El paso de Garth Ennis por Punisher MAX, puede ser fácilmente considerado como la versión definitiva del justiciero loco de los chumbos, incluso más que la etapa del mismo autor en la línea Marvel Knights, gracias a la estrategia de diseñar todo su run bajo un dispositivo muy realista que funciona alimentado de ambientaciones muy documentadas y conflictos propios de un mundo real, despojado de cualquier superhéroe disfrazado. Y es esta decisión del guion la que le aporta, a mi entender, el encuadre ideal a un personaje que, francamente, no aporta mucho en un universo en el que convive con seres onda Galactus.
Con el enfoque de Ennis y a lo largo de 22 números entre Noviembre de 2009 y Febrero de 2012, Jason Aaron se dedicará a continuar y enriquecer el legado del irlandés demente, a la vez que desarrolla su impronta autoral, no solo desde el avance de la historia a partir de conceptos heredados, sino también mediante la inserción de elementos de la mitología de Punisher propias del género superheroico pero pasados por el tamiz realista de la versión «MAX» del personaje.
Antes de profundizar en el «run» propiamente dicho, es interesante mencionar el especial de navidad “X-Mas Special” de Diciembre de 2008, en el que junto a Roland Boschi, compañero de ruta durante su paso por Ghost Rider, Aaron nos cuenta una historia brutal con alegorías religiosas.
La trama tiene lugar durante la Navidad, en la que Punisher se ve envuelto en una limpieza de sangre contra una mujer y su bebé a punto de nacer; los últimos miembros de la familia Castellano. A lo largo de esta aventura feroz, que incluye el fusilamiento de todos los bebés en una sala de neonatología, nuestro barbudo guionista baja una línea, que también estará presente en su run más largo, centrada en la paternidad disfuncional que tiene lugar en Frank Castle debido a su personalidad y el terrible mundo en el que mueve. Aquí también, como parte de las referencias religiosas sobre los hechos que se celebran en Navidad, y esa idea de esperanza y fe cristiana que suele rodear estas fechas del año.
Ahora sí, comienza la gran historia que Aaron nos cuenta, en contraste con Ennis, quien armó una cosmología de Castle cimentada en conflictos geopolíticos varios y sus consecuencias para organismos oficiales con historiales enchastradísimos. Jason se diferencia de su antecesor y reduce el universo del justiciero a una escala más doméstica, más urbana y con su eje rector en el enfrentamiento entre Punisher y su gran antagonista, Wilson Fisk. Y tranquilamente podríamos rotular a este “run” como un relato que no sólo nos cuenta la cruzada impiadosa de Castle contra el crimen, sino también el ascenso de Fisk como el mítico Kingpin. Y durante este duelo a muerte entre ambos personajes, el guionista realiza una traducción de conceptos «punishereanos» mientras oscila entre el realismo y el absurdo, todo barnizado con violencia extrema como son los casos de Bullseye, el sicario desquiciado de Fisk que deja un tendal de muertos increíble en su intento por eliminar a Punisher, o la aparición de Elektra en rol de doble agente asesina donde todo lo relacionado al aspecto místico de la ninja está insinuado levemente.
Pero Jason sabe también que la versión de Ennis es un monolito ineludible debido a la interpretación perfecta del irlandés sobre el mito de Castle, y si bien marca sus diferencias, su propuesta se constituye como una continuación y cierre directo del trabajo de Garth. Para acoplar las dos etapas, además de mencionar nombres o sucesos que Ennis escribió, Aaron continúa cronológica y biológicamente la vida de Frank, y si es un veterano de Vietnam, en un relato contemporáneo es un tipo ya bastante entrado en sus cincuenta y pico de años, con un cuerpo tan castigado cuya muerte es inminente. Y esta idea que tiene el guionista de matar a Punisher, aparece siempre durante el desarrollo de los acontecimientos ya que es visible el deterioro que el protagonista sufre constantemente. El otro gran puente entre las dos etapas que ya mencionamos es tendido con el arco “Frank” que retoma con total sincronía esa obra maravillosa de Garth Ennis llamada “Punisher: Born” y la complementa para añadirle al sufrido personaje Frank una capa más de complejidad y humanización.
En el aspecto gráfico, toda la etapa es super sólida ya que cuenta con la asistencia perfecta de Steve Dillon, ese dibujante icónico al que le es tan familiar el justiciero. La expresividad y el dinamismo de su trazo solo son superados por la crueldad y la abyección de las escenas que retrata. Particularmente todo el arco contra Bullseye, donde el nivel de torturas de lesa humanidad que desfila por esas páginas es tan grotesco y absurdo que nos genera risas y grandes incomodidades. Hablamos anteriormente del efecto de daño y el castigo que va impactando en el físico del Punisher, y en eso el artista cumple con creces ya que su trazo nos transmite el dolor y el sufrimiento por el que pasa no solo el protagonista, sino cualquier de los pobres infelices que pululan por la trama. Toda esa violencia y miseria se siente tan real y natural en el trazo que sería interesante saber cuáles de esos espantos son ideas del guionista y cuanto es factoría del propio dibujante.
Debajo de todo este paseo truculento e inhumano, esta etapa de Punisher MAX no deja de lado el aspecto emocional ya que la historia nos muestra a dos hombres adictos a la violencia (Frank y Wilson), cuya obsesión los lleva a sacrificar (muchas veces en sentido literal) sus vínculos familiares. Esta situación puede no parecernos tan impactante en el villano, pero en el héroe, si es que así podemos llamar a este Frank Castle, el shock es mayor. A diferencia de su origen canónico, el Punisher MAX no tiene un antes y un después de ese fatídico día en el parque cuando su familia es acribillada. Tal y como lo sugiere Ennis y lo desarrolla en profundidad Aaron, para este veterano de guerra la vida fuera de la trinchera es una tortura, especialmente todo lo involucrado a la rutina de un esquema familiar que no le interesa en lo mas mínimo y no hace otra cosa que generarle un profundo rechazo. Por eso la masacre de su familia no es otra cosa que una excusa para dejar salir al sociópata ultra violento que en realidad es. Toda esa fuerza letal será canalizada con un ayudín de otro personaje habitual del Punisher, que desde su rol de agente oficial/no oficial lo pone en una senda al infierno.
Es muy fácil caer en las comparaciones entre el aporte de Ennis y el de Aaron a esta serie, especialmente por la trascendencia de la obra del irlandés. Y si bien esta etapa del personaje se puede disfrutar tranquilamente aislada de la predecesora, el trabajo del genio de Alabama debe leerse como el complemento y cierre justo a todo lo que plantó Garth. Es cierto que la presencia de humor negro, incómodo y ultraviolento está en un registro mucho más evidente, especialmente al ser dibujado por Dillon, y que la presencia de factores menos realistas puede empañar un poco la sintonía del mensaje. Pero al igual que con Ennis, este Punisher también nos habla de cómo la violencia y el odio tanto en una guerra (ponele el conflicto que quieras) o en una escala urbana no genera otra cosa que más violencia que se retroalimenta de forma incesante, nada soluciona, nada construye y solo deja un reguero de muertos, lamentos y desesperanza.
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