EN MEDIO DE LA KUNG-FUSIÓN
Una de las apuestas que le rindió mucho a Marvel en los ´60 y que (ya sin Stan Lee como única cabeza visible) redoblaría en los ´70, fue la de subirse a las modas, la de entablar una complicidad con el lector, que consistía en parte en convencerlo de que a la editorial le gustaban y le preocupaban las mismas cosas que a él. Marvel también impulsó temáticas que no estaban ni remotamente de moda a principios de los ´70, principalmente la de los relatos de espada y brujería. Pero además le fue bien cuando se colgó de éxitos que se habían generado por afuera de la historieta, como aquel breve furor de los relatos románticos ambientados en escenarios de terror gótico, el regreso a la masividad de los monstruos clásicos, o la tendencia que hoy nos ocupa, y que hace 50 años marcaba el pulso en la tele, el cine y hasta en las calles de Estados Unidos: las artes marciales.
El éxito desmedido de las películas de Bruce Lee, la trágica y prematura muerte del ídolo, la serie de TV llamada Kung Fu (que se había estrenado con gran repercusión en 1972), la canción «Kung Fu Fighting» de Carl Douglas y la inmensa cantidad de chicos que se inscribían para tomar clases de judo, karate y kung fu en dojos y gimnasios le dieron forma a un boom que duró poco tiempo, pero que tuvo un gran impacto en los comics. Esto se sintió especialmente en Marvel, donde el furor de las artes marciales dio origen no a uno, sino a dos personajes que aún hoy gozan de buena salud: Iron Fist y el protagonista de esta historia, Shang-Chi.
Cuenta la leyenda que la primera idea que surgió en Marvel fue la de adaptar al comic la serie de TV protagonizada por David Carradine. Pero esta se emitía en la cadena ABC, que era propiedad de Warner Communications, es decir, los dueños de DC. Así que obviamente la productora les respondió «no, gracias». Y ahí se activó el Plan B, que consistió en comprar los derechos sobre el Doctor Fu Manchu, villano oriental que protagonizara una serie de novelas escritas a partir de 1913 por Sax Rohmer, y continuada por otros autores tras la muerte del creador. Que Marvel le pagara a Rohmer por usar su creación fue un actor de justicia reparadora, ya que la editorial había «creado» no uno sino dos clones muy alevosos de Fu Manchu: Yellow Claw y el Mandarin. Ya era hora de que esto se blanqueara y Rohmer recibiera algo de lo que Marvel facturaba con sus pseudo-Fu Manchúes. Y si bien el maligno doctor no tenía una gran exposición mediática por aquellos años, un personaje chino, cuya longevidad ya había sido ampliamente explicada en las novelas, y con contactos con el mundo del delito en todo el planeta, permitía encarar un abanico de aventuras bastante amplio. En ese contexto, solo faltaba el héroe.
Los encargados de darle forma a Shang-Chi y de adornar un poco la mitología de Fu Manchu heredada de las novelas de Rohmer, fueron el guionista Steve Englehart (uno de los tantos que practicaban artes marciales cebados por las películas de Bruce Lee) y el dibujante Jim Starlin, que por aquel entonces todavía no escribía sus propios guiones. En una entrevista, recordaba Starlin: «En ese momento yo nunca había leído una novela de Fu Manchu, no tenía ni idea de lo racistas que eran. Una vez que salió el comic, varios de mis amigos asiáticos me cagaron a pedos». Starlin era un muchacho joven, de apenas 24 años, sin una gran trayectoria a sus espaldas, pero la verdad que las páginas que entregó para la primera historieta de Shang-Chi son de una calidad muy notable. Un gran acierto por parte del coordinador Roy Thomas, que vio en Starlin a un dibujante distinto, con gran potencial.
Otra decisión arriesgada de Thomas fue no lanzar a Shang-Chi en el nº1 de su propia revista. Esta primera aventura (en la que Englehart y Starlin nos cuentan quién es Fu Manchu y cómo reacciona cuando se entera de que tiene un hijo) aparece en el nº15 de la revista Marvel Special Edition (Diciembre de 1973), una publicación bimestral que hasta ese momento consistía en reediciones de viejos episodios de Sgt. Fury and his Howling Commandos y que (sospecho yo) no debería comprar ni el loro. Esta primera aventura ofrece 19 páginas bastante bien equilibradas entre machaca y presentación de personajes, y no incorpora más elementos fantásticos de los que ya tenían las novelas de Sax Rohmer.
Tampoco aparece ninguna mención a los héroes y villanos que poblaban por aquel entonces el Universo Marvel, pero sí nos cuentan qué fue de la vida de «los buenos» de las novelas: el Dr. Petrie, a quien vemos morir a manos del propio Shang-Chi, y Sir Denis Nayland Smith, el principal enemigo de Fu Manchu en los relatos escritos por Rohmer. Englehart y Starlin nos lo muestran como un anciano en silla de ruedas, todavía inclaudicable en su lucha contra el imperio criminal de su clásico adversario. Sin ser una maravilla, se intuía que esta nueva serie (cuyo título completo era Shang-Chi, Master of Kung-Fu) podía llegar a transitar caminos inexplorados por el resto de los comic books que se publicaban en aquel entonces.
La segunda aventura será la primera de muchas en las que Fu Manchu manda a un sicario supuestamente infalible a eliminar a su hijo, y éste fracasa. Esta vez es un ninja llamado Midnight, al que le seguirán decenas de asesinos más. Este nº16 de Marvel Special Edition marca el fin de esta cabecera, que a partir del número siguiente pasará a llamarse The Hands of Shang-Chi, Master of Kung-Fu. En su tercera aventura (y primera en su propio título, que arranca en el nº17), Shang-Chi suma a un nuevo personaje secundario, una creación original de los autores del comic: Black Jack Tarr, el portentoso ex-militar británico que acompañará a Sir Denis y a Shang-Chi en un sinfín de peripecias a lo largo de varios años. Para esta tercera entrega, Starlin ya había bajado el listón en materia de dibujo y puesta en páginas, y en la cuarta (The Hands of Shang-Chi, Master of Kung-Fu nº18, Junio de 1974) tenemos el debut de un nuevo dibujante: el joven Paul Gulacy. Ojo con él.


