El Gabinete de Novelas Gráficas

Los extensos relatos seriados tienen origen en los años ´20, pero tal vez la primera novela gráfica se haya originado en Italia, en 1967.

La Balada del Mar Salado (parte 1)

29/04/2025

| Por Diego Guerra

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Casi desde sus inicios, en los comics ha habido siempre una vertiente enfocada a las historias de largo aliento y con cierta ambición dramática. Versión condensada del folletín literario, estas breves tiras de tres o cuatro viñetas, no autoconclusivas, iban contando una historia por entregas diarias, lo cual forzaba a los lectores a comprar el periódico todos los días para poder seguir las aventuras. Evidentemente, las tiras no eran la única razón para comprar el diario, pero la página completa de tiras variadas —unas humorísticas, otras continuadas y dramáticas— se convirtió rápidamente en una sección fija e importante de los periódicos de todo el mundo. En este marco, la primera tira diaria que contaba una historia larga que merece llamarse obra maestra fue Gasoline Alley, de Frank King.

Elogiada por James Joyce, esta suerte de novela río comienza cuando el robusto y bonachón Walter encuentra en su puerta a un bebé abandonado, Skeezix, que se convertirá en su hijo. Esta situación marca el inicio de una saga apasionante, que va del costumbrismo al folletín romántico, la intriga melodramática y la aventura con visos de comedia. No es casual que el autor de Ulises la elogiara: «Gasoline Alley» era una historia en la que los personajes eran tan profundamente humanos que incluso envejecían al mismo tiempo que sus lectores, lo que creaba una identificación inédita en las tiras dibujadas. El crecimiento artístico de King a lo largo de los años fue impresionante. Los dibujos de la tira fueron agradables desde el comienzo, pero especialmente en las ediciones dominicales —más grandes y en color—, King se permitió un nivel de experimentación visual que dio lugar a páginas bellísimas, décadas después inspiración para el Chris Ware de Acme Novelty Library. Las aventuras y desventuras de sus personajes eran seguidas con emoción por millones de lectores, que a veces pedían que los sufrimientos de algún personaje no se extendieran por más tiempo, o que la boda entre el solterón Walter y su novia ocurriera de una vez por todas. El valor artístico y la entrega de King a su trabajo están fuera de discusión. El humor o el melodrama de Gasoline Alley pueden resultarnos algo naïf hoy en día, pero en su momento fue una verdadera cúspide del cómic. Su extensión en el tiempo y el nivel de complejidad de la trama la señalan como un antecedente fundamental de la novela gráfica.

Paralelamente, en los años ´30, le encargaron una tira diaria a Milton Caniff. Debía llamarse «Terry and the Pirates» y su protagonista debía vivir aventuras en los mares asiáticos. Bajo esta premisa, Caniff añadió personajes, tramas y subtramas diversas para crear un universo complejo y fascinante: el comic de aventuras más emocionante que se había hecho hasta la fecha, publicado diariamente en miles de periódicos de Estados Unidos y del mundo. Las aventuras de Terry, su amigo Pat y su ayudante Conny ocurrían a un ritmo trepidante. Sin abandonar el humor ni la frescura, fueron dejando de ser una comedia para convertirse en una verdadera aventura con visos dramáticos. Aún joven para el amor, Terry era testigo de la relación entre Pat y la bellísima Normandie, a quien Pat salvaba la vida. Pero eso no bastaba para que los padres de ella aceptaran al andariego Pat. En vez de ello, la casaban con un “hombre de bien”, lo cual no impedía que el amor imposible de Pat y Normandie rompiera de tanto en tanto los corazones de los lectores. Aparecieron nuevas aventuras y nuevos personajes, mujeres cada vez mejor dibujadas —la más espléndida de todas, Lady Dragon—, una despiadada pirata que pasaba de ser enemiga a aliada de Terry y Pat. Más adelante llegó la Segunda Guerra Mundial: Terry, ya adulto, se alistó como piloto y Pat se fue a la marina. Sin perder un ápice de su monumental calidad gráfica (que incluso se acrecentó), Terry and the Pirates perdió gradualmente fuelle narrativo. Durante la guerra, la tira se convirtió en un vehículo de propaganda. Caniff incluso tuvo el dudoso honor de ser condecorado por el ejército, y algo de la gracia de una de las mejores tiras del Siglo XX se perdió. Caniff nunca se consideró a sí mismo un artista. Se veía como un dibujante relativamente bueno (era poco menos que el mejor de su generación), cuyo trabajo ayudaba a vender periódicos. Por esta razón, en 1947 abandonó la tira —propiedad del King Features Syndicate— y negoció personalmente su siguiente obra, Steve Canyon, que dibujó hasta su muerte.

Obras tan disímiles como Gasoline Alley y Terry and the Pirates inspiraron muchas tiras, no siempre tan trascendentes. Es curioso observar cómo estas historias ambiciosas y, por lo general, muy bien dibujadas, proliferaron en los periódicos mucho más que en los comic books. Prince Valiant, Rip Kirby, Flash Gordon, Dick Tracy, The Heart of Juliet Jones o Modesty Blaise son comics hermosos, obras de arte que marcaron generaciones y reflejaron su tiempo, eso no se discute. Pero también estaban constreñidas por el formato de cuatro viñetas, reproducidas a tamaño ínfimo, y su carácter familiar, que las hacía autocensurarse. Al releerlas, es fácil encontrar historias que se resuelven con apuro o cierta torpeza. Sus creadores dejaban volar la imaginación, tanto como a veces parecían aburrirse de lo que contaban. Eran folletines, con sus esplendores y sus miserias.

En los años ´50, desde Europa, obras reconocidas y de ventas masivas como Tintin daban un giro hacia temas profundos. Hergé contaba más cosas entre líneas que las aventuras anecdóticas que hasta entonces había vivido su personaje Tintin. Las joyas de la Castafiore tiene un carácter de sátira social. ausente en aventuras previas del joven reportero. En Tintin en el Tíbet, el veterano narrador Hergé hacía una catarsis de su crisis emocional, llenando la obra de símbolos ligados al psicoanálisis. En Argentina, Héctor Oesterheld crearía El Eternauta, con dibujos de Solano López, que establecería una marca indeleble dentro de la ciencia ficción. Ya en los años ´60, llegó la época de romper con los tabúes y buscar una mayor libertad creativa. Desde Inglaterra aparecieron tiras con un tono más atrevido (temas sexuales, mujeres voluptuosas y con poca o ninguna ropa), pero tal vez no sea exagerado decir que la primera obra que merece llamarse novela gráfica viene de Italia.

Hugo Pratt (Rimini, 1927) era, como su personaje más aclamado, un auténtico ciudadano del mundo. Criado en Venecia, vivió con sus padres en Etiopia y desde chico habló varios idiomas y tuvo contacto con gente y culturas de muchos lugares. De vuelta en Italia, a los 18 años y en la más infame postguerra, fundó con otros artistas la revista Asso di Piche. Poco después emigró a Argentina, donde dibujó historietas con guiones de Oesterheld (Ticonderoga, Ernie Pike, Sgt Kirk), obras de género muy bien logradas que le permitieron al joven Pratt ir puliendo su estilo y volverse un gran profesional. Argentina era entonces un mercado excelente para las revistas de historietas, y las obras donde trabajó Pratt se publicaron también en Italia. Pero Pratt contaba con un bagaje literario descomunal y una experiencia de vida riquísima, así que en un momento dado quiso escribir también las historias que dibujaba. Una vez más de regreso en su país natal, creó sus primeras historias, escritas y dibujadas por él mismo, Wheeling y Ana de la jungla.

En 1967, en el primer número de la revista «Sgt Kirk» (nombre tomado de un comic dibujado por él y escrito por Oesterheld), dio inicio a una obra que aparecería por entregas, La balada del mar salado, una increíble historia de aventuras en los mares del sur, protagonizada por un héroe que no era héroe, un aventurero que renunciaba a ser un redentor pero se las arreglaba siempre para no ser un mal tipo. Corto Maltés, personaje emblemático donde los haya, vivía en compañía de su amigo y nemesis Rasputín una historia de intriga y emociones. Dibujada de una manera sencilla, casi esquemática. Pratt se había formado como un dibujante bastante convencional en su período argentino, con influencia de Caniff en sus inicios, pero en los años ´60 había hallado un estilo simple, que rozaba lo abstracto, obligaba al lector a concentrarse en la historia, a componer mentalmente y añadir en su cabeza los detalles que no tenía el dibujo.

​La trama era apasionante y muy bien documentada, la descripción del momento histórico pre-guerra mundial, y de las tensiones entre los países apunto de ir a la guerra, Inglaterra, Alemania y Japón, a la par de un basto conocimiento de las tribus y culturas del Pacífico, nos anunciaban que estábamos ante una gran historia. Los diálogos eran certeros como dardos y contaban mucho más de lo que decían, ayudaban a seguir la historia, claro, pero además ahondaban en el perfil psicológico de cada personaje, en sus motivaciones y su temperamento. Dejaban en el lector la sensación de que eran personas de carne y hueso a los que uno había conocido en la vida real.

Pronto nos meteremos más a fondo con esta obra maestra del Noveno Arte.​

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