¡Bienvenidos a una nueva selección de fineza comiquera! O lo que al menos yo considero como tal. Como es costumbre tengo tres libros para recomendarles. Dos de ellos son nacionales, salieron hace poquito, así que están más que ideal para celebrar el día de la historieta argentina, que si bien fue el lunes pasado, se puede seguir festejando por todo el mes y más también.
Fue una sorpresa cuando, hace un par de meses atrás, Comic.Ar anunció la reedición de Tigre Hotel, la primera historia de Livingstone, un personaje creado por Mario Rulloni (en guiones, originalmente cineasta) y Pablo Zweig (en dibujos). Un comic que tuvo un recorrido bastante particular: primero hubo una idea de historieta que transcurre en un hotel, pensada para presentarse en un concurso de arquitectura en Alemania. Al caerse este proyecto, Zweig diseña un personaje, Livingstone, que protagoniza unas pocas historias cortas que aparecen en la revista Cóctel. Después, Zweig junto a Rulloni arman Tigre Hotel para serializarla en la revista País Caníbal, pero queda inconclusa cuando el título cierra después de su tercer número. Pocos después, Javier Doeyo publica en su editorial El-Decán, la historia completa en blanco y negro. Lo que tenemos en nuestras manos hoy es una edición a todo color, basada en una de Europa, mucho mejor impresa.
Livingstone es una parodia al arquetipo del detective jamesbondista: canchero, mujeriego (y con una suerte inalterable para con ellas), infalible. Pero Rulloni le pone mucha gracia al asunto, y crea la mezcla perfecta entre el hijo de Ian Fleming y Tintin. Por supuesto que la comparación con Tintín es adrede, y es que la línea clara de Zweig tiene ese inconfundible gusto francobelga propio de Hergé y sus herederos. Una síntesis brillante combinada con un gusto exquisito por la arquitectura presente en todo momento. La aventura empieza en el ya mencionado Tigre Hotel y es un policial hecho y derecho lleno de intriga y traiciones, que resalta por los matices que le agrega Mario, las pausas en las narrativas que se dan cuando Livingstone se dedica a coger un rato. A la historia larga la complementa un puñado importante de historias mudas muy cortas (dos páginas) que muestran una veta más humorística explotada por Pablo (a veces solo, otras con guión de Rulloni, o de Diego Guza), además de pelar ideas de narrativa muy interesantes.
¿Cuál es el valor más grande que tiene Livingstone: Tigre Hotel? Más allá de ser otro rescate noventoso (algo que la editorial se está poniendo al hombro con Animal Urbano, Elvisman, Mikilo), es la reaparición, o más bien, aparición a secas, de Pablo Zweig en las comiquerías argentinas. Si bien su obra no es vasta, es increíble que después de 30 años, se pueda conseguir un único libro. Hay dos grandes noticias para anunciar: Comic.Ar se comprometió a editar las otras dos novelas gráficas del personaje (Amazonia y Video Star), y otra editorial va a publicar otra historia con otro guionista, uno bastante célebre. Será cuestión de esperar.
Una historieta que sí se hizo este año es Guía básica para sobrevivir explosiones (2023, Viajero del Alba) de Cristian Blasco e Ian Debiase. A Cristian ya lo leí con historietas de índole policial como Sofía u otras más superheroicas como Puerto Kraken o Faraday y acá me sorprendió con una historia autobiográfica muy jodida. Cristian estaba, junto a su papá, adentro de una casa que explotó y casi que no la cuenta… Afortunadamente (y no pun intended) sobrevivió a semejante accidente y vuelca su experiencia en una historia que no se detiene solo en ese suceso puntual de su vida -inexplicable hasta el momento- si no que va más allá y cuenta su vida. Pero no lo hace por una cuestión masturbatoria sino porque hay puntas que son necesarias para entender muchas de las cosas que le pasaron/pasan a Cristian, sobre todo la relación con su papá. La historieta arranca cuando Blasco va a rescatar al padre (no es spoiler, son las tres primeras páginas del libro) de una casa viciada en gas. Hasta ahí todo muy bien, cosas que haría cualquiera que tuviera un papá o familiar querido en una situación similar. Pero el guionista nos va a revelar otras cosas (esas no las vamos a mencionar acá) que te hacen preguntarte por qué tomó la decisión loca de entrar a una casa que estaba a punto de estallar.
Lo que uno llama la “construcción del personaje” en obras de ficción está contado de una forma que te cautiva para que no sueltes el comic en lo que dura. Aparte está complicado no sentir empatía por Cristian, un comiquero como nosotros, que cuenta cómo el formato lo ayudó en más de un sentido a superar el accidente y más también. A todo esto, el dibujo de Ian es, al igual que el de Zweig, muy cuidado, precioso, y capaz de lograr un equilibrio perfecto entre la simpleza y los detalles que le permite retratar caras humanas reales sin recurrir a un detalle extremo onda Alex Ross. Si bien por momentos no tiene mucho que hacer al haber varias “talking heads” que hablan mucho, de golpe tiene páginas más interesantes como la de la explosión (lo más parecido a una “escena de acción” que hay) o cuando repasa varios momentos de la vida de Cristian como su casamiento o cuando salía de gira con una banda. Una historia conmovedora, jodida, pero que no apela a mostrar una miseria humana, no busca dar lástima en ninguno de los personajes. No hay morbo, hay un libro que funciona como catarsis y que, además, cuenta una muy buena historia.
Pasamos ahora si al pequeño sector de foráneos. Leí Everything Together: Collected Stories (2012, Picturebox – aunque yo tengo la edición de Fulgencio Pimentel llamada Todo y nada, que salió un par de años después de esta yanki), el famoso tomo “recopilatorio de historias cortas”, en este caso del ídolo Sammy Harkham. ¿Qué tiene para ofrecer Sammy?: mundos plagados de mucho humor negro, historias cortas cargadas con la mismas dosis de mala leche y remates ingeniosos y graciosos. Pero lo más importante que tiene es su absurdo, cómo esos remates a veces caen de la nada o cuando estás con la guardia baja. Por momentos elige contar historias más cotidianas, pero en su mayoría, Harkham es más bucólico, diseña mundos donde Napoleón es, además de un férreo conquistador, un frustrado dibujante de tiras cómicas, un recurso que suele repetir para contar lo frustrante de su trabajo.
Hay dos historias medianamente largas que se enarbolan dentro del slice of life, por supuesto a la manera enrevesada de Sammy: “Somersaulting”, ambientada en Australia (donde el autor vivió una buena parte de su vida), enfocada en la vida de dos adolescentes a la deriva; pero a diferencia de Ghost World donde la vida de las chicas estaba marcada por sus delirios, acá no hay nada, solo desazón, aburrimiento, playa, sexo y nada más. No hay escapismo, no hay una amistad auténtica y sentida, solo gente que se acompaña porque no le queda otra. Y en una tónica de símil abandono está “Una historia del New Yorker”, sobre un profesor de letras frustradísimo con su vida, su carrera, su mujer mientras trata sin demasiado éxito hacer algo más que enseñar, fracasa como escritor y busca una salida como crítico. Nada es demasiado exacto o preciso en lo que cuenta, pero sí sabe sazonar las viñetas con sentimientos. Unos de mierda, por supuesto, pero apunta a una incomodidad latente, que te saca una risa incómoda que parece indicar que tenés más ganas de irte de donde estás que seguir viendo lo que pasa. Todo esto y más ocurre en “Pobre marinero”, donde muestra cómo la vida de Thomas se va inequívocamente a la mierda después de reconectarse con su hermano marinero y abandonar a su mujer con quien vivía apaciblemente en el campo.
Bueno, hay de todo: rescates, dramas y algo de repulsión para los más fuertes. ¡Hasta la próxima y feliz día/mes de la historieta argentina!
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