A partir del momento en que surge un evento que lanza nuestra vida cotidiana a una de esas zonas que parecían estar ocupadas por el imaginario de los autores de ciencia ficción, esta deja de serlo, en el acto. Tomemos como ejemplo los nanotratamientos médicos en los vasos sanguíneos, que se están utilizando para resolver problemas graves de salud: eso era ciencia ficción en Phillip K. Dick, y ya no lo es. El término «ciencia ficción», de hecho, es usado en ciertos ámbitos de la cultura para desvalorizar o descartar proposiciones artísticas. En 2020, la humanidad se cayó dentro de uno de los episodios de ciencia ficción más aterradores que imaginamos a lo largo de las décadas anteriores: la pandemia. Pienso en la película Contagion, de Soderbergh (2011). A mí me parecía grosera, tremendamente exagerada, y sin embargo la vivimos en la realidad. Un mal absoluto, ciego, que no tiene conciencia de estar matando, que vino a tomar nuestro lugar, del cual la humanidad es la víctima sin saber bien por qué. El 90% de la población mundial no se da cuenta de que nuestra realidad fue anticipada por la ciencia ficción. Esto hace que nos preguntemos cuál es el rol de los autores que se dedican a imaginar nuestro futuro. Yo tengo la esperanza de que la space opera nos esté contando cosas que nos van a servir cuando finalmente entremos en contacto con los extraterrestres.

Dicho esto, reconozco que hace 20 años me enojaba un poco que me encasillaran como autor de ciencia ficción. Cuando yo hablaba de oscurantismo religioso en El Sueño del Monstruo (1998), hablaba de algo que estaba a punto de pasarnos. Lo lamento por aquellos que no lo pudieron ver, pero yo lo veía. Tres años después de la aparición de El Sueño del Monstruo, se cayeron las torres del World Trade Center.

Además, con la llegada de lo digital, todo se puede transmitir en una fracción de segundo. La ciencia ficción vivida no como algo profético, sino en tiempo real. La aceleración es tal que una pandemia puede impactar en todo el planeta en una fracción de segundo. Ni la Segunda Guerra Mundial pudo tanto: afectó a Europa, al norte de África, Japón, algunas islas del Pacífico, pero al resto del mundo no llegó. Hoy es increíble cómo hasta la más mínima información rompe todas las fronteras. De un día para el otro, todo el mundo puede entrar en una apnea. Es un mundo de imágenes tremendas. Nosotros estamos bajo el agua y los animales regresan. Los patos se pasean por las avenidas de París. Las calles de New York, Shanghai y Hong Kong están vacías. Cualquiera que escriba lo que se vivía en ese momento está haciendo ciencia ficción. Una CF de tiempos veloces, brutal, implacable.

Todo esto me hace volver a pensar en qué tengo ganas de contar. La autoficción, intelectualmente, es un ejercicio que no me gusta. La Historia me interesa en tanto que sucesión de eventos puntuales, pero no me quiero poner a recontar de nuevo las cosas tal como pasaron, necesito una proyección, una prospectiva. Entonces, ¿qué queda como gran tema? Más allá de la llegada de lo digital, para mí el tema esencial es nuestra propia supervivencia. No es el planeta el que está en peligro: sí, nosotros lo vamos a dañar, de hecho ya le infligimos mucho daño, pero un buen día, nosotros vamos a desaparecer y el planeta se va a curar solo. La Tierra nos va a sobrevivir. Estoy leyendo varios libros que hablan de eso. Incluso trabajé en un proyecto para una película que lamentablemente no salió, y que daba evidencia de eso: sin nosotros, el planeta será sublime. Y en ese plan de supervivencia de los seres vivos, hay que incluir a las plantas y a los animales. Ellos son nuestros socios, ninguno es más esencial que el otro. Estamos todos juntos, es tanto lo que compartimos con los otros mamíferos… Con la ecología tal como la entendemos hoy, el problema no se va a solucionar, porque está centrada sobre todo en lo ideológico. Así es como en vez de discutir el futuro se discute todo el tiempo el pasado.

Reconozco que le presto demasiada atención a la prensa. Me interesa su gramática, su forma de conjugar el tiempo presente. Y trato de buscarle otra temporalidad, la de la reflexión y la creación. Me sirve para buscar mi propia forma de conjugar el presente. La conjugación del presente y el pasado me dan un potencial futuro. A mí me gusta que el futuro muestre huellas, vestigios del pasado. Que en los objetos que muestro en mis historias del futuro se pueda ver el paso del tiempo, en la arquitectura, en el diseño de los interiores. Que las cosas se vean viejas, arrugadas, erosionadas, que hayan sufrido el paso del tiempo y la violencia de los humanos. No le impongo un realismo a mi visión del futuro, prefiero deshacerme de la obsesión por lo real y lo plausible, y animarme a plantear otro tipo de cuestiones.

Una respuesta a «Enki Bilal»
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¡Grande el Enki! Como decía algún comentarista, el fútbol no podría chuparme más un huevo, pero su «Fuera de Juego» junto a Cauvin es groso; material que hubiera llevado a una secundaria para compartir con los estudiantes. «Partida de Caza», «Las Falanges del Orden Negro» «La Feria de los Inmortales» «La Ciudad que no existía»…este tipo (y Christin) dieron grandes obras. Raro que con esta oleada de edición nacional de material europeo no haya sido un autor a considerar. Tal vez sea muy de una época, pero lo disfruto más que a un Manara o a un Jodorowsky, o a un Giménez.
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