La historieta es mi vida. Es un hecho que todos los chicos dibujan, y yo soy de esos que nunca paró. No tengo idea de cuándo empecé a dibujar historietas, creo que desde siempre. Mi mamá debe tener hsitorietas que dibujé a los siete años, o por ahí. Desde muy chico fue mi obsesión. Incluso sin saber nada, me daba cuenta de que había un vínculo entre esa forma de narrar y la del cine. Después me cayó la ficha de lo peligroso que es eso, cuando empezás a descubrir entre los historietistas a un montón de cineastas frustrados. Gente que hace historietas, pero en realidad quisiera estar haciendo cine. Es algo que me hace desconfiar, al toque. Y aún así, con toda sinceridad tengo que reconocer que desde muy chico las películas me marcaron más que las historietas. En la infancia me parecía que Tintin era insuperable, y después me partió la cabeza descubrir a Akira, y esas historietas que pasan sobre todo por el placer que nos da mirar los dibujos. Pero es un tema complicado.
Cuando era joven, hacía historietas muy experimentales, en las que de alguna manera buscaba plasmar, prolongar o reproducir las sensaciones que me transmitían las películas. Mezclaba los dos lenguajes, o por lo menos esa era mi intención. Sin embargo, nunca se me ocurrió dedicarme a filmar películas, nunca se me sentó en el hombro ese fantasma. Es algo que me volvía loco de chico, pero que después quedó muy lejos, como cuando uno sueña con ser guitarrista de rock, o un pintor famoso, o cosas así. Nunca me pareció algo factible, algo que pudiera concretar sin cansarme antes, nunca creí poder soportar todas las agachadas y las frustraciones que implica dirigir cine.
En la historieta, trabajar con un guionista es lo más parecido a las concesiones que hay que hacer cuando uno hace cine. Por supuesto que es todo mucho más tranquilo, y se pilotea mejor, porque acá no hay problemas presupuestarios. No se obliga al guionista a escribir en función de un presupuesto, que es algo que a mí me parece un horror, algo que le quita sentido a todo el proceso creativo. En el cine, al final, la técnica se impone por sobre tu capacidad de trabajo, mientras que en la historieta tenemos la misma libertad que en la literatura. Eso lo descubrí en mis años geeks, cuando leía revistas sobre cine y efectos especiales, y dije «No, yo eso no me lo fumo, que se lo fume Spielberg».
Mi criterio para determinar si una obra es a color o en blanco y negro, tiene que ver con mi obra anterior. Si la última fue a color, trato de que la próxima sea en blanco y negro. Así de simple. Cuando empezamos Saint-Elme con Serge Lehmann, yo estaba muy enganchado con la serie Euphoria, que fue el apogeo de una tendencia estética que estaba muy presente también en la publicidad y en los videoclips, y que probablemente esté vinculada a razones técnicas (cámaras digitales, placas LED, etc.). Esas caras mitad cobre y mitad fucsia con una zona de sombra en el medio… Son cosas que vienen desde los ´80, o que incluso ya las hacía Dario Argento en los ´70, y tenía ganas de entenderlas y de reproducirlas. Y me di el gusto de jugar con colores que en mis otras obras se ven poco, como el violeta, el turquesa, el rosa o el morado. También probé cosas nuevas con el Photoshop, a la hora de colorear. Me fui de esos colores discretos, con tonos pastel, a unos porcentajes más flasheros, más potentes.
Cuando empezamos con «Saint-Elme», ni Serge ni yo sabíamos cómo iba a terminar, pero teníamos una dirección general. Nos resulta fácil entendernos. Trabajamos del mismo modo muy orgánico que habíamos desarrollado cuando colaboramos en «L’Homme Gribouillé», o incluso más fluído, porque aquel guion venía de un proyecto de novela literaria que Serge no había podido concretar. Con «Saint-Elme» empezamos realmente desde cero, que es lo que me gusta a mí. En general, prefiero no trabajar sobre algo que ya está escrito desde antes. No me copa la colaboración tradicional entre dibujante y guionista en la que el guionista te entrega un guion completo, con todos los textos, y hasta te da plantado el armado de las páginas y las secuencias. Entonces, Serge escribió un primer desarrollo, y yo le pedí que lo repasáramos juntos, viendo qué podía aportar yo. Le sacamos cosas, reorganizamos otras, por suerte pude participar mucho de ese proceso. Como ya dije, no creo mucho en la analogía entre la historieta y el cine, pero no se me ocurre otra forma de pensarlo. Yo me convertí en una especie de un director, que tuvo la posibilidad de remodelar y reinterpretar el guion con total libertad. Pero siempre con la necesidad de acordar con el guionista, para que él aprobara los cambios, porque si a él no le parecía bien lo que yo quería cambiar, nos volvíamos locos discutiendo, y no es la idea.
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