Doble Desafío

Algunos comiqueros tenemos cierta obsesión con el estado de nuestras revistas. Es decir, nuestra sed de “conservación” nos hace fruncir el entrecejo ante la más mínima imperfección en la superficie del papel, ya sea una marca o un doblez.

Cuestión de Estado

06/11/2009

| Por Bruno Magistris

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Un extremo: Ejemplar de Action Comics #1 certificado por el CGC por su perfecto estado de conservación

Algunos comiqueros tenemos cierta obsesión con el estado de nuestras revistas. Es decir, nuestra sed de “conservación” nos hace fruncir el entrecejo ante la más mínima imperfección en la superficie del papel, ya sea una marca o un doblez. ¿Quién de entre nosotros no tuvo este problema alguna vez, al comprar aquella historia que tanto anhelábamos y comprobar de repente que una de sus páginas estaba traidoramente marcada hasta el fin de los tiempos por las torpes manos de un vendedor inescrupuloso?. ¿Quién de nosotros no se sobresaltó alguna vez con aquel tío salame que al grito de “a ver tu revistita” la agarra salvajemente y, al abrirla, hace dar a la tapa tres vueltas sobre su eje para irremediablemente dejarle su huella impune?. ¿Quién de nosotros no pensó alguna vez en pedir una rebaja a un puestero del parque porque la página 3 tenía una horrible marca que la cruzaba de arriba abajo?.

¿Por qué será esto? Confieso que soy uno de estos geeks que no puede tolerar el abuso a una historieta (suena raro, sí, pero es literal), y lo más extraño es que, si antes de manifestar nuestro descontento por el maltrato nos consideraban abyectos nerds, una vez levantada la voz en defensa de nuestra gloriosa revista no habremos hecho más que elevar ese desprecio al nivel de la repulsión. Busco constantemente una explicación a esta obsesión que me persigue tanto, y no la encuentro. A veces, cuando me cuelgo mirando mi colección (¿no les pasa a veces que, queriendo leer algo, se quedan un rato laaargo mirando esa biblioteca llena de colores y maravillas sin poder hacer más que eso, mirar incansablemente sin decidirse por nada?) me doy cuenta de que revistas que compré hace más de diez años están como nuevas, como compradas ayer. Y es algo que no me pasa con la ropa, por ejemplo, cuyo “inventario” tengo todo hecho mierda y le doy cero importancia (esto está mal, lo reconozco, pero soy así). O sea, soy un desastre con todo, dígase ropa o cualquier otra cosa que pueda llamarse “de mi posesión”, salvo con los comics. Cuando a mi mujer se le ocurre hacer una de esas limpiezas que duran todo un día y que ponen la casa patas arriba, todo bien: ¿querés reordenar mi ropa interior? Reordenala. ¿Querés reacomodar los pulóveres en otro cajón? Hacelo. ¿Querés reacomodar los muebles de la casa? Hacelo. Pero no me toques los comics porque ahí sí la pudro. Polvo no van a tener, seguro, porque cada tanto los reacomodo y los ojeo, así que no se te ocurra pasarles Blem porque, como dice mi viejo “vamos a tener que empezar a hablar de otra manera”.

Y el otro, mismo comic, sin tanto cuidado al paso del tiempo. El horror… el horror…


Y seguramente alguna vez te pasó que, estando ausente, alguien te los tocó (los comics, no seas malpensado) y con sólo darles una ojeada, con nuestros adiestrados ojos, no nos queda más que poner el grito en el cielo y, con la vena del cuello hinchada, inquirir quién osó ponerles una mano encima.

Es una especie de retroalimentación, o sea, como a todo el fucking mundo las historietas les parecen papel higiénico con dibujitos diferentes al de los perros que andan por ahí, y por ende su desprecio y falta de cuidado para con ellas, el comiquero desarrolla un mecanismo de defensa que lo aislará aún más de la sociedad tal como se la conoce, y protegerá aún más esas perlas del fondo del mar que nadie se toma el trabajo de mirar en serio y pensarlas como un arte valeroso y trascendente.

No sé, quizás sea un raye mío nomás, quizás no. Como cierre quisiera dar el ejemplo de un amigo (juro que era un amigo, no es una máscara dialéctica para esconder mi identidad) que, desesperado ante una marca de ciertos dedos ladinos en la tapa, tomó una lima de uñas y, raspando la marca sobre su lado contrario, la deshizo casi por completo, durante días y días de trabajo. Estaba algo más que obsesionado, lo reconozco, pero la marca se fue y yo me saco el sombrero ante eso.

¿Seremos geeks en serio? ¿Estamos perdidos y nos aferramos a la marginalidad como condición excluyente? ¿Somos otros Bart Simpson que pasa las páginas de su “Radioactive Man” con una pinza caliente?

Somos comiqueros. Y eso, en sí mismo, es mucho decir.

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