Corría el año 1968, el joven McCurro todavía no ejercía como detective del achaco, pero había logrado colarse en un barco de carga con destino a Nueva York y había logrado- a base de comer ratas y contar chistes de Mafalda para la tripulación- llegar sano y salvo a Manhattan. Lo primero que se le ocurrió fue ir a visitar las oficinas de la Marvel, donde fue recibido por gritos y puteadas del mismísimo Stan «The Man» Lee.
-¡Hijos de puta! ¡Chorros! ¡Delincuentes! ¡Traficantes de porno! ¡Mafiosos de mierda!- rebotaba el creador de Spider-Man por los pasillos mientras arrancaba páginas de un comic-book de DC. -¡Apenas le cambiaron los colores, pero se nos adelantaron dos meses y ahora nosotros quedamos como los ladrones otra vez! ¡Usted, gato maloliente!- le gritó Stan señalando al felino justo cuando estaba ensayando una discreta retirada hacia el ascensor- ¿Qué opina de esto?- y le estampó a centímetros de la cara dos revistas: la Green Lantern número 21 y la Avengers 57.
Eh, bueno- trató de buscar palabras que no enojaran al creador de Hulk, a quien ya se le estaba moviendo de lugar el peluquín de la bronca,- a simple vista parecen dos personajes similares… -¿Similares? ¿Similares? ¡La puta que los parió a todos los cornudos directivos de la DC! Pensé que con el tano las cosas iban a cambiar, pero de nuevo me cagaron. Es la tercera vez que me lo hacen. Hace meses que tenemos en carpeta a Vision para meterlo en los Avengers y estos turros agarran el nombre de un personaje de mierda de los ‘40 y dicen que lo crearon antes. Vamos a sacar un cómic de un grupo de súper seres extraños con un erudito jefe en silla de ruedas y los mal paridos de DC me sacan la Doom Patrol dos meses antes, incluso los enfrentan contra la Brotherhood of Evil, como si hubieran leído mi guión del número 4 contra la Brotherhood of Evil Mutants. Creo un villano con un gran potencial, el amo del magnetismo, Magneto- dice Stan Lee y gesticula como si el personaje estuviese en una marquesina de Broadway,- y los muy turros sacan dos meses antes un villano pedorro, amo del magnetismo que se llama Dr. Polaris. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo se enteran de nuestros personajes y nos ganan de mano?
–Si me permite, mister Lee- arranca el felino mintiéndole descaradamente,- yo soy un famoso detective en mi tierra, y estaría más que interesado en resolver este caso- el Guionista Supremo miraba a McCurro entre la incredulidad y una alucinación producto del consumo de drogas en mal estado. –Por ser usted, por mi admiración hacia su persona y sus personajes, no le cobraré efectivo. Me limitaré a una módica tarifa diaria para gastos y una suscripción de por vida a todos los títulos de su editorial. –Hecho, gritó Stan mientras se alejaba por los pasillos poblados de hojas rotas y secretarias asustadas. Esto se tiene que terminar, manga de hijos de puta. ¿Qué más quieren? ¿Llevarse a Kirby?- y sin más, se perdió por entre las lujosas oficinas.
Dos secretarias se acercaron al felino, le tomaron los datos y le dieron un fajo de dólares y una pila de cómics más alta que él. Con la sonrisa de una víctima del Joker, McCurro se dedicó a pasear por Manhattan y leer cómics en las plazas. Para cuando había terminado, su agenda tenía muy pocas anotaciones: Bruno Premiani- Bob-Haney- Arnold Drake- My Greatest Adventure nº 80 – G.L. nº21 x Broome & Kane- JACK KIRBY.
Llamó a la casa del famoso dibujante y una mujer muy amable le dijo que podía ir a ver al Rey a la mañana siguiente. Sin nada que hacer, se fue a las oficinas de DC –que en esa época estaban en Lexington 575- y preguntó por Bruno. Al rato estaba tomando vino y cantando tangos y tarantelas con el dibujante de Doom Patrol, Tomahawk y los primeros Teen Titans. Charlaron de su Trieste natal, de la revista Patoruzito, de Mussolini y Perón. Cerca del amanecer, cuando ya estaban como chanchos- como chanchos ebrios,- el gato aprovechó y se jugó una carta: Vos dibujaste a los personajes, pero alguien te vino con la idea. –Haney y Drake. O el editor, Murray Boltinoff, no sé… – respondió Premiani sacándole la mirada al felino. –Vamos, Bruno, ¿y a ellos quién se las cantó?- era un disparo en la oscuridad, pero dio en el blanco. –No sé quién, pero alguien que quiso cagar a Stan Lee… Los escuché hablando, creo que era una mujer. Una secretaria de Lee debe ser, juro por la vieja que no sé nada más. Y se despatarró por el asiento hasta dormirse en el piso del bar. «The World’s Strangest Heroes!» y «The Strangest Teens of All!» no era coincidencia. La Doom Patrol era choreada de los X-Men. Y él en vez de seguir investigando por ahí, se fue directamente a charlar con Kirby.
Como llegó temprano, Rosalind Goldstein – más conocida como Roz Kirby- le sirvió una leche y lo entretuvo con su charla amena sobre la Edad de Oro. En cierto momento, la dueña de casa le preguntó qué necesitaba de su marido y el inspector dijo: “La verdad sobre la Doom Patrol”. La reacción en esa mujer de cuarenta y pico no era la que él esperaba. Roz se asustó, se ruborizó, se paró y salió corriendo. McCurro ató cabos y la siguió despacito.
–Roz, ¿Jack lo sabe?- le dijo por la bajo, desde la puerta de la cocina. Cabizbaja, conteniendo el llanto, la mujer apenas sacudió la cabeza. -¿Magneto y Visión también?- agregó al gato y ella asintió sin mirarlo a los ojos. –Tengo que contárselo al señor Lee- dijo al rato el detective. Ella se dio vuelta con furia y se le fue al humo a McCurro-¿Al señor Lee?- su enojo era evidente.- Mire, amigo, si hice todo esto es por culpa del señor Lee, como usted le dice. Sí, yo espié los apuntes de mi marido y le conté a Arnold Drake cuál iba a ser el nuevo éxito de la Marvel, yo le avisé a Broome que se venía un nuevo gran villano con poderes magnéticos de Kirby y Lee, yo escuché en las oficinas de Stanley la charla sobre el androide para los Avengers y le avisé a Fox, el guionista de la Justice League para que les ganara de mano, ¿y sabe por qué? –No -respondió, el felino,- pero imagino que no es porque quiere ayudar al señor Lee.
Roz soltó una especie de sonrisa, mezclada con bufido. El combo de inocencia e insolencia de McCurro la hizo frenar en su avanzada. Hizo un gesto –tal vez puteó en idish, y se sentó. Empezó a largar todo lo que tenía adentro escondido por años, sin importar si el inspector estaba ahí o no. –Stanley no está siendo justo con Jack, yo se lo digo y él no me hace caso. Es inconcebible que la cara de Marvel sea Stanley pero uno abre cualquier cómic y el trabajo es de Jack. Mi marido deja los ojos y la espalda esclavizado en ese tablero para convertir los párrafos de Stanley en una aventura de veintidós páginas mientras él corretea secretarias, juega al ejecutivo y contesta reportajes como si él sólo hubiese inventado todo. “El genio detrás del Universo Marvel” dicen, pero Stanley es incapaz de dibujar más que números y su firma. El Universo Marvel no existiría sin el sudor y el talento de Jack, Steve, John y tantos otros artistas barridos bajo la alfombra del ego de tu señor Lee. Para cuando le encargó la creación de los X-Men yo ya estaba tan enojada con él que intenté boicotearle la serie y se me ocurrió hablar con Arnold, que había sido como un alumno de Jack. Mi marido nunca supo lo que hice; cómo traté de que las ideas de Magneto y los mutantes fracasaran por ser un plagio de personajes de la DC, pero ni así pude parar los triunfos de Stanley. Ojalá lo hubiese hecho antes con Fantastic Four, o Spider-Man, algo que le hubiese dolido más, que le hubiese costado más reponerse, que le hubiese cortado las alas desde temprano, pero ya fue tarde. Y lo de Vision… pero ahora no hay caso. Al público de Avengers ni le importa lo que pasa en DC, no saben qué es la Justice League y si la historia está en manos de Thomas y Buscema, editada por Marvel, la van a comprar aunque todos los personajes sean robados a otras editoriales.
Stanley no puede saberlo, señor McCurro- le dijo Roz acercándose a él suavemente,- la carrera de Jack podría desmoronarse y no quiero que él pague por mis errores. Prometo que no lo haré más. De ahora en adelante centraré mis esfuerzos en lograr que mi marido abandone esta compañía y salga de abajo del pie de Stanley por las buenas. ¿Puedo confiar en que no va a delatarme, detective? – los ojazos de la mujer se clavaron en los del felino buchón pero su respuesta nunca llegó.
-¿Roz? ¿Tenemos visitas?- era el Rey que se había despertado y bajaba la escalera. –Sí, en la cocina, amor- dijo ella con la mirada fija en las pupilas del gato.
Y así, McCurro se ganó la amistad del matrimonio Kurtzberg, una perorata de insultos de Stan the Man y una sospechosa para el caso de los monstruos del pantano.
Continuará
12 comentarios