En una entrevista, Inio Asano plantea que, en este siglo, entramos en el fin del mundo. “No va a terminar pronto”, dice el flaco. “Ya está terminando”. Esa obsesión con el apocalipsis atraviesa toda su obra, desde sus historias cortas, pasando por Nijigahara Holograph y, por supuesto, Oyasumi Punpun, donde el protagonista desea que el mundo acabe y casi logra que simbólicamente ocurra solo por la fuerza de voluntad de su propio autodesprecio. Y tiene sentido que todas estas historias de jóvenes a la deriva lleguen al mismo punto. Ser un adolescente o un joven adulto que crece y madura en el Siglo XXI es, como dice Asano, presenciar el fin del mundo, o, al menos, presentirlo. Sin contar las obvias señales de ya haber pasado el punto de no retorno en demasiadas métricas ambientales, la cada vez más frecuente amenaza de escalada de conflictos políticos en todo el mundo y el alzamiento de las derechas y los movimientos fascistas que salen de debajo de las baldosas; la hipercomunicación, hiperconectividad y velocidad instantánea de la información alienan cada día más a la gente al mostrar más de lo que querríamos saber del resto de los seres humanos que nos rodean, marketizan nuestras relaciones, nos muestran los hilos que mueven a los sistemas arcaicos de los que depende nuestra subsistencia y mezclan en una olla enorme y sin criterio información vital para el futuro de nuestra raza con la mayor sarta de pelotudeces que se te ocurra. De esa forma, todo pierde impacto y nos ablandamos ante nuestras pantallas y apenas alzamos los hombros ante la destrucción de nuestro mundo. Las chicas de Dead Dead Demons viven en ese mundo, igual que nosotros, pero le suman que levita por encima de ellas un memento mori imposible de ignorar. La aparición de la nave viene a evidenciar y romper un sistema fallido y peligroso pero precariamente equilibrado, como si le tiraran una bola de bowling a una torre de copas.
Ojo, a pesar de todo eso, la mayor parte de la serie no deja de ser un “recuentos de la vida” gracioso en el que las chicas experimentan el desamor, la diversión, salen a pasear, van a comer, juegan videojuegos; todo en el marco del drama cotidiano de tener padres de mierda o darte cuenta de que querés cortar con tu novio, o que el hecho de ir a diferentes universidades te va a alejar poco a poco de tus amigas. Van surfeando el placer y la desesperación en partes iguales, en un equilibrio muy frágil que a Asano le sale de taquito para crear esta sensación agridulce, esta lectura melancólica, nostálgica, mientras presentimos que todo, inevitablemente, se va a acabar y la tristeza va a ganar la pulseada. Eventualmente, por supuesto, gana.
Como es un bicho de costumbres, fiel a su estilo, Asano hace de Dead Dead Demons una historia coral. Con el setting tan bien planteado, se permite crer varias subtramas de distintos personajes con variados niveles de vinculación con el tema de los “invasores”. Por fuera de las chicas y sus historias individuales, también veremos al hermano de Ontan (personajazo que se roba la serie) obsesionado con impartir justicia en internet con sus multicuentas; a un milico que se replantea si está bueno esto de matar alienígenas inocentes; al profesor de las chicas que se separa de su pareja; a una pareja que labura para una empresa de las que hacen rayos láser y robots asesinos; a un periodista que logra descifrar todas las conspiraciones del gobierno relacionadas a los “invasores”; a algunos personajes de otros países que perciben la situación desde afuera; y hasta a algunos “invasores”, que de a poco aparecen y ocupan más espacio de la trama con sus propias historias, sus propias preocupaciones, sus propias filosofías y políticas.
A nivel gráfico, con los años de publicación, se nota una evolución gradual y un refinamiento del actual estilo de Asano. Siempre trabajó con técnica híbrida entre lo analógico y lo digital, pero acá está mucho más desdibujada la línea entre ambos estilos. En la entrevista que le hace el prócer de Naoki Urasawa para su ya emblemática serie Manben, comenta que buscó despegarse de la estética de “personajes pegados sobre una foto” que tenía antes y que había ganado un nuevo aprecio por la “suciedad” de lo artesanal. En esta nueva etapa de su arte, agarra sus fotos, las edita, las retoca y después las redibuja arriba y les agrega “imperfecciones” en tinta para homogeneizar fondo y figura, y los resultados hablan por sí solos.
También es gracioso cómo se la pasa jugando mientras dibuja. La tecnología alienígena puede ser cualquier cosa, así que usa las referencias más pelotudas (un cubo rubik, un mouse, un pituco que encuentra tirado en el balcón) para diseñar objetos. Una parte muy graciosa del Manben es cuando se mete detrás de cámaras y le pide al equipo de grabación que le dejen sacar fotos de sus equipos para incluirlas en el manga, improvisando sobre la marcha qué va a terminar en el papel.
Pero quizás lo más llamativo de Dead Dead Demons a nivel gráfico sean los diseños de personajes, aunque sea de los principales, mucho más cartoon, más caricaturizados, lejos de sus diseños más “serios” de mangas previos (o contemporáneos, como es el caso de Reiraku, la miniserie que dibujó en 2017 durante una pausa de DeDeDeDe). La realidad es que acá explota más un estilo simplificado contrapuesto a fondos detallados y complejos, algo que había probado también en Yuusha Tachi (Héroes), que a su vez está inspiradísimo en las obras de Shigeru Mizuki.
También en lo narrativo aprovecha para divertirse bastante. Asano siempre la tuvo muy clara con los ritmos, con su capacidad para plantear una lectura muy ligera, con grandes splash y páginas dobles, y para que la yuxtaposición cree el sentido. Pero en Dead Dead Demons se deja ser, en este espíritu improvisador, y crea estas grandes escenas ambientales, juegos de varias dobles páginas seguidas con ligeros cambios, con poca densidad de texto. En esta serie, el escenario no es solo el fondo para sus personajes. Tokio es casi un personaje en sí mismo, y la tremenda nave gigante tiene que mantener su peso simbólico y literal a lo largo de la obra. Así, las chicas van mucho a los techos como excusa para barajar varios planos del horizonte invadido.
También hace un jueguito muy divertido (que al final de la serie se resignifica), que es el de introducir el título del manga como un elemento físico y ruidoso una vez por tomo. Es un texto real que está ahí flotando en el cielo enorme y que obtiene tridimensionalidad cuando la “cámara” cambia de ángulo. Una genialidad.
Ah, otra joda que hace: solo para cagar a cualquiera que intente traducirlo (o a los estudios que se van a encargar de adaptarlo a un animé), plantea que toda la tecnología alien, al igual que su idioma, “suena” completamente ajeno a idiomas o sonidos humanos. Para graficar estos sonidos que no existen, crea caracteres nuevos basados en el hiragana japonés pero deformado, con los símbolos dados vuelta o combinados, algo que se ve japonés pero que no es esencialmente ningún idioma. Y, al igual que el título de la serie, estos caracteres cobran relevancia narrativa y tridimensionalidad en la página, en un uso de recursos de la historieta hermoso que desafía a cualquier otro medio a ver cómo carajo adaptarlo.
(el lunes, la tercera parte)