a editar una historieta.
La primera de muchas subsiguientes ediciones de “Un Contrato con Dios” estuvo a cargo de una pequeña editorial llamada Baronet Press. Y pese a lo que se pueda pensar, la revolución de la novela gráfica no ocurrió de la noche a la mañana
Interludio en Brentano’s
Eisner estaba emocionado. Sabía que Brentano’s, la más prestigiosa librería de New York había solicitado ejemplares de A Contract with God. Era el lugar perfecto para su libro: al fin el arte secuencial, ese lenguaje de imágenes y palabras que tanto amaba, podía competir mano a mano con otros ejemplos de literatura.
Durante un par de semanas evitó pasar por la librería, hasta que la ansiedad pudo más. Al no verlo expuesto, se presentó como el autor y preguntó qué tal iban las ventas.
Le comentaron que durante el tiempo que lo habían tenido en vidriera se había vendido muy bien. Pero después había aparecido un nuevo libro de James Michener que ocupó todo el espacio. A Contract with God. fue a parar a la sección de teología, a causa del título. Como era evidente que no pertenecía allí, lo trasladaron a la sección de humor, hasta que un lector se quejó de que no era un libro divertido.
–¿Y ahora dónde está? – preguntó, inquieto, Eisner.
–En una caja, en el sótano. No se dónde poner la maldita cosa.
(Muy pronto, la cuarta parte).
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