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NOTAS

Adios a Juan Giménez (parte 2)

Segunda y última parte del repaso por la fascinante carrera del prócer de la historieta y la ilustración fantástica que nos dejó el jueves.
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Lunes 06 de abril, 2020

Una vez terminada su labor en la película Heavy Metal, Juan Giménez vuelve un tiempo a Mendoza y decide hacer una historieta con guión propio, en base a la que le abriera las puertas de Récord. Así nace Cuestión de Tiempo, una colección de historias cortas realizadas a color directo, en un estilo similar al de la versión coloreada de La Estrella Negra que le vendiera años atrás a Glénat. Luego vuelve a Francia, con el primer álbum de Leo Roa debajo del brazo, y de Dargaud pasa a Les Humanoides Associés.

Son los ´80, años de gloria para Juan, cuya obra vuelve a desembarcar en Argentina gracias a la revista Fierro. Mientras tanto, ya asentado en la localidad catalana de Sitges, el autor realiza historias cortas para España, Italia y Francia, tres mercados que lo premiarán en repetidas oportunidades (elegido por el público como Mejor Dibujante en las encuestas de las revistas 1984 y Comix Internacional durante los años 1983 al 85 y en 1990, Saló de Barcelona de 1984, el Yellow Kid en el 90, el Bulle D’Or en 1994).

“El Extraño Juicio a Roy Eli” recopila historias cortas escritas por Carlos Trillo, Emilio Balcarce y otros y en 1987 (luego de su serialización en varias revistas de antología) sale el álbum de “Basura”, su colaboración con Carlos Trillo. Esta historia (conocida en algunos países como “Gangrene”) originalmente iba a ser una serie de varios álbumes, pero problemas de tiempos y contratos hicieron que quedara en un único tomito de 52 páginas, de las que Giménez realizó dos versiones: una en blanco y negro (la que se conoció en Argentina) y otra a todo color. Durante muchos años Trillo y Giménez planearon una reedición de Basura con algunas páginas más, que le dieran un cierre más potente a la historia, pero para cuando recibieron luz verde de un editor francés, Trillo falleció y el proyecto quedó trunco.

Ya a principios de los ’90, Giménez trabaja con guión de Roberto Dal Pra en la poderosa “Los Ojos del Apocalipsis”. En 1994 ilustra textos de Pascale Rey en “Arkhanes”, ya en paralelo con la obra que le llevará diez años: “La Casta de los Metabarones”, con Alexandro Jodorowsky.

Recuerda Giménez: “Me dieron a elegir y Humanoides bailaba en una pata. Me sentaron con Jodorowsky, que tenía una idea en la que un millón de naves atacaban a un millón de tipos y todo se tenía que ver en un mismo cuadro, o algo parecido, yo exagero. Pasó el tiempo y dice «Tengo una idea mejor, ¿te gusta el Metabarón?» -«¿Quién es?» -«Y, es un personaje que hizo Moebius dentro del Incal» -«Ah, si, uno pelado con una oreja de lata». Me ofrecen el Metabarón y aquí quiero aprovechar para aclarar que yo originalmente creí que iba a seguir algo como el Incal, de aventuritas y eso, pero resultó que no. La Casta del Metabarón es evidentemente una historia que al principio me fastidió un poco, porque no era lo mío, hacer esas armaduras y fantasía, te juro que no… Dije «Bueno, hagámoslo, pero no es lo mío», yo le aclaro que el tema no me gustó mucho. «No, pero mirá, si anda, no sé qué, probemos, a lo mejor es una buena combinación». Cuento lo que he contado siempre, yo puse un montón de condiciones, entre ellas, que el guión estuviese abierto para que yo lo tocara.”

Así llegan “Othon, el tatarabuelo” (1993), “Honorata, la tatarabuela” (1994), “Aghnar, el bisabuelo” (1996), “Oda, la bisabuela” (1997), “Cabeza de Hierro, el abuelo” (1999), “Doña Vicenta Gabriela de Rokha, la abuela” (2000), “Aghora, el padre-madre” en 2002 y “Sin Nombre, el Último Metabaron”, de 2003.

Pero como su talento no tenía descanso, además, en esos años publica “Nosotros los Héroes”, recopilación de historias cortas de tinte en su mayoría eróticas, con guiones de Ricardo Barreiro (1997), “Overload, el arte”, el primer gran libro de bocetos y arte de Juan, “Juego Eterno” y “Elige tu juego”, ambas recopilaciones de historias cortas, entre otras.

Las últimas obras del incansable artista incluyen “El Cuarto Poder 2: Morir en Antiplona” (2007), “El Cuarto Poder 3: Infierno verde” (2010), “El Cuarto Poder 4: La isla D-7” (2012), y dos trilogías muy distintas entre sí. Por un lado, junto al guionista francés Richard Malka realiza los tres tomos de Segmentos (aparecidos en 2011, 2012 y 2014). Esta es una saga de ciencia-ficción con aventuras, una cierta arista “sociológica” y muy buenos chispazos de humor. Pero la obra más importante de la última década de producción de Giménez es sin dudas la trilogía de Yo, Dragón, una saga fantástica, escrita por el mismísimo prócer mendocino.

Yo, Dragón tuvo un primer tomo en 2011, un segundo tomo en 2013 y el tercero vio su salida demorada hasta 2016, porque Giménez debió cambiar de editorial a mitad de camino por un conflicto con el sello Le Lombard y completar la trilogía en Glénat. En Yo, Dragón, el capo de la ciencia-ficción se anima a cambiar totalmente de registro y se tira sin paracaídas a la epopeya medieval, con castillos, caballeros, señores feudales poderosos, caballeros valientes, cortesanos intrigantes, curas medio pasados de rosca, conspiraciones, destierros, enfermedades espantosas, duelos, banquetes, sitios y por supuesto, dragones. La ambientación es otra, pero siguen ahí el trabajo inhumano en espadas, armaduras, ejércitos, fondos, cuerpos y hasta vemos unas figuras humanas en acción con un dinamismo poco frecuente en las páginas de Giménez. Como siempre, el golpe letal, la fatality, nos la hace con su alucinante manejo del color, con esos engamados en los que predominan los colores fríos u opacos (marrón, gris, celeste, blanco) y cada tanto irrumpe un rojo furibundo o un amarillo descontrolado y la viñeta explota más allá de cualquier análisis.

Su último trabajo fueron las 16 páginas que le agregó a Segmentos cuando se recopilaron los tres álbumes en un único tomo integral, aparecido en 2019.

De más está decir que además de talentosísimo artista, Juan era un tipazo, un hombre abierto, simpático, buena onda, siempre dispuesto a dar una mano. Siempre estará con nosotros en el recuerdo, más allá de su obra inmensa, por sus palabras cálidas, su sonrisa franca, sus actos nobles.

Hasta siempre, maestro.