Mucho se ha hablado de la importancia del manga durante la posguerra, de lo significativo que fue en la reconstrucción moral de Japón durante los años ´50. Para los años ´70, la industria del manga ha crecido de forma descomunal: se venden millones de ejemplares de varias revistas y hay ya, literalmente, miles de dibujantes, mangakas, que trabajan de forma incansable para suplir la interminable demanda de aventuras japonesas. Osamu Tezuka, uno de los responsables de este auge, se valió de un dibujo relativamente sencillo, caricaturesco incluso, para contar cosas terribles, y en muchos casos los rasgos simples de los personajes se complementaban dibujando el cabello de los personajes en blanco, para simular que es un cabello claro. En su estilo descomplicado, poco realista, esta convención funcionaba más para crear contraste entre unos personajes y otros: unos con el cabello negro, otros con el cabello blanco. Pero esta convención adquirió otro carácter en los´70, cuando surge el shōjo manga. Autoras como Yumiko Igarashi, Moto Hagio y el Grupo del 24 ya enfatizan no solo el cabello claro que parece rubio, sino ojos de grandes pupilas claras y rasgos occidentales, o caucásicos si se quiere: narices respingadas, ojos claros y cabello rubio para personajes con nombres japoneses y que vivían, sí, en Japón. Se ha dicho que no buscaban que se vieran occidentales, sino crear un contraste, una personalidad. Lo no tan divertido es que estos personajes rubios en los comics japoneses solían ser, además, los más hermosos, los que ocupaban posiciones de mando. Japón vivió una posguerra espantosa, sufrió los estragos de dos bombas atómicas y durante décadas fue subyugado por los Estados Unidos de América, que en su cine, en sus comics, también tenía héroes y heroínas rubios, como los que no existían en la vida real en Japón. A pesar de que varios teóricos sostienen que esto no es racismo ni una forma soterrada de rendir pleitesía a unos ideales de belleza del país que sometió a Japón, si se mira con calma a una gran mayoría del manga y del animé es imposible no sentir al menos extrañeza. Pero hubo un autor, dibujante superdotado y narrador diligente, que nunca se plegó a estas convenciones y que siempre dibujó a sus personajes con marcadas facciones asiáticas, con cabello y ojos oscuros, que fue, y es, mejor que casi todos: Katsuhiro Otomo.

Curtido en una serie de historias breves llenas de cinismo y humor en las que desplegó su enorme talento, Otomo tuvo oportunidad de brillar de verdad a comienzos de los ´80 con Domu, obra que se serializó en Shonen Magazine entre 1981 y 1982, y que se publicó en el ´83 en formato tankōbon, y que es, de lejos, una novela gráfica excepcional.
36 personas han muerto en aparentes suicidios en menos de tres años en el Complejo de Viviendas Tsutsumi, un conjunto de vivienda social donde reside un variado grupo de personajes. El inspector Yamagawa percibe un patrón en estos presuntos suicidios y, acompañado por el inspector Takayama, inicia una investigación. Yamagawa incluso lleva a una médium al complejo, pero al llegar, la vidente se niega a entrar, porque afirma que hay malas energías en el lugar y que más personas morirán. La predicción se cumple, y Yamagawa solo puede encontrar una explicación sobrenatural para las muertes en el Complejo Tsutsumi. Se desata un increíble duelo entre Etsuko, una niña recién llegada al complejo, y el senil anciano Cho. Ambos poseen poderes telepáticos y telekinéticos, manipulan las mentes de los vecinos y desafían la gravedad al flotar en el aire. Otros personajes a su alrededor también tienen roles importantes. El pequeño Yo es un gigante con discapacidad mental del que se rumorea que ha cometido abusos infantiles, y Yoshikawa es un padre de familia alcohólico y abusivo. Más vecinos e incluso oficiales de policía morirán.

Desde los sucesos de Pruitt-Igoe en St. Louis, Missouri, en 1972, donde un complejo de vivienda social se convirtió en un infierno que tuvo que ser demolido, los complejos urbanos han adquirido mala reputación. Propensos al hacinamiento y la alienación, estos desarrollos urbanos tienden a convertirse en pequeños infiernos y lugares inhabitables. Al llegar a Tokio, Katsuhiro Ōtomo vivió durante un tiempo en uno de estos complejos y, según cuenta, esto, junto con las altas tasas de suicidio en Japón, lo inspiró a concebir Domu. Esta historia fusiona realismo social y ciencia ficción, constantes que luego aparecerían en Akira, la obra más famosa del autor.

Domu fue un éxito rotundo en Japón, considerada rápidamente un hito tanto por la extraordinaria calidad del dibujo como por su originalidad, y hasta se dio el lujo de ganar premios de ciencia ficción destinados a la literatura convencional, no al comic. Ōtomo crea personajes elaborados y complejos, con Etsuko y el viejo Cho convertidos en antagonistas de primera categoría, pero les da a los diversos habitantes del complejo la oportunidad de tener roles memorables. Los policías que intentan investigar, similares a los de las películas, se ven limitados a sus roles como servidores públicos por un sistema burocrático, lo que los vuelve más humanos. El resultado es una historia que comienza con calma, mostrando los universos de estos personajes y los esplendores y miserias de la clase media baja japonesa. Luego evoluciona hacia un duelo paranormal entre seres con poderes mentales, hasta alcanzar un clímax espectacular pocas veces visto en el comic y quizás solo posible en películas de gran presupuesto.

Además, Ōtomo convierte los escenarios en otro personaje, como nunca antes en el comic, dentro y fuera de Japón. La prisión asfixiante que conforma este complejo de pasillos interminables y diminutos apartamentos yuxtapuestos como pequeñas cápsulas está dibujada desde todos los ángulos posibles. Mediante perspectivas que emulan el efecto de lentes gran angular, los edificios aparecen como presencias infinitas que no revelan nada más allá. No es difícil imaginar a la gente enloqueciendo en ese lugar, o entender los poderes mentales de sus protagonistas como metáforas de la catarsis que se da después de vivir en una prisión inmobiliaria.

Domu puede leerse como un emocionante y entretenido thriller paranormal, pero también como un complejo retrato social. Es una obra de altísimo valor y, para su autor, sería solo el preludio de cosas aún mayores.


