Como todos los niños yo leía tebeos de pequeño. Leía el Capitán Trueno, El Jabato, Tarzán… Yo pensaba que sería escritor como mi padre, pero empecé a escribir guiones, y como quien no quiere la cosa me pasé 30 años escribiendo guiones de comics. Antes de ser guionista fui mecanógrafo de mi padre con esas máquinas antiguas tan duras que no tienen nada que ver con las computadoras de ahora. Después tuve una máquina eléctrica, pero al comienzo tenía esas máquinas de escribir con las teclas tan duras. Cuando mi padre se dio cuenta de que escribía tan rápido, empezó a dictarme las novelas. Las grababa en un magnetofón que funcionaba con un pedal. Yo me acostumbraba a escribir cada vez más rápido, y me hacia 30 o 40 páginas al día porque mi padre era un mercenario de la escritura, y estaba obligado a escribir constantemente para ganarse la vida. Escribía con varios pseudónimos una novelita cada semana, esos bolsilibros que costaban 5 pesetas en los años ´50. Su pseudónimo más conocido era Alex Simmons. Escribía lo que le pidieras, era un todoterreno: ciencia-ficción, Oeste, guerra… y tenía que escribir tres o cuatro novelitas al mes para vivir sin grandes lujos. Pero en un momento dado de su vida, cuando dejó de escribir rápido y se tomó más tiempo, escribió novelas, cuentos y poesías memorables, y hasta ganó premios.
Yo nací en Francia pero fue un accidente. Nací en un pueblo llamado Palau-del-Vidre (palacio de los cristales), que está en la Cataluña francesa. Mi padre fue un refugiado de la guerra, que escapó a Francia en 1939. Allí se casó, estuvo en el campo de concentración de Argèles, y tras muchas peripecias volvió a España, donde lo arrestaron y pasó un tiempo a la sombra. A los pocos meses de nacer me llevaron a España. Mi madre pasó la frontera conmigo y la detuvieron por ser mujer de un rojo y estuvo retenida un día en el calabozo de una comisaría. Mi madre pidió leche para mí, que tenía pocos meses, y como no tenían, le trajeron un café con leche. Desde entonces data mi adicción al “café au lait”.
Después, en los ´70, viví un año en Paris, donde tenía a mi hermano Richard. Lo que hice en París para ganarme la vida fue traducir novelas de mi padre al español, porque en aquel entonces mi padre escribía en francés para una editorial gala. Yo no había escrito nada todavía. Tomé cursos en una universidad de París, leí mucho en francés y practiqué el idioma. El año que murió Franco, fue una casualidad, regresé a España. Empecé a traducir comics para Selecciones Ilustradas, la editorial de Toutain, hice traducciones del inglés y del francés al castellano.
En aquel entonces no existía la figura del guionista. Sólo se conocía uno en aquel momento, Víctor Mora, del que tengo entendido que quiso ser dibujante, y al no conseguirlo, se puso a escribir guiones y, entre otras cosas, nos deleitó con “El capitán Trueno”. Ya digo, no había guionistas o había muy pocos. Los guiones los hacían los que trabajaban en la oficina de la editorial. Lo que sí era corriente era que el dibujante escribiera sus propias historias, como es el caso de Carlos Giménez, Beá y Alfonso Font, entre otros muchos. Había un guionista, Hispano, que trabajaba para Toutain y escribía guiones, pero de esto último no podía vivir.
Un día, Miralles, que era el brazo derecho de Toutain, me pidió que le escribiese un guion de seis páginas con un gangster y una rubia y allí nació Torpedo. Era un guion para poner a prueba a un dibujante. Cuando Toutain lo leyó pensó que aquello podía ser un personaje, y decidió apostar por él. Y así fue como nació Torpedo.
En aquel tiempo estaba de moda la colaboración de un guionista con un dibujante extranjero o de un dibujante español con un guionista americano. Y en mi caso, la mezcla no funcionó porque Alex Toth era muy moralista. Me acuerdo que le pedí un desnudo, Torpedo con la rubia, y dibujó una viñeta en negro. Incluso puso una lágrima en la última viñeta que tuvimos que quitar con una hoja de afeitar. No cuadraba su modo de ver al personaje, yo quería escribir la historia de un hombre malo pero él no podía con aquello, quería redimir a Torpedo a toda costa, y a Torpedo no hay dios que lo redima. Es como es y punto. Increíblemente, Toutain se puso de mi parte. Yo no era nadie y Alex Toth era una leyenda. Toth se ofreció a dibujar el personaje prescindiendo del guionista, pero Toutain le dijo que no, que la idea era mía, y ahí se acabó todo. El nombre de Torpedo se le ocurrió a Toth, y así ha quedado. El Torpedo era el sicario que, igual que el torpedo del submarino, va hasta el objetivo hasta hacerlo saltar por los aires. El nombre fue un acierto que no solo caló hondo, sino que gustó a los lectores.
A Toutain le había gustado el guion y en su momento se lo ofreció a varios dibujantes. A Jordi Bernet le pareció bien y empezamos a trabajar juntos sin problemas morales. En aquel entonces, creo, Bernet trabajaba para Italia. Le gustó el personaje, que fuese malo de verdad. El problema de la censura lo salvamos. Bernet le dio el aspecto que todo el mundo conoce, aunque no desde el principio. Al principio Bernet se esfuerza en adaptarse al estilo de Alex Toth, pero muy pronto va cambiando y acaba por concebir ese Torpedo de la sonrisa helada y los cuatro pelos de punta, marca de fábrica del personaje.
En la época de auge de las revistas, hicimos muchas historias cortas, que es algo que siempre me ha gustado mucho, pero ya no se hace. También he trabajado a gusto las de los álbumes de 46 páginas. Con Bernet también hicimos las Historia Negras, que gustaron mucho. Yo me sentía a gusto con ese formato de pocas páginas.
Ahora la gente entiende la figura del guionista, pero el dibujante sigue siendo la estrella del comic. En los salones y ferias de comics, las colas más largas son siempre para el dibujante. El público siempre quiere un dibujo, y es natural que sea así. Ahora bien, yo siempre digo que el comic es, ante todo, contar una historia. La historia es primordial en el comic. Sin ella, el dibujo queda como desdibujado, si se me permite ese mal chiste.
Hoy se puede ser guionista de comic sin morir en el intento, pero yo siempre he compaginado los guiones con las traducciones, que por cierto están muy mal pagadas, aun cuando son un trabajo intelectual de primer orden. Hoy en día cualquiera se anima a traducir. Y los editores, por su parte, pretenden pagar lo mínimo. Yo llevo más de 30 años traduciendo comics y sé de qué hablo. La traducción es muy importante, es una labor complicada. Me he pasado muchas horas trabajando en las traducciones. Y hay editores, y no me gusta señalar que está feo, que creen que una vez que han pagado por una traducción, esta pasa a ser suya, cuando no es así. Hay editores que ni siquiera extienden un contrato por cada traducción, y lo hacen no solo para ahorrar papel, sino también porque un contrato supone reconocer que el traductor tiene, junto a sus deberes, también sus derechos. Si una traducción se publica dos veces hay que pagarla. Eso sí, quiero romper una lanza a favor de Ediciones B. Hace años traduje libros y comics para ellos y todavía me abonan derechos de autor. No puedo decir lo mismo de otro editor para el que he trabajado como traductor durante más de treinta años.