Esto lo dije ya muchas veces, pero creo de todo corazón que la historieta es una de las artes más vivas de la actualdad. Espero ansiosamente las nuevas publicaciones de mis historietistas favoritos, no sólo porque amo su trabajo, si no también para ver qué nuevas vueltas de tuerca narrativas descubrieron que yo les pueda robar. Con el auge de la historieta autobiográfica o testimonial surgió una nueva corriente de experimentación que expande los medios de expresión que todo artista tiene a su disposición, sin mencionar que los historietistas jóvenes ya no tienen que empezar con las herramientas de piedra de los comics de superhéroes para tratar de esculpir una historia personal. Si esto no es una constatación de que el lenguaje está vivo, no se me ocurre cuál puede serlo.
A veces esta experimentación puede ser algo tan obvio como incorporarle una sensibilidad naturalista o literaria al modo tradicional de dibujar historietas, y a veces puede ser un replanteo absoluto de lo que realmente es la historieta, ya sea texto ilustrado, un lenguaje simbólico, o una serie de dibujos inciertamente vinculados y expresivamente plasmados. La generación más joven, sobre todo, parece haber tomado esta última noción y haberla desarrollado a un grado que deja a los pensadores frágiles e inseguros como yo sentados en una punta del salón de baile, tratando sin éxito de captar el ritmo. Para ser breve, creo que esto es absolutamente genial.
Hace unos años, nunca se me hubiese ocurrido que la historieta pudiera sostener tanto manoseo y retorcijón, pero me complace ver que el medio se la aguanta lo más bien. Y el juego se abrió. Mientras que durante décadas el objetivo tácito de casi todos los historietistas fue presentar una serie de imágenes conectadas visualmente de modo claro y consistente, muchos de los autores más jóvenes no hacen estan concesiones y se permiten sentimientos y asociaciones muy raras y aún así extrañamente reales que para mí son desconcertantemente liberadoras, especialmente si se las compara con las historietas más tradicionales y –a falta de una palabra mejor- cinematográficas. Leer esos trabajos y después volver a historietas más clásicas es más o menos como escuchar uno atrás de otro a Louis Armstrong y una marcha de Sousa. A mí me pasa que después de leer a muchos de estos autores vuelvo a mi tablero sintiendo una repentina sensación de déficit, de que a mi rigidez esquemática le falta vida interior. Como ya dije, me hacen sentir viejo.
Al mismo tiempo, unos cuantos historietistas a los que admiro y respeto profundamente afirman con relativa certeza que una historieta sin una historia sólida, de fácil comprensión o un conflicto moral explícito entre personajes no ameerita ser leída ni escrita. Yo no estoy tan seguro. Creo que estamos en un punto en el que se hace evidente que la historieta se puede acomodar a una variedad de sensibilidades y disposiciones ampliamente divergentes, y me pregunto si la forma más dramática de plantear escenas y situaciones es necesariamente el único camino.
Ultimamente también me encuentro a menudo preguntándome si de verdad soy dibujante o guionista. Fui entrenado y educado como lo primero, me alentaron a entrar en el mundo de los pantalones manchados de pintura y los estudios de paredes blancas donde los experimentos salvajes y descontrolados precipitan la incubación de otras ideas visuales… y sin embargo soy muy feliz cuando me siento en un escritorio con los pantalones limpios y un lápiz y trabajo en una única historia durante cuatro o cinco días, de modo calmo y deliberado. Para abreviar, estoy empezando a creer que el historietista –contrario al cliché general- es algo así como una nueva especie de creador, uno que se puede inclinar con la misma facilidad hacia una vocación poética, pictórica o literaria, pero que se expresa y se piensa a sí mismo principalmente en imágenes. Esto puede sonar a delirio, pero empiezo a pensar que es verdad. Definitivamente pienso que hay muchos enfoques en la historieta que todavía no fueron abordados y que recién ahora estamos empezando a desenterrar.
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