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NOTAS

Papa Fina

Inauguramos un nuevo espacio de crítica donde Gonzalo Ruiz repasa sus lecturas más recientes.
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Martes 15 de febrero, 2022

Bienvenidos a esta versión “renovada” de Papa Fina, que de nuevo no tiene nada, ni tampoco continúa en la misma línea estética de la sección que en años pretéritos llevaba el mismo nombre. De hecho, mi idea de reflotar este espacio encontró su origen cuando me bajé, gracias a la tienda virtual de Comiqueando, las primeras “revistas digitales”, esas que se hicieron entre el fin de la etapa clásica y la de Domus. Entre las páginas había una sección con este mismo nombre, que no era otra cosa que una versión muy temprana del blog “365 Comics por Año”. Así que ahora, esta sección vuelve a esa versión primitiva, con una intención clara.

Me pasa a veces que, al momento de producir una nota (o una serie de ellas) para el sitio web o donde sea que colabore, no siempre todo el material que leo es potable para bancarse una sola nota. A veces el fino ejercicio de la lectura implica leer cosas que escapan a la idea rimbombante de la “obra maestra” o incluso me atrevo a pensar que también no son historietas “canónicas” (y cada quien sabrá qué significado ponerle a esto, o con qué relacionarlo). Por ende, a veces uno lee, digamos, unos 6 o 7 libros al mes pero termina por recomendar uno solo. ¿Y qué pasa con los otros? ¿Desaparecen en un limbo donde terminan los cómics que nadie lee? Bueno, bienvenidos entonces, a ese limbo, donde van a parar historietas que, repito, capaz no son la obra maestra definitiva pero aún así están más que bien y merecen ser recomendadas.

Mucho palabrerío y pocos comics, empecemos entonces.

Leí por primera vez una historieta larga de Richard Sala, después de haber visto miles de hermosos pin-ups y cosas más cortas, pero siento que el debut no fue el adecuado. No digo que Violenzia (Fantagraphics, 2013) sea una mala historia, para nada. De hecho, se encuadra en algo que me gusta mucho que son historias de maleantes enmascarados que imparten justicia con, justamente, violencia. En este caso, la protagonista es una chica encapuchada que va tras la pista de una secta satánica y… no mucho más. Menos de 50 páginas donde solo hay piñas, patadas, tiros y una heroína infalible. Dejando de lado el hecho que me gusta este tipo de cosas onda Diabolik (o sea, sin hablar con el corazón), probablemente sea una obra menor de Sala. Pero ojo: una obra menor de Sala tiene mucho más que casi cualquier cosa producida en los últimos 10 o 15 años dentro del mainstream. También me da la impresión de que es una rara avis dentro de la corta carrera del artista integral, más abocado a historias sobrenaturales y de fuerte impronta terrorífica, que se combina con un dibujo precioso y bien pulido, con un aire gótico pero aniñado. A todo eso, acá le añadimos el color, uno brillante y luminoso que acompaña (y realza) a la perfección al trazo. Como Sala es parte de la mega-nota sobre antologías de autor que hago en paralelo, voy a tener más material para comentar acá, que seguramente están varios escalones arriba.

Sigo en Estados Unidos, donde a lo largo del mes me bajé el primer Essential del, ahora en boca de todos por un nuevo trailer, Doctor Strange (Marvel Comics, 1963-69), una de las dos creaciones más célebres que Stan Lee hiciera junto a Steve Ditko. Este primer tomo de cuatro cubre los primeros seis años del personaje (justo antes de que Strange Tales se convierta en “Doctor Strange”), donde básicamente se construye buena parte de la mitología definitiva del cirujano que se convierte en Hechicero Supremo. Acá están todos: el Ancient One, Baron Mordo, Nightmare, Dormammu y Umar, la varita de Watoomb, las bandas carmesí de Cyttorak, Eternity y el Living Tribunal… todo lo que necesitas saber del personaje y por qué es tan grosso, está acá. Por supuesto, lo más interesante al momento de leer estos rescates, radica en ver como, para 1963, el medio de la historieta de superhéroes seguía con territorios vírgenes que eran explorados y modificados con el correr de las historias. Empezamos con unitarios cortitos con menos de 10 páginas que cerraban perfectamente para terminar metidos en sagas larguísimas (la saga donde Dormammu y Mordo se alían dura ONCE partes, la gente estuvo casi un año leyendo de a puchitos cómo los dos villanos más poderosos se unían para perseguir al Doctor por todo el mundo) y que, encima, se sucedían casi sin respiro: Strange terminaba de pelear con Dormammu para, un número después, tener que descubrir que su hermana Umar había tomado control de la Dimensión Oscura y así, el pobre Strange no tuvo un puto día de relajo desde que Mordo decidió ir a buscarlo al Sanctum Sanctorum. Esta idea “marveliana” de obligar al lector a comprar sí o sí los comics de manera religiosa todos los meses para no quedarte nunca atrás, no tiene necesariamente su origen acá, pero si solo te interesa leer esto, lo vas a descubrir a medida que pasan las páginas. A su vez, a medida que se cambia esta forma de narrar, los guiones de The Man se van puliendo y desarrollando con la soltura que necesitaban, sin la obligación de rematar sí o sí en la última viñeta de la décima página como sea. Lee toma las riendas del Doctor para luego ser sucedido por Roy Thomas, Dennis O’Neil, Ramond Marais y Jim Lawrence. Los primeros dos sufren un poco al tener que hacerse cargo de los plots que Stan había dejado por la mitad, sin posibilidades de pelar algo de chapa, y Lawrence tiene el dudoso honor de hacer las historias más chotas que involucran robots y tecnología (?) Por el lado artístico, no solo vemos a Ditko mejorar número a número, con ese estilo anguloso tan particular, sino que también nos encontramos con sucesores dignos, como Bill Everett, la ídola Marie Severin (mi segunda favorita en este libro después de, claro, Steve) y Dan Adkins, quien cierra el libro. No es mucho lo que leí de la Silver Age marvelita, pero sin dudas siento que los conceptos más redondos son los que Lee hiciera con Ditko (es decir, el Doctor y Spider-Man). Todos ellos arrancan con las bases bien claras, con sus “voces” ya definidas que solo se mejoran, y por supuesto, con una galería de villanos más que exquisita. No creo que vaya a leer tan pronto el segundo Essential, pero sé que ahí me espera el verdadero punto caramelo del personaje.

Un último tomo de importación antes de pasar a lo nacional. Tuve mi primera incursión con el manhwa (historieta realizada en Corea) con Moms (D&Q, 2020) de Yeong-Shin Ma, el primer libro de este artista publicado en Occidente. Este libro es ideal para leer en un día soleado y sin preocupaciones en la cabeza porque es jodidamente triste. Shin Ma habla con cero glamour sobre la vida de madres solteras que están en sus cuarenta y largos. La vida es: cómo fracasan tratando de conseguir parejas (o a lo sumo un garche de una noche), si ya tienen pareja es ver cómo las cagan de todas las maneras posibles, cómo las maltratan en laburos de mierda, cómo es la convivencia con hijos mayores que no se las fuman… Todo esto con Soyeon como protagonista principal, cuya vida no encuentra ningún tipo de rumbo mientras se dedica a lavar baños y a separarse y reconciliarse con su novio alcohólico. El mangaka se encarga de detallar en todo momento lo chotas que son la vidas de Soyeon y sus amigas, cómo se fueron al tacho en algún punto específico y cómo nada indica que algo bueno les va a pasar. El trazo es grotesco, algo emparentado a los popes del gekiga o heta-uma (en fin, la vanguardia de la Garo o la Ax), con líneas simples, poco esmerado en los detalles y bastante caricaturesco, onda Yoshiharu Tsuge por momentos, a la par con un guion completamente visceral, que no hace concesiones con el lector: todo el tiempo vas a recibir golpes bajos.

Ahora sí, nos venimos a la patria. Leí el tomo 1 de Efecto Malena (Deriva, 2021) de Rodrigo Canesa y Matías Di Vincenzo. Una gran ensalada que mete ciencia-ficción, misterio, líneas temporales paralelas y conspiraciones, que se dispara cuando un padre pierde a su mujer gestante durante el parto, donde los hijos también nacen muertos. Quizás el único problema que le encuentro a esta primera parte es que termina no solo sin dar demasiadas explicaciones y mostrando un misterio que crece más y más, sino que justamente, las pistas que vemos son en cierta manera vagas, como si todo fuera in crescendo para terminar de explotar en la segunda parte (o tercera, según cuánto más dure la serialización). Al margen de este gancho que deja a uno pedaleando en el aire, la historia está bastante bien, esos cliffhanger están bien pensados para que uno levante las cejas por la sorpresa cuando se topa con ellos. También está bien pensado cómo juega con la locura del padre, que a raíz de meterse en una secta buena onda para superar el dolor, termina adentro de algo todavía más grande que involucra a uno de sus hijos, que “nacieron” un 29 de febrero, algo que juega un importante papel en esta historia, aunque por supuesto todavía no vimos. Di Vincenzo la rompe con un dibujo completamente expresivo, increíblemente detallado aunque sin ser realista. La historieta es enteramente en blanco y negro con unos grises que el artista antes conocido como Matías Chenzo sabe utilizar para generar un clima opresivo como el que solo te puede dar la pérdida de un hijo. Banco la lectura pese a lo caótico del relato, que asumo, se resolverá pronto y ahí el veredicto podrá ser más específico.

Y cierro este debut con el que ya pienso que es EL libro del año: El pequeño Timy (Historieteca, 2022) de Horacio Langlois, que firma como Hor Lang. Esto es lisa y llanamente brillante, el humor más ácido, sin filtro y sin restricciones en función de parodiar esta interminable pandemia del covid. A diferencia de otras publicaciones que oscilan entre la introspección y lo político, Hor Lang se caga de risa de todo: de los paranoicos, de los escépticos, los alarmistas. Y todo realizado con dibujos espectaculares, con homenajes completamente abiertos a historietas de terror. Generalmente cuando vemos humor gráfico, esperamos dibujos simples, a veces sin fondos o sin color. No es que esto sea necesariamente malo (nadie diría eso de Fontanarrosa o Podeti, por ejemplo), sino que son en cierta manera las reglas del juego, incluso cuando haya gente como Liniers que pela chapa. Pero lo de Hor Lang es bestial, además de ser un tributo a lo mejor del comic, muestra a un artista bastante completo, capaz de hacer algo más que una sucesión de viñetas pensadas para Instagram. Hay dinamismo, hay un gran uso del color, hay inventiva en cómo se aplican los “tributos” (que a veces no son solo viñetas choreadas sino estilos de entintado y sombreado, con una onda EC Comics muy zarpada). Probablemente haya sido la mejor sorpresa que tuve en este mes, que repito: puedo sonar exagerado al hablar de algo que leí recién en el primer mes del año, pero ojalá les pase lo mismo cuando lo lean.

Nada más por hoy, será hasta el próximo mes.