Hace casi una década escribía mi primera reseña para esta sección, y el título elegido era American Vampire, la epopeya vampírica de Scott Snyder y Rafael Albuquerque para el ya extinto sello Vertigo de DC. Si quisiera construir una suerte de festejo circular, hubiera reservado la entrada de hoy para el próximo Enero, momento en el cual se cumplirán exactamente 10 años de aquel texto, pero la realidad es que es me pareció que el momento de traerles a ustedes este excelente comic, Killadelphia, era ahora, por una sumatoria de motivos que expondré en los siguientes párrafos.
Como podrán imaginar, muchos de los protagonistas del comic de Image que llevan adelante Rodney Barnes y Jason Shawn Alexander desde 2019 son, por supuesto, vampiros. Y como en aquella travesía de Snyder y Albuquerque, la historia de Norteamérica tiene un rol importantísimo, ya que en Killadelphia algunos de los primeros presidentes de este país, los llamados Padres Fundadores, han desafiado a la muerte pasándose a engrosar las filas de los chupasangre.
Para sorpresa de nadie, Killadelphia se desarrolla mayormente en Filadelfia, la ciudad de mayor población del estado de Pensilvania, y una de las cinco ciudades más pobladas del país. Philly (como se la conoce coloquialmente) fue la capital provisoria de Estados Unidos en el Siglo XVII, cuando dejó de ser parte del imperio Británico, razón por lo cual tiene un peso en la historia política del país muchísimo más grande que Boston o New York, y su enorme población afrodescendiente es no solamente considerable sino que precede a la gran migración afroamericana que se dio a principios del Siglo XX, cuando cerca de 1.75 millones de afroestadounidenses se movilizaron desde los estados meridionales hacia el resto del país, para huir del extremo racismo y encontrar trabajo en las pujantes ciudades industriales.
Volvamos al comic en cuestión. Una serie de desapariciones de personas es el disparador para comenzar a interiorizarse en el entramado de una guerra sobrenatural que va a ir escalando número a número, que tomará a Filadelfia como ciudad rehén de este conflicto y que por momentos supondrá la punta de lanza de lo que podría ser la primer página del apocalipsis, todo esto mientras el lector recibe enormes pero muy entretenidas lecciones de historia sobre los orígenes de EEUU a través de la mirada de los protagonistas que impulsaron algunos de los cambios más radicales, muchos de los cuales nos depositaron directamente en el marco de la sociedad actual.
Si bien el contexto histórico es necesario para comprender el por qué de la travesía que vamos a leer, y entiendo que además funcionó como una suerte de catalizador para desarrollar esta aventura, esta fantástica serie de Image nos cuenta una historia rápida y concisa que aborda una plétora de temas complejos que interpelan de manera transversal la biografía de este país. Es un relato sobre familias y toda la belleza, el dolor, el consuelo y el horror que comparten. Una historia de apropiación cultural y conexiones con un pasado que se origina en otro continente, una historia sobre la experiencia de ser una persona negra en EEUU durante cientos de años y la rabia que la sociedad en su conjunto ha fomentado en ellos. El corazón de este comic claramente es la tensa relación entre el detective James Sangster Jr. y su difunto padre, el cual regresa de los muertos como un vampiro al finalizar el primer número. Pero la pulsión se la entrega Tevin «Seesaw» Tompkins, un joven vampiro que vela por la salud de su abuela en los primeros números y que tuvo la buena fortuna de desentramar una suerte de conjuros encriptados en un libro muy antiguo que durante décadas fue un completo misterio para todo aquel que tuvo la oportunidad de poder estudiarlo. Esto lo posiciona como uno de los personajes más poderosos de la serie y lo habilitará para recorrer un camino entre lo espiritual y lo existencialista. A veces jugará en las grandes ligas y tendrá conversaciones y experiencias con entidades que rivalizan con verdaderos Dioses cuando hablamos del poder que guardan y protegen.
Los vampiros, tanto en la literatura como en el comic y el cine, han servido para hacer agudas observaciones sobre la sociedad en la que vivimos y los parámetros sobre los que nos movemos dentro de la misma. Los personajes más populares que forman parte de esta casta de seres sobrenaturales, desde Bram Stoker hasta acá, fueron aristócratas con títulos nobiliarios muy apegados a su tierra natal (al punto tal de que no pueden existir sin que una buena cantidad de ella se traslade allá a donde viajen), que pasean sus existencias mirando desde las alturas al resto de la sociedad a la que consideran una herramienta para manipular según su conveniencia. Lo que en algún punto Rodney Barnes se propone con esta serie es subvertir un poco esa idea que tenemos del vampirismo para poder hablarnos de temas relacionados tangencialmente con los inicios de la historia de EEUU, matizados con los eternos choques que han tenido la supremacía blanca con la comunidad afroamericana. La fuente histórica del vampirismo en EEUU proviene del Caribe, y algunos de los padres fundadores forman parte de los vampiros originales, o como mínimo de los que comenzaron a expandir esta sub-especie en este continente. En esta dirección, el comic juega sutilmente con temas de la cultura negra que se apropia y luego los utiliza para promover la subyugación negra, lo cual me parece una genialidad.
Killadelphia no pierde oportunidad de revisitar el pasado en cada número y construir la historia presente a partir de ahí, así que tendremos que hacer uso de mucha paciencia si queremos conocer al detalle el camino que recorrió cada uno de los personajes de peso para llegar a donde están parados en este momento. Pero no hay que perder las esperanzas: tarde o temprano vamos a tener la información justa para conocer el cuadro completo, aún cuando eso signifique que la última pieza del puzzle llega en el momento cúlmine del personaje en cuestión, una herramienta narrativa que particularmente disfruto un montón.
La construcción de la enorme mitología que da forma a la historia de Killadelphia incluye un puñado de criaturas sobrenaturales más, muchas de ellas históricamente asociadas con el mito vampírico, ya sea como aliados de los chupasangres o como eternos rivales, y cuando pienso en esto se me viene a la mente True Blood, la magnífica serie de HBO protagonizada por Anna Paquin basada en la saga literaria The Southern Vampire Mysteries de Alan Ball. Y no creo que sea casual, ya que Rodney Barnes es un guionista que viene del palo de la televisión, donde produjo y escribió shows como Vinyl, Everybody Hates Chris o las adaptaciones televisivas de Runaways y American Gods.
Pero por encima de toda esta construcción, que es preciosa y le da la profundidad y complejidad justa que la historia necesita, en la superficie del relato tenemos una incontable cantidad de escenas de alto impacto, que en muchos casos te dejan con la mandíbula por el suelo. La sorpresa, la acción, la crueldad y la obscenidad de lo plasmado sobrepasan con creces lo que uno puede esperar de la violencia gráfica explícita que un comic mainstream puede entregar. Y es que estamos leyendo relatos de criaturas que pueden desmembrar a un ser humano con la misma facilidad con la que nosotros rompemos una hoja de papel por la mitad, y en el fragor del combate cuerpo a cuerpo la creatividad suma un factor de intimidación que puede ser fundamental para ganar la contienda.
Nada de esto sería posible si no contásemos con el fundamental aporta del brutal Jason Shawn Alexander en los lápices y tintas, acompañado por el valenciano Luis Núñez de Castro Torres en el color, un tándem creativo que ya supo deleitarnos en Spawn. En esta serie, ambos encuentran su punto más alto, y la comunidad que logran estos artistas resulta ser la mejor ventana de promoción que tiene Killadelphia. El nivel de detalle presentado en algunas viñetas, la enorme expresividad de los personajes y el aporte fundamental de Luis para plasmar atmósferas oscuras y tonos apagados pero a sabiendas de cómo resaltar los momentos más escabrosos y sangrientos con el correcto uso de la luz, hacen que este comic se pague solo, e invitan a recorrer esas escenas un y otra vez.
En el nº 25 entra a jugar en los lápices nuestro coterráneo Germán Erramouspe, sobre bocetos del mismo Jason Shawn Alexander, con la enorme responsabilidad de estar a la altura de lo que se vio en los números anteriores. Allá donde algunas escenas podían parecer demasiado estáticas, Germán le imprime vértigo y adrenalina, y a la distancia se acorta un montón cuando las tintas las finaliza el dibujante original.
La serie tuvo un spin-off, Nita Hawes’ Nightmare Blog, una maxi-serie de 12 números escrita por el propio Barnes e ilustrada por Patric Reynolds, con el apoyo, por supuesto, del genio de Jason Shawn Alexander, que aportó algunas páginas. No considero necesaria leerla para entender los conflictos que se desarrollan en Killadelphia pero uno de los personajes protagonistas de esta maxi-serie es presentado en el nº 30 y de ahí en adelante cobra una gran relevante para la historia, así que si al lector le surge la necesidad de conocer un poco más sobre el mismo, va a tener que morder el anzuelo y conseguirse este anexo que de todos modos se disfruta un montón.
Supuestamente en la actualidad la serie se encuentra en su etapa final, y a raíz de lo que estuvo sucediendo en los últimos números, no me cuesta nada suponer que los autores y editores no están exagerando cuando exponen esto como gancho para las ventas, motivo por el cual quise apurar la reseña. No vaya a ser cosa que en un par de meses esta fiesta macabra culmine y yo me pierda la oportunidad de poder recomendarles una de las series regulares más entretenidas de los últimos años.
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