Quizás por éxitos resonantes como Nippur, Dago, Savarese, Martin Hel o Pepe Sánchez es que uno no asocia a Robin Wood con la ciencia ficción. Pero el gran guionista trotamundos incursionó en varias oportunidades en este género. De series inolvidables como Mark (con dibujos de Ricardo Villagrán) o Gilgamesh (donde relanza la idea del personaje que creara Lucho Olivera, con dibujos del mismo genio correntino), pasando por Starlight (con Juan Zanotto), o Danske (con Enrique Villagrán) y Morgan (con Cacho Mandrafina), hasta un Warrior-M (de sus últimas creaciones, junto a Roberto Goiriz), Robin siempre tuvo un interés por este género. En sus comienzos en Columba, cuando le dieran luz verde para escribir lo que quisiese, en varias oportunidades entregó unitarios de ciencia ficción (por ejemplo, en 1969 entregó nueve historietas de ci-fi, todas dibujadas por Guevara y publicadas en la Fantasía, con títulos como “Robot… robot…”, “El Cerebro”, Microorganismos”, o “Iram y el terrestre”), pero la historieta que hoy nos convoca surge cuando en los ’80 Robin decide volver a incursionar en el género, en busca de una nueva perspectiva. Surge así una serie rara y poco recordada, pero que vale la pena visitar por lo interesante de sus ideas y lo ecléctico de su dibujo.

El 2 de Agosto de 1984 sale a la venta la revista D’Artagnan Color 41 -con tapa de Dax empuñando un arma y una mujer a sus pies-, y ahí, sin los bombos y platillos habituales cada vez que Robin estrenaba una serie, aparece el primer episodio de Holbeck. El dibujante elegido fue Alberto ‘Beto’ Macagno, quien por aquel entonces compartía estudio con Cacho Mandrafina y Enrique Breccia, dato no menor, ya que la pluma de estos dos maestros aparecerá en varias oportunidades a lo largo de los episodios de esta serie. Esto es importante para destacar del dibujo, porque se hace muy notoria esa diferencia entre los capítulos y por una influencia de Moebius extremadamente obvia. Quizás toda la obra tiene un tono de ciencia ficción más cercana a la Métal Hurlant que a Flash Gordon, pero recordemos que estamos en 1984 y las revistas de antología reinaban en Europa, casi todas con historias de ci-fi moderna, más introspectiva que aventurera. Está a punto de aparecer el nº1 de Fierro con The Long Tomorrow de Moebius y Dan O’Bannon y acá, Wood y Macagno se van a decantar claramente por esa veta. No faltarán incluso los pterodáctilos arzakianos del genio francés, y ese trasfondo desértico donde puede pasar cualquier cosa, donde la tecnología de punta se mezcla con una prehistoria fantástica. La mayoría de las páginas tienen un diseño de ocho viñetas por página, lo que, sumado a los diálogos típicos de Wood, dejan poco lugar para el lucimiento del dibujante. Lo que hay muy poco son captions: ya estamos en los ‘80s y no están más los poderosos bloques de texto característicos de ese Robin de principios de los ‘70. Este es un Wood más adulto, más experimental, más arriesgado y afilado.

En “Holbeck”, ese primer episodio homónimo, Robin y Beto nos presentan a John Holbeck de la Flota Interespacial de la Tierra, cuya nave cósmica sufre un accidente y mueren todos los tripulantes menos él. Estrellado en una especie de planeta ‘desierto’, John deberá descubrir dónde está para poder volver a su mundo, pero el mayor obstáculo a vencer será la soledad. Su única compañía es la computadora de a bordo, una especie de HAL-9000 a la 2001 A Space Oddissey de Arthur Clarke, que se llama Zeus y es incapaz de generar comida para nuestro protagonista. Genera sí, un contrapunto entre desolador y divertido, entre ese humano desesperado y una máquina fría que espera órdenes y recibe plegarias.
Fuera de la nave, por ahora no hay nada. Holbeck ha caído en un mundo que no es ningún planeta conocido de nuestra galaxia, o de ninguna galaxia. Es, posiblemente, otra dimensión. Esta bola desértica flota en medio de la nada y ni Zeus ni Holbeck tienen la más mínima idea de cómo salir. Para darle un juego más interesante a la diferencia entre el adentro y afuera de la nave, la moderna tecnología de la Flota Terrestre no funciona en el exterior de la nave. No hay ninguna explicación racional. John puede ir con las mejores armas, pero cualquier ser semi-evolucionado con una honda, tiene más probabilidades de cazar algo para comer que él.

El segundo episodio (D’Artagnan Todo Color nº44, del 16 de Agosto, es decir, apenas dos semanas después del primero, en otra revista de la editorial) va a titularse "Hambre", ya que las provisiones a bordo se acaban rápido y el protagonista tiene que salir de la gigantesca lata averiada y conseguir su propio sustento. En esa expedición frustrada, lo que termina por hallar es a una hembra de una raza humanoide cuasi-elfo a la que logra salvar de una especie de dragón horrible y sus adoradores. Sobre el final, los integrantes de esa raza amistosa le ofrecen como agradecimiento la comida que él no pudo conseguir (y un extra sexual).

Volvemos a la D’Artagnan Color, al número 42 (del 30 de Agosto, es decir que se publicaron tres capítulos de Holbeck en ese mes) y encontramos "El Elegido", donde Wood deja en claro que en ese mundo, fuera de la nave, puede pasar cualquier cosa. Y generalmente cosas muy por fuera del canon establecido por la ciencia ficción. Acá Holbeck va a cruzarse con una raza de vampiras, con pterodáctilos de Arzach incluidos. Podríamos arriesgar que la ciencia ficción en Holbeck es una excusa para extrapolar a un personaje moderno y ubicarlo en un mundo de fantasy, en una tierra más cercana a la Espada y Brujería donde pueden aparecer razas de todo tipo sin más explicación. Aunque siempre está Zeus como co-protagonista, con quien Holbeck mantiene diálogos exasperantes y ese tecno-escenario de la nave donde refugiarse de la extrañeza del exterior.
(el lunes, la segunda parte)



