Doble Desafío

Todos hemos oído hablar alguna vez de "experiencias de vida" o de "vivencias paranormales" que conectan a quien las vive con algo casi inexplicable, un "más allá" tan esquivo como atrayente. O el relato de "veo la luz" y de cómo atravesando un largo corredor se accede a un "algo" puramente espiritual.

Viaje al más acá

03/03/2011

| Por Bruno Magistris

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Todos hemos oído hablar alguna vez de «experiencias de vida» o de «vivencias paranormales» que conectan a quien las vive con algo casi inexplicable,
un «más allá» tan esquivo como atrayente. O el relato de «veo la luz» y de cómo atravesando un largo corredor se accede a un «algo» puramente espiritual.
Más allá de si creamos en estas cosas, sólo nos queda la experiencia, vivida o no. Y debo confesar que yo tuve esta especie de «viaje astral» en el que
luego de un largo corredor podría acceder a un «paraíso» hecho a mi medida, pero quizá algo diferente del que venimos hablando.

Dejenmé situarlos en espacio y tiempo. Año: 1993, lugar: Villa Ballester. Quizá más de uno esté levantando la ceja y pensando «¿dónde joraca es eso?», lo
que no sería ilógico. Lo mismo pensaba yo de aquel remoto paraje llamado «Caballito» por aquellos años: un lugar tan inaccesible como cuasi-mítico. Pero
no me quiero alejar: estamos en 1993. Mi hermana celebraba su cumpleaños como hacía siempre: mucha gente, algún que otro copetín, bebidas, etc. Uno de sus
amigos, casualmente, comenzó a hablar de algo que a mí me fascinaba pero que mi mente no podía procesar saliendo de él: a este querido personaje le gustaban
los comics. Y mientras hablaba con alguien que lo escuchaba más por cortesía que por verdadero interés, me acerqué silenciosamente y me uní a la «charla».
Nociones como «Crisis on Infinite Earths», donde no había un Flash sino TRES; tomos recopilatorios; crossovers entre Superman y Spider-Man (¿los héroes se
conocen entre sí? ¡Dios mío!); en fin, infinidad de temas que no me dejaron dormir de la emoción y que seguramente fui el único al que le pasó.


Tan cebado estaba, que le pregunté a esta persona dónde podía conseguir todas estas maravillas. Me dijo que existía algo así como un «Parque Rivadavia» y,
con el máximo lujo de detalles, trazó un mapa mental de fácil acceso desde mi hogar a él. Agregó que, al día siguiente (domingo) iría para llevarse un pedido
especial de la colección completa de Legión de editorial Zinco, que si quería podía ir con él. No hará falta aclarar que al día siguiente, a las 8:00 hs
(no olviden que era domingo y que él me había «invitado») lo estaba llamando. Obviamente, atendió completamente dormido y no me mandó a la mierda por «cortesía»
a mi querida hermana. En fin, decidido a ir a como fuera lugar, hice acopio de fuerzas y memoria, tomé una mochila y, cuando estaba saliendo, mi viejo, en un
acto de generosidad sin límites hasta el momento, me dijo la frase que un Dios no hubiera podido expresar mejor: YO TE LLEVO.


El viaje duró mucho más en mi cabeza de lo real, pero finalmente llegamos. No sé dónde estacionó, pero entramos al Parque por la calle Acoyte. Quienes hayan
ido en aquellas épocas, recordarán seguramente lo que voy a decir, pero mi vivencia fue la siguiente. Según mi comiquero amigo, el lugar rebalsaba de historietas.
El estrecho corredor entre los puestos no dejaba mucho espacio: gente a raudales, libros, folletos, revistas de ciencia, información y demás, pero ningún comic.
Mientras avanzaba con mi viejo, comencé a dudar de todo lo que había escuchado la noche anterior: ese hombre estaba con un vaso en la mano, sin duda borracho,
delirando con sueños imposibles en donde cohabitan todos los comics que pudieras imaginar. ¿Cómo pude creer esa patraña? ¿Dónde había quedado mi poca racionalidad
al no entender que tal lugar era imposible? Mientras pensaba esto, los empujones se sucedían. Nadie cedía al «permiso» espetado débilmente, hacía calor, el mal
humor crecía y de repente… no sé cómo explicarlo. Allá a lo lejos, un color. Algo diferente a lo que estaba viendo hasta entonces, una forma que mis ojos ya algo
adiestrados captaron casi de reojo. Mi entusiasmo se renovó, la fe rebosó y el paso se aceleró. Mi viejo me soltó la mano porque no podía mantener mi velocidad, pero
apenas me di cuenta. Casi sin querer, mi vista se posó en un puesto que tenía aquellas revistas que buscaba colgadas una al lado de la otra. Sonreí inconteniblemente,
iba a acercarme cuando alguien quiso pasar. Me aparté y, de casualidad, miré más allá de aquel puesto, y ahí fue cuando lo vi… Era una rotonda llena de cajas, y a
su lado puestos que la rodeaban, y gente mirando, y revistas, miles de revistas, tomos, prestiges, ediciones importadas, colecciones completas. Era el paraíso, MI
paraíso, con mi viejo al lado que me había llevado hasta allí. Muy pocas cosas en mi vida me dieron la alegría que sentí ahí, en ese momento mágico que atesoro como
un verdadero regalo del Cielo. Quizás sea poco, quizá no. Lo que sí sé es que yo también, luego de un tortuoso corredor de tinieblas, llegué a la Luz en la que mi
alma se fundió y difuminó. Y de ahí en más, obviamente, fui un CREYENTE.

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