Otro mes, otra pila de historietas para reseñar. Este pequeño espacio sirve como un alivio después de haberle dado duro y parejo a la vida y gracia de un personaje (a estas alturas clásico) de la historieta yanki independiente. Esto es un pequeño spoiler de mi colaboración en el próximo número de la Comiqueando Digital que se viene en breve, así que mientras se termina de maquetar en los laboratorios accorseanos, paso a mencionar que otras cosas leí durante el mes pasado.
Tengo una novedad, un comic que capaz muchos (sino todos) de ustedes no conocen y que probablemente, cuando el resto de la prensa especializada la descubra, también le va a explotar la cabeza y le entregue los merecidos premios. Voy a empezar yo, entonces, a laurear a The Sandman (DC Comics, 1989)… ¿Qué, tiene como 30 años? ¿Todo el mundo la leyó y se cansó de decir que es una obra maestra? ¿Y hasta se le dedicó un episodio entero del podcast de Comiqueando? Ah, bueno, ¡mala mía! Yo tengo algo que no sé si definirlo como un problema o un modus operandi al momento de leer, y es que me tomo mi tiempo desde el momento en que lo compro/me lo prestan/me lo regalan/me lo recomiendan hasta que efectivamente lo leo. La mítica saga de Neil Gaiman es una de esas cosas que, además, dejé que le pase el tiempo porque, cuando la quise leer por primera vez, no me gustó. Me ahuyentó lo “lento” del primer número y no quise saber más nada, terminé por vender el tomo uno que editó ECC Sudamérica en su momento. De ese año, pego un salto a Junio de 2022, cuando me cruzo con la edición de Norma bastante regalada de Preludios y Nocturnos y digo “ma’ si, capaz me gusta y si no, se revende”.
Cuestión que me gustó y mucho. El primer número me sigue generando esa sensación de lentitud, pero no solo me la banqué, sino que además se me hizo bastante llevadero al entender varias referencias, no necesariamente comiqueras, que me llamaron la atención. Ok, se termina Sleep of the Just… y todo lo que viene después es una ma-ra-vi-lla. El número de Caín y Abel (casi lloro), el cruce con John Constante, la bronca con Lucifer/Bowie, ¡el bardo que arma Dr. Destiny! Gaiman confiesa en el epílogo que siente “torpes” esas historias en comparación a todo lo que vino después. No sé si torpe sea la manera de calificarlas (qué tupé, contradecir al creador), pero sí se nota, y Gaiman lo nota en el mismo texto citado, que cada issue es un tipo de narrativa distinta, todas enfrascadas en variantes de la literatura fantástica/terrorífica. Hay influencia de Clive Barker igual que en buena parte del Swamp Thing de Moore y se nota, también hay ganas de querer contar algo moderno con algunos conceptos antiquísimos que tenía DC en su cantera. Así como Barker trajo una renovación bastante shockeante dentro de los cuentos de terror, Gaiman y Moore (cada quien con sus títulos) le clavaron otros shocks a los personajes. Moore fue más “posmoderno”, Gaiman trajo una sensibilidad dark/fantasy que, asumo, se irá desarrollando y se hará más compleja en los próximos tomos de Sandman que me quedan por leer.
Un párrafo extra-reseñistico: Le encuentro un gran problema a la idea de “esto hay que leer sí o sí”. Está bien, muchas veces los top 10, 20, 50 mil millones de “Mejores Comics del Mundo” tienen verdaderas obras maestras en su listado… Pero siempre tuve la sensación de que esto genera una presión sobre el lector menos avezado. Se habla fácticamente de lo grosso que es algo y que está mal no leerlo. Entonces uno lo lee bajo esa presión y, siento yo, esto mata el disfrute, hace que uno no le perdone el más mínimo error que pueda encontrar. Eso fue lo que me pasó en su momento con Sandman ¿Cómo puede ser que el primer número de una obra maestra absoluta sea un embole? Y bueno, dejé de leer ahí. Hoy la mano es otra, pero seguramente otros lectores le hayan hecho la cruz a este u otro título que, capaz, sea una verdadera joya. Esto más que una bajada de línea es un mensaje de aliento para aquellos que capaz tengan varios años de lectura encima pero todavía no se animaron (o no quieren) leer las Sagradas Escrituras. Las cosas se tienen que leer en el momento indicado, algo que solo podemos saberlo nosotros y nadie más.
Se termina el espacio foráneo, así que es hora de hablar de algunas cositas nac & pop.
Cada vez está más difícil encontrar magia en las míticas mesas de saldo de calle Corrientes, pero apareció un libro… ¿Qué digo un libro?, un LIBRAZO. Disparen al Humorista (originalmente publicado por Astiberri en 2017, acá por Planeta en 2019) de Darío Adanti figura, por algún motivo que no sé explicar, en dichas mesas de saldo por un precio ridículo. Capaz la tapa no te dice en ningún momento que es una historieta, y capaz el nombre no te suene, pero este argentino que vive en España hace tiempo y que co fundó la revista satírica Mongolia hizo este manifiesto gráfico. El dibujo es excelente, las ideas narrativas y las puestas en página son un delirio (capaz sea lo que menos importa, pero igual son una masa), y el tema, que tristemente sigue vigente, se toca de una manera completamente honesta, profunda y sin dejar ningún tópico de lado. Como para que se den una idea de hacia dónde va el comic, el primer capítulo deja en claro cuál es el motor que impulsó a Adanti para realizarlo: el atentado en la redacción de Charlie Hebdo, ocurrido a inicios del 2015. Con esto de base, Darío hace una vivisección fabulosa de lo que significa el humor, cómo se construye, hacia dónde va, qué lo moviliza, y así.
¿Hasta dónde puede llegar el humor? Es una pregunta que Adanti se hace pero que no elabora una respuesta, porque también depende de cada uno y de las conclusiones que se puedan sacar al terminar de leer. La reflexión final, tan graciosa como impactante, implica que nadie va a morir por el humor, salvo el humorista. Lo que sí plantea es que hay que acabar con la idea de un humor lavado, inocuo o woke. Por supuesto que este libro no descubrió la pólvora, pero sí se encarga de exponer la importancia del humor en la vida humana. No está centrado en la idea del humor negro pero sí hay un énfasis en que ocurre con las limitaciones, qué pasa cuando alguien le pone un freno a qué cosas contar. Y esta es la parte donde Disparen al Humorista comienza a dialogar de manera más puntual con el lector, y cada uno hará (o no) su propio balance al respecto. Hiper recomendable, hasta donde sé, por 400 o 500 pesos se consigue, un monto ya inexistente para cualquier tipo de libro.
Un mes después, tocó leer Angela Della Morte Volumen 2 (Ovni Press, 2014). Después de una primera parte que estaba bien, con una historia interesante que terminaba con un cliffhanger, se vienen las complicaciones, los giros y las resoluciones. Esto me daba un poco de miedo, porque con Salvador Sanz (por si todavía no sabían quién es el autor de esta saga) siempre me pasó de engancharme con una idea muy copada que se resolvía medio a los ponchazos y de una manera algo frívola. Y acá todo lo contrario: Salva se toma su tiempo en cada uno de los capítulos (serializados originalmente en Fierro) para dejar que la historia fluya hacia la confrontación final entre Sibelius y los Fluo. La trama política se espesa, comienzan a pelarse las armas definitivas para poder matar las almas, es el momento idóneo para que la machaca empiece, y eso pasa, con un final onda Robocop, donde Angela es Murphy dejando la vida contra el prototipo hiper-asesino del OCP.
Pero no solamente hay machaca, sino que hay un espacio importante para que los personajes crezcan y se den cuenta de las cagadas que se mandaron. Vimos cómo Angela se mandó bocha de cagadas en la primera parte para acá ponerse las pilas y actuar en consecuencia de una resolución favorable para Sibelius. Sobre las cuestiones humanas, Sanz plantea desde el guion una dicotomía interesante sobre el mal menor, porque obviamente Sibelius y Fluo son “el mal”: dos empresas que están tras una solución megalomaníaca y que, en el fondo, solo representan los intereses personales de ambos líderes.
Nada más por hoy, espero que el próximo mes sea más fructífero a nivel lecturas. Gracias por tanto, perdón por tan poco.


