Invitados: Ed Brubaker, Sean Phillips, Max Weber, Max Horkheimer, Herbert Marcuse y otros amigos.
¿Para qué sirve hacer esta columna? ¿Para qué sirve leer historietas?
¿Para qué sirve divertirse, emocionarse o sumergirte en el arte?
Pero antes: ¿Por qué todo tiene que servir para algo?
¿O se trata de que todo le tenga que servir a algunos?
“El tango te espera” te dicen las personas mayores cuando sos pendejo. ¿Sabés qué otra cosa te espera también? La vejez.
Pulp: Cuando Brubaker se disfrazó de Norma Plá.
Las preguntas con las que arrancamos esta columna tienen una trampa, un truco social en el que caemos una y otra vez, un juego de engranajes tan aceitado que funciona tan bien dentro nuestro que ya no lo oímos: Entender como propio aquello que es impuesto.
Pensémoslo desde otro ángulo: ¿Se cuestionaron alguna vez por qué cuando alguien nos pregunta “¿Para qué sirve tal o cual cosa?” comenzamos a justificar con diferentes razones y motivos, entendiendo que todo tiene que servir para algo, para alguien, un rédito o un propósito?
Existen muchas respuestas válidas a esas malintencionadas preguntas, pero al generarlas caemos en la trampa: intentar justificar aquello que no tiene por qué justificar su existencia.
En tiempos donde ser jubilado es mala palabra o sinónimo de chupasangre para unos u otros, me tomo la libertad de preguntarte, lector/a: ¿De qué sirve llegar a viejo? ¿A quién le sirve tener tantos viejos dando vueltas? ¿Para qué necesitamos a los viejos?
El guionista Ed Brubaker sale a dar batalla y a callar boludos con la novela gráfica “Pulp”, una joya de 72 páginas, alejada de las largas series de infinitos issues y tremendamente comprometida con el valor del ser humano, la experiencia personal y la empatía por el otro.
Sean Phillips, uno de mis dibujantes favoritos, que si bien es cierto que al leerlo mucho ya se le conocen los trucos al mago, cuando te cae una obra tan cruda como esta entre las manos, el británico tira lujos con sus mejores habilidades. Flashbacks, las angustias de los personajes, los presentes incómodos y, como no podían faltar, las cortas pero excelentes escenas de acción son brillantes.
Obviamente, el color es una hermosura aparte, y si bien mi combo preferido es con Elizabeth Breitweiser, esta vez la familia se agranda y Sean suma a su propio hijo Jacob como colorista, y no puedo más que aplaudir de pie el tremendo trabajo realizado.
“Esta historia tiene muchos comienzos, pero de eso se trata la vida ¿no? De un montón de comienzos apilados unos sobre otros… De todas las chances que tuvimos para no cagarla”
Fragmento de “Pulp”
Si la pregunta por el “Por Qué” es el origen de la filosofía y el pensamiento individual, la pregunta del “Para qué sirve” es la consumación de la razón instrumental, Dos palabritas que si las comentás en una cena de amigos seguro que te miren raro, pero que describen perfectamente nuestras decisiones diarias. Max Horkheimer explicaba que nuestras elecciones se basan en calcular los medios para alcanzar los fines, todo esto al menor costo y logrando el mayor rédito posible (ya sea económico, energético, sexual o según nuestro interés del momento).
Es una lógica impecable… si es que vamos a tratar con cosas u con objetos que deban ser manipulables. Pero ¿es correcto expandir su aplicabilidad a las ideas, al arte, a los sentimientos o en especial, a las personas?
Brubaker nos plantea esta misma pregunta cuando elige para su historia a un cowboy retirado, un ex pistolero devenido en escritor de relatos de western para revistas pulp que mezclan autobiografía (del personaje mismo) con fantasía en cuanto al <<querer-ser>>, o mejor dicho <<haber-sido>> en el pasado del protagonista. Max, un tipo lo bastante mayor como para tener el anochecer de su vida a la vuelta de la esquina, está hinchado las pelotas de ser ninguneado por una sociedad que lo clasifica como un ser que ya poco o nada puede aportar, más que esperar su propia muerte, calladito y sin joder a nadie, obvio.
Pero hay caballos que jamás podrán ser domados ni disfrutarán del corral, y ese es Max, alguien que nació y se formó en el crepúsculo del salvaje Oeste donde aprendió viejas reglas y virtudes que de nada le servirían para esta sociedad industrial y aún más salvaje que le esperaba a principios del Siglo XX, donde el odio racial se globalizaba y alcanzaría a tomar una escala mundial nunca antes vista.
“¿Sabes qué? La mayoría de la gente de tu edad estarían felices de tener 100 mangos en el bolsillo, asi que mejor que le veas el puto lado positivo a la cosa Max”
Fragmento de “Pulp”
En nuestra ficción, Max se ve obligado a volcarse al único espacio donde se siente útil: el de la justicia por mano propia y la rebeldía social, envueltas siempre en un manto de violencia pura y dura.
Pero la realidad siempre supera la ficción, y para nosotros el resultado pareciera ser tan triste como inevitable. No solo vemos la cosificación de lo humano y de nuestras relaciones, sino que vivimos inmersos en un mundo donde sólo se considera objetivo y racional todo lo que tiene una utilidad, aquello <<que sirve para algo>>. Así, la ciencia y la técnica conocen y producen objetos útiles, pero en realidad lo que generan es una sociedad que únicamente se muestra ocupada y preocupada en producir aquello que le presenta una utilidad tangible al poder económico mundial.
No desesperen, Brubaker siempre tiene una última bala en la recámara antes de que lo des por muerto, y esa bala son los enormes hue… el enorme coraje que nuestro protagonista tiene para demostrar que es un tipo que se muere por vivir una vida que valga la pena, aunque sea por última vez.
“Llegas a una edad donde todos te ignoran o te tratan como si fueras un pelotudo y están obligados a lidiar con vos, pero la verdad es que por dentro vos te sentís igual que como te sentías hace 30 o 40 años… No pensás que sos el mismo que mirás en el espejo”
Fragmento de “Pulp”
Hay algo siempre asociado al western crepuscular, el destino ineludible de sus personajes. A pesar de sus muchos esfuerzos por combatirlo, son empujados una y otra vez a enfrentarse al desengaño y la melancolía, con la violencia como aliada y enemiga al mismo tiempo.
En el pensamiento de Max Weber, hay algo que tampoco nosotros podemos esquivar: cuanto más racionales son nuestros medios e instrumentos, más irracionales son los fines o el sentido de las acciones de las que somos capaces (piensen sino en el descubrimiento de la energía atómica y en cómo los yankis utilizaron ese poder para pulverizar hasta las cenizas dos ciudades civiles que nada tenían que ver con obtener una ventaja militar).
Eso nos aliena más y más, genera solo relaciones en las que el imperativo capitalista alcanza puntos tales como que lo importante al momento de sentarme a comer unos ravioles con la familia es ver cuánto beneficio podés sacar de la relación con tu cuñado, cuánto te queda de herencia de tus suegros, o criar bien a tus hijos para tener quién te cambie los pañales en el geriátrico.
Entonces, si seguimos a Herbert Marcuse, y el único orden que se acepta es el de la racionalidad instrumental, todo fin u objetivo no instrumental se convierte en irracional, al mismo tiempo que el pensamiento individual, la comprensión del mundo y aquello que clasifican como “que no sirve para nada” debe ser oprimido y suprimido.
Nadie renuncia conscientemente a la subjetividad propia. Puede que nos hayamos olvidado de que hay otra forma posible de entender la realidad, pero si es una cuestión de memoria, un problema recurrente para nuestro país, no dejemos de generar herramientas como la empatía para equilibrar la balanza.
Reivindiquemos el valor de la autenticidad, la comprensión mutua y el valor intrínseco de cada experiencia para enriquecernos a nosotros más que a las cuentas bancarias de otros.
Dejanos tus comentarios:
Tenés que iniciar sesión para poder comentar.