-“¿Te conté alguna vez, del caso en que me fui a menos, que tuve todo para determinar un afano y… qué sé yo? –los efectos del alcohol hacían estragos en nuestro felino detective. Era tarde en ese bar de mala muerte, pero él seguía cambiando anécdotas por ginebra y Whiskas con dudosa fecha de vencimiento.
-Uh, cuchá, cuchá- arrancó de nuevo sonriente. –Yo era muy joven recién empezaba en esto. Sería 1973, ’74, todavía no le había sacado el plástico cobertor a las sillas de la oficina, no tenía secretaria pero ya había resuelto algunos casos resonantes. Todavía no tenía que emborracharme noche por medio para encontrarle sentido a la vida, todavía tenía sueños y tenía al Viejo para compartirlos…
La memoria le jugó una mala pasada y McCurro se sintió cagado a trompadas por la nostalgia. Cerró los ojos y se clavó hasta el fondo el líquido sospechoso que se calentaba en su vaso. Brindó hacia el infinito, solemne, mientras la ginebra berreta le quemaba las tripas. Apoyó el vaso con fuerza contra la mesa, y aprovechó que el mozo abrió los ojos para pedirle otra.
-La vida es así… ¿En qué estábamos? Ah, sí, el caso que perdí a propósito- y la luz volvió a sus ojos, y la sonrisa pícara volvió a su rostro.
Era verano y yo estaba leyendo unas de Columba en busca de un plagio que nunca encontré, cuando de pronto se abre la puerta y entra un fulano trajeado, con portafolios y todo.
-Buen día, inspector McCurro- dijo.- Necesitamos de sus servicios. Sin esperar mi respuesta, o saludo, ni nada, se sentó ante mí y apoyó el maletín en el escritorio. –Trabajo para el Sindicato Dante Quinterno y tenemos un caso sencillo que le va a proporcionar una suma de dinero muy conveniente. ¿Ya vio esto?- y apoyó sobre el escritorio una pilita de álbumes que sacó del portafolios. No tuve que esperar a que me los mostrara para saber que eran tomos de Grijalbo de Astérix. De hecho, ni tuve que esperar que me lo dijera para saber qué quería, cuál era el caso. Pero con toda su gomina, su corbata elegante, este personaje no se iba a quedar callado, y siguió adelante con el monólogo que tenía bien estudiado. –Usted ya debe conocer a este plagiador. Mi jefe le pagará muy bien simplemente por juntar pruebas, presentarlas de manera convincente para que los jueces del mundo fallen a nuestro favor y terminemos con esta lacra. ¿Qué dice?
Me hice el interesante, el superado, el que la guita y su olor a millones no podía conmover –todavía no tenía las cuentas bancarias más rojas que glande de Johnny Storm,- así que el abogado cheto este, tuvo que mostrar más cartas.
-El trabajo incluye un viaje a París –dejó escapar como tentadora carnada. Y después tiró una cifra de gastos diarios que me sacudió entre un ACV, el vómito y la eyaculación. Pero me mantuve serio, impertérrito, como si me hubiera dicho que se casaba su tía. Nada. –El señor Quinterno estaría muy agradecido con usted- siguió ‘Corbatita’,- y sepa que en los tiempos que se vienen, los amigos del señor Quinterno se van a ayudar mutuamente para beneficio de todos.- Eso me sonó a amenaza, porque el presidente era Cámpora- o ya estaba Perón, no me acuerdo, por ahí- pero claramente los vientos de cambio sacudían al país.
-No suelo ser amigo de mis clientes- le mentí descaradamente a los ojos, como Travis Charest prometiendo una fecha de entrega,- ni me preocupan los tiempos que se vienen, pero siempre me interesa llegar al fondo de la verdad y deschavar a los que desprestigian este medio con delitos. Dígale al señor Quinterno que McCurro resolverá su caso.- El ‘boga’ se levantó sonriente y me tendió la mano. Lo miré serio y le dije: -No veo el cheque. Ya estoy trabajando. Necesito el dinero de gastos.- Sí, era un pendejo hijo de puta, pero sabía que Corbatita tenía billetes y que quizá me estaba entregando por menos de lo que podía sacarle. Con notable molestia volvió a abrir el maletín y extrajo un cheque donde se veía la misma firma que en las miles de tiras de la prestigiosa editorial del cacique. Los ceros me pegaron un cross de izquierda, pero creo que mantuve la compostura, hasta que el abogado se fue y festejé como loco. Corrí al bar de la esquina y me agarré el primer pedo profesional.
Pasada la resaca, la tarde siguiente empecé mi labor. René todavía estaba vivo, así que armé un bolsito y me fui a Ezeiza, para ver a qué hora salía para Francia. No te voy a aburrir con detalles, las charlas con Goscinny sobre el querido Racing Club y los pantalones de Obélix, sus años en Estados Unidos, nada, estuve seis días en la Ciudad Luz y volví cuando se me acabó la guita. A los dos días un par de ursos patearon la puerta de mi oficina –era la primera vez, estaba emocionado, me estaba graduando de detective privado,- y se hicieron a un lado para que entrara Corbatita. Esta vez su ropa era aún más elegante. Pero su sonrisa era más falsa y escueta.
-Estimado McCurro, el señor Quinterno quiere verlo.
-Qué suerte- respondí sin inmutarme,- yo quiero verlo a él. Tengo el caso resuelto.
Y entre falsas sonrisas y palabras corteses, me subieron a un Falcon negro con destino a la editorial del indio terrateniente. Bajamos en Santa Fé y Ayacucho, una zona re top, y entramos a un viejo edificio clásico, recontra cheto. Corbatita y yo subimos por el ascensor, pero así y todo, los dos ursos ya nos estaban esperando cuando abrimos la portilla en el segundo piso. Golpearon una gran puerta de madera labrada y un zumbido autorizó la entrada. Ingresamos a una lujosísima recepción, donde una secretaria vestida como en una película europea de espías nos interrogó desde atrás de un escritorio. Cuadros, adornos, candelabros, alfombras, espejos, el lujo era embriagador, pero no había ni una señal del tehuelche y sus amigos que pagaron tanto lujo. Por un momento pensé que podían haberme traído a la oficina incorrecta. Tras una breve comunicación telefónica, la amable secretaria nos indicó una alfombra roja y nos pidió seguirla hasta el final. Más pasillos, lujosas habitaciones de petit hotel convertidas en despampanantes oficinas donde seguían sin aparecer resabios de una editorial, de una historieta o de un personaje. Corbata golpeó la puerta e ingresamos a una sala presidida por un gran escritorio de madera labrada finamente, brillante y sólida, donde todo te gritaba en la cara que el dueño era millonario. Y claro, Dante Quinterno estaba sentado en una silla –qué digo silla, casi era un trono- y nos recibió con un gesto y una sonrisa. Corbatita y yo nos sentamos, los ursos montaron guardia en la puerta. De nuevo, nada indicaba que este lugar tenía alguna relación con personajes, globos y aventuras. Un cuadro al óleo con un paisaje, una escultura metálica de un caballo, brillo, seriedad y ostentación.
-Adelante, inspector, bienvenido. Lo esperábamos hace días- estaba frente al “Pibe” Quinterno, el primer millonario de la historieta argentina, ahora un alegre anciano de traje claro y camisa oscura con moño en composé.- ¿Qué noticias tiene para mí?
-No son buenas, señor Quinterno- y su sonrisa desapareció y las puntas de su bigotito apuntaron hacia abajo.
-¿Cómo que no son buenas, McGato? Esto es pan comido. El robo es evidente.
-Bueno- retomé tratando de calmarlo,- se pueden apreciar algunas similitudes…
-¿Similitudes? ¿De qué me habla? Mi personaje es narigón y superfuerte, el de esta gente, también…
-Bueno- lo interrumpí antes de que siguiera enojándose,- si es por narigón superfuerte, todos le deben a Popeye de Se- y al unísono, los ojos de Quinterno se agrandaron y se fue contra el respaldo, mientras los ursos se llevaban las manos a las sobaqueras y Corbatita me clavaba la mano en mi antebrazo como una garra, aterrorizado. Frené la frase y recorrí la escena con la mirada. Me di cuenta que había dicho algo tremendo, pero no entendía qué.
-Discúlpelo, señor- dejo escapar bajito el abogado que seguía ejerciendo presión sobre mi brazo,- no sabe lo que dice.- Y me calenté.
-Bueno- arranqué como si leyera una ficha,- Popeye apareció 17 de enero de 1927 y…
– Y Patoruzú debutó el viernes 19 de octubre de 1928- completó el dueño de la editorial, recostándose contra el respaldo del trono mientras se acomodaba el moño, ahora más tranquilo.- Olvidémonos de esa casualidad, ese espíritu de época compartido cuyo autor está muerto y soy amigo del King Features Syndicate- dijo en un confuso inglés,- centrémonos en este delito a mano armada.- estuve a punto de retrucarle que la superfuerza del indio empezó en 1936, cuando arranca de nuevo en El Mundo, mucho después del salto a la fama del marinero de Segar gracias a los dibujos animados de los hermanos Fleischer, pero preferí destensar los dedos de Corbata de mi antebrazo para recuperar la circulación de la mano, mientras los ursos enfundaban y volvían a su posición de descanso contra las puertas. -Estuvo en París- retomó Dante como si nada hubiera pasado,- habló con el malhechor que viene usufructuando mi idea desde los ‘50s, ¿qué averiguó? ¿es cierto que vivió en Argentina?
-A ver… -saqué mi cuadernito espiral pero arranqué de memoria mientras pasaba páginas en blanco,- René Gosciny nació en París en 1926, vino a vivir a Buenos Aires a los dos años, en el pasaje Sargento Cabral 875, Retiro, y asistió al Colegio Francés, sito en La Pampa al 1900. Con la familia visitan Uruguay, Brasil y Venezuela, aunque veranean en Francia. En 1943 se recibe de bachiller y muere su padre; empieza a buscar trabajo hasta que en 1945 a instancias de su tío, decide irse a probar suerte a Estado Unidos, para laburar en los Estudios Disney, pero termina en Nueva York, trabajando para Harvey Kurtzman, Bill Elder, Wally Wood y Jim Davis, el equipo que crearía la Mad. Es decir que sí, Gosciny vivió en Argentina entre 1926 y 1946.
– Ja. Era obvio. La época de oro. Toda su infancia y adolescencia bajo la influencia del éxito descomunal de mi personaje. No quedan dudas de que conoció, disfrutó y planeó robar mi fabulosa creación. ¡Lo tenemos!
-Señor Quinterno, millones de personas, cientos de artistas vivieron en Buenos Aires en esa época, muchos leyeron sus tiras… ninguno plagió sus creaciones.
-¡¿Qué está diciendo, gato insurrecto?! ¡El robo es clarísimo! Ambas son aventuras con humor, cuyo protagonista es un personaje sacado de la Historia del país, con súper-fuerza, con un compañero gordo, grandote, medio tonto…
-Disculpe- le interrumpí cuando se le acababan los dedos de una mano,- pero ahí está el tema. El compañero de Patoruzú es Isidoro. El motor de las historias de su cacique es Isidoro. Es este porteño el que acciona las aventuras, el que las desequilibra, el que genera el humor, y ese personaje no está en ninguna de las aventuras del galo.
-¿Usted me está queriendo decir que aunque los personajes protagónicos son casi iguales no puedo ganar un juicio porque el personaje secundario es diferente?- me gritó a la cara el longevo estanciero, agarrado al escritorio.
-El humor es diferente- arranqué complementando con datos que tenía en mi anotador,- los años que pasó Gosciny en Estados Unidos, bajo la influencia de los artistas de la revista MAD, lo alejan de su cacique…
-¡Y un cuerno! Este personajucho pelea contra el imperio romano y visita diferentes lugares del mundo, lo mismo que mi Patoruzú, que se enfrenta a los invasores de mundo contra la argentinidad. La tradición, la fuerza, el humor…
-No alcanzan, señor Quinterno- lo interrumpí poniéndome de pié y dejando mi cuaderno sobre el escritorio king-size.- Astérix tiene vuelo propio. Quizá, inconscientemente Gosciny tomó alguna idea base, pero claramente tiene mezcla de muchas cosas, difiere demasiado de su cacique como para considerarlo un plagio, creo que…
-Nada. Usted no tiene derecho a creer nada. Patoruzú le pagó un viaje a Francia para que usted lo salve, le quite el lastre del delincuente galo, y viene acá, muy suelto de cuerpo a decir que a usted le parece que no alcanza. Retírese de acá ya mismo, gato ridículo. Y sepa que se ha ganado un enemigo- la mirada del terrateniente ex artista lanzaba un odio palpable, así que me di media vuelta y salí por el mullido pasillo sin decir ni mu, temeroso de que a uno de los ursos se le escapara un tiro para mi lado. Cuando llegué ante la recepcionista, cogoteé hacia el otro lado de la recepción y divisé una gran oficina con muchos tableros de dibujos y un solo artista. Imaginé que ahí sí habría alguna señal de que en esta oficina se hacían historietas, pero no quise arriesgarme a ser echado, y me fui en silencio…
¿Es Astérix un afano de Patoruzú? Claramente. El mismo Goscinny me dijo que buscó transpolar el éxito del personaje que era furor en su niñez, que marcó su adolescencia, en la Pilote. Quinterno no se acuerda, pero René intentó entrar a trabajar en esa editorial y no lo aceptaron porque era muy joven, le dijeron. Y ya en 1958 para la revista Tintín, su primer personaje importante fue otro indio, pero en la América del Siglo XVIII, Oumpah-Pah el piel roja, ideado en 1951 con Uderzo, que tiene un amigo de otra cultura, el colono francés Hubert de la Pate Feuilletée, algo así como Humberto de la Pasta de Hojaldre, en un juego parecido al que podría darse entre Patoruzú e Isidoro, si el cacique fuera remotamente indio en algo más que su apariencia y sus exclamaciones. Cuando para Pilote crea a otro proto-Patoruzú, decide jugar a full con la historia de su país y lo adapta a la Galia bajo yugo romano y por supuesto, Obélix es Upa, pero dejó afuera al Isidoro de turno…
¿Iba yo a condenar a Astérix a un kilombo judicial porque ese millonario fósil estaba celoso del éxito de Goscinny mientras su criatura se anquilosaba? No te imaginás cómo me lo cobró el creador de Isidoro Cañones, pero bueno, lo siento, soy fan del galo. ¡Y que venga otra ginebra, por Tutatis!
Fin.
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