Hace unas pocas semanas tuvimos la triste noticia del fallecimiento del maestro Francisco Ibáñez, y mucho se habló de él, y de su creación más conocida: Mortadelo y Filemón. Pero como esta columna busca explorar el lado oculto del comic español, nos vamos a meter con una serie de Ibáñez mucho menos conocida.
Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión Sin Empleo es una serie que duró apenas seis álbumes, realizados por Ibáñez (más algún que otro asistente) entre 1986 y 1987, en el período en el que el maestro no dibujaba más a Mortadelo y Filemón y la editorial Bruguera producía los álbumes «apócrifos» de los agentes de la T.I.A.. Eran épocas extrañas, en las que Ibáñez publicaba en la editorial Grijalbo, lejos de los personajes a los que les había dedicado los 30 años anteriores de su impresionante carrera.
Pero el impulso creativo incansable lo llevó a desarrollar nuevos personajes para esta nueva etapa, y así surgen Chicha, Tato y Clodoveo. En las historietas humorísticas tradicionales de las revistas de Bruguera, era muy común que los personajes estuvieran muy asociados a su profesión: había periodistas, botones, electricistas, plomeros, oficinistas y un largo etcétera. Pero a mediados de los ´80, Ibáñez ya notaba que la «profesión» del futuro, durante largos años, iba a ser el desempleo. Y así es como su nueva serie se centra en tres chicos que en cada álbum tomarán un empleo distinto, siempre en condiciones laborales sumamente precarias.
El cambio fue absoluto: de dos protagónicos pasamos a tres, de protagonistas adultos pasamos a jóvenes y de aventuras más limadas, o más fantasiosas, pasamos a unas que incorporaban de modo más explícito la actualidad española. Así, en 1986 Grijalbo lanza la revista Guai!, donde debutan los personajes, y luego recopila el material publicado en los nºs 1 al 8 del semanario en el Vol.1 de la colección Tope Guai!, el primer álbum dedicado a Chicha, Tato y Clodoveo, titulado «Una vida perruna».
El álbum tiene 46 páginas de historieta, estructuradas (como muchas aventuras de Mortadelo y Filemón) en secuencias de seis páginas más o menos autoconclusivas (la última tiene sólo cuatro páginas). En el álbum están puestas una atrás de otra, sin solución de continuidad, a diferencia de como aparecían en la revista Guai, que traía una sola de estas secuencias en cada número. Cada seis páginas hay una especie de final, casi siempre catastrófico, en el que los protagonistas deben escapar para salvar su pellejo tras algún error garrafal de funestas consecuencias para sus empleadores. Acá, el personaje capaz de transformarse en cualquier cosa (al estilo Mortadelo) es Clodoveo, quien viene de fracasar en el mundo de la actuación.
El humor es muy similar al de los álbumes de Mortadelo y Filemón de los ´80: ritmo frenético, gags violentos al estilo Looney Tunes, dibujo con bastante influencia de la línea de André Franquin, viñetas superpobladas de elementos, muchos de ellos mini-chistes casi ocultos al ojo del lector, cameos de los más variados personajes (obviamente aparece Mortadelo, pero de espaldas), diálogos disparatados, leves coqueteos con la escatología, detalles que revelan un increíble poder de observación, apariciones esporádicas del propio Ibáñez en viñetas que rompen la cuarta pared para hablarle directamente al lector… Todos los elementos que hicieron de Ibáñez un autor reconocible a primera vista y disfrutable de punta a punta de cada uno de sus álbumes están presentes en «Una vida perruna». Entre tropiezos, golpes y accidentes de todo tipo, Chicha, Tato y Clodoveo interactúan a lo largo de este primer álbum con perros supuestamente maltratados por sus dueños, pero en realidad detrás de todo hay un plan de unos criminales para apoderarse de un microfilm secreto, oculto en el collar de uno de los cuadrúpedos. Esto da pie a todo tipo de confusiones y situaciones delirantes de esas que Ibáñez manejaba como nadie.
Luego vendrían otros cinco álbumes, con un nivel de dibujo aún superior al primero, a medida que Ibáñez se familiarizaba más con los personajes y soltaba más el trazo para hacerlos más cómicos y más expresivos. «Chicha, Tato y Clodoveo me gustaban, pero daban mucho trabajo -declaró el ídolo en una entrevista de fines de los ´90-. En mis historietas, todos los personajes son calvos. Dicen que los personajes acaban pareciéndose al autor, o el autor al personaje. Sí, claro, pero en el fondo está la vagancia, porque hacer los personajes con mucho pelo lleva una cantidad de horas para acabar la página. Y en Chicha, Tato y Clodoveo todos tenían pelo, y era bastante dificilillo de hacer».
Hoy, esa etapa «del medio» en la que Ibáñez frena la producción de Mortadelo y Filemón para crear otras series en otra editorial está un poco olvidada. Pero lo que me reí con Chicha, Tato y Clodoveo de profesión sin empleo, no me lo puedo olvidar jamás. Por eso esta nota, a modo de homenaje al maestro.
Una respuesta a «Chicha, Tato y Clodoveo»
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Muy buena nota y muy lindo homenaje Andrés! La verdad que tengo un vagón recuerdo de ver esto cuando vivía en España, en una librería rara, mal iluminada y sucia que mis viejos odiaban pero en la que insistia en iir por la cantidad de comics de forum de los 80 que había, en el momento procese que era parecido a Mortadelo y Filemón pero aún no tenía presente el concepto de autor
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